Fue noticia de primera plana en los periódicos locales que asombró a los juarenses. Cientos de mexicanos empezaron a llegar a la ciudad, con hijos y maletas; con paquetes de cartón y sus objetos personales bajo el brazo. Serían migrantes.
Venían con la incertidumbre en sus rostros. Acababan de ser deportados de Estados Unidos a México por Ciudad Juárez.
Eran los años treinta. Estados Unidos entró en una recesión económica aguda, a la que había que justificar en las calles ante los norteamericanos, entonces encontraron un culpable: el inmigrante mexicano, fuera indocumentado o con visa de residencia.
En las notas periodísticas del rotativo El Continental, se marca el año 1931 como el arribo de las familias deportadas de diversas entidades de los Estados Unidos, que en el caso de los inmigrantes legales, les fue dada la mala noticia que sus pasaportes fueron cancelados.
Conforme a este periódico, del primero de enero al 31 de diciembre de 1931 se repatriaron por Ciudad Juárez 38 mil 688 mexicanos, en los que se incluía a los que se regresaron de forma voluntaria, dada la agudización del racismo en aquel país, devastado por la economía.
En su primera plana el periódico señalaba que del total de los repatriados, 22 mil 610 eran hombres y 14 mil 669 mujeres de todas las edades.
Se habían internado a Estados Unidos dos mil 247 con visa de turistas, con permisos de seis meses de estancia y mil 138 que decidieron fijar su residencia allá.
Aunque Ciudad Juárez experimentaba un auge económico con su vida nocturna, época de los grandes cabarets, casinos y bares, los ánimos políticos estaban caldeados con el cese fulminante del presidente municipal Arturo N. Flores.
Migrantes camino al norte
No le importó a don Abel Castro, entonces de 18 años (ahora tiene 88), originario de La Junta, del municipio de Mezquitic, Jalisco. Tenía la inquietud de hacer camino hacia el norte y en 1948 se le presentó la oportunidad cuando Estados Unidos abrió de nuevo sus fronteras.
Don Abel se enganchó en un grupo de 500 personas para hacer el trámite de trabajadores temporales con visa de trabajo que se llamó de forma popular Braceros. Entonces fuerte y con la ilusión de mejor vida, se concentró en El Paso, Texas.
“Mi papá había vendido sus huertas en el 30. Le dijo a mi mama ‘nos vamos a Juárez’. Recogimos nuestras cosas y llegamos aquí y pasamos al otro lado”, cuenta.
“Vivimos en Los Ángeles hasta que nos deportaron”, relata don Abel, de cuerpo delgado, alto, de piel correosa.
Al joven Abel lo concentraron junto con un pequeño grupo en unos galerones de lámina donde ahora está el edificio de ICSA de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez. Dos días después fue trasladado a Hidalgo, Texas, donde los requirieron para hacer trámites.
“Nos tenían todos formaditos en una callecita de las afueras de Hidalgo, Texas, listos para recibir lo que nos esperaba. ¡Oiga! Un par de gringos con uniformes y mangueras en mano”, comentó.
A don Abel y a sus compañeros migrantes los iban a desinfectar, lo que produjo reclamos porque antes, en El Paso, ya lo habían hecho.
En sus contratos de trabajo lo indicaba: “DESINFECTADO”. Aunque no sabía que la primera fue con formol para limpiar la aftosa. La segunda, no prevista, eran chorros de DDT para deshacerse de otros parásitos posibles en sus cuerpos.
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