Jessica Juárez, de 32 años, no quería la tierra prometida por dinero, solo tener paz en su país El Salvador pero nunca la tuvo.
Los de la MS querían enrolar a su hijo en la pandilla y porque les estorbaba su labor de trabajadora social.
Así inició su peregrinar por México hasta llegar aquí, por donde cruzó a El Paso, para entregarse a un agente de migración y pedir asilo.

En el módulo 8, una pequeña casa dentro del albergue Pan de Vida, que habita junto con tres compañeras, una cubana y dos hondureñas, Jessica, originaria de Santa Ana, al occidente de El Salvador, cocina y cuida a un niño de ocho años, al que lo pone a dibujar y colorear en una hoja de cuaderno, mientras su madre trabaja.
El albergue cuenta con nueve casitas, enumeradas que les llaman módulos; cuenta con una «escuelita», donde los niños reciben clases y tiene un galerón donde se almacenan alimentos, equipo de limpieza, ropa, productos antibacteriales y cubrebocas.
Está en la calle Ostra 436 en la colonia Anapra, al poniente de la ciudad, de un paisaje árido, con decenas de fallas en las calles de tierra, grietas, hondonadas y antiguos arroyos.
Son las inmediaciones de la raya que separa a México de Estados Unidos.
Cuando salí de la carrera de Trabajo Social en la Universidad de El Salvador, entré a trabajar en el Instituto Salvadoreño de la Niñez y de la Adolescencia, fue ahí cuando tuve problemas con los de la Mara Salvatrucha».
Notas con amenazas de muerte, su auto balaceado, su puerta, hostigamiento en la calle, hasta que la Mara decidió que su hijo José Baños, de 12 años, ya estaba listo para el ritual de iniciación.
En El Salvador, el Estado y las pandillas disputan a muerte la posesión de los adolescentes.

Me fui. Me tuve que ir. Contraté un coyote por cuatro mil 500 dólares y salí huyendo de mi país, pero llegué hasta Campeche. El coyote me dejó tirada en una ciudad de ahí. Junto con seis personas volvimos a contratar a otro pollero».
Jessica es líder, su formación de trabajo social provoca que lleguen a consultarla, platicarle problemas, da órdenes a los niños que afuera de su casa revolotean alrededor y menea el guiso en la lumbre, que está en una hoya de aluminio, de donde salen vapores aromáticos agradables.

Estuvo detenida en «Las Hieleras». Jessica se entregó a la Migra en enero de 2019 y pese a que es un centro de detención por 72 horas, estuvo retenida por un mes, con solo una camiseta y un par de cobijas desechables recubiertas de un delgado material metálico.
Casi morimos de frío hasta que nos llamaron a Corte y nos devolvieron a Juárez para seguir el proceso de asilo. Una vez he sido citada, pero con lo del coronavirus todo se detuvo, mejor, ya no quiero estar allá»
«Quiero legalizar mi estancia en México, definitivamente ya no regreso a El Salvador, busco la vida aquí, mientras pienso que hago», explica sus planes Jessica y remata: «Ya no quiero estar de nuevo en «Las Hieleras»».
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