Cerca de las 11:30 de la mañana el sol pegaba fuerte sobre el puente a 500 metros del Umbral del Milenio y bajo el cual las cámaras esperaban el paso del tren proveniente de Chihuahua. Decían que eran más de mil 500 los que venían sobre sus techos.
Y llegaron. A la distancia podían apreciarse las carpas improvisadas con las que los numerosos viajeros entre niños, mujeres y hombres mayormente jóvenes intentaban cubrirse del sol.
Los techos de cerca de 40 vagones se veían repletos con tal vez 50 personas cada uno, hombres y mujeres que al percatarse de la presencia de las cámaras saludaban efusivamente y gritaban “gracias y viva México” con una energía renovada después de la que seguramente había sido una ardua travesía.
Una vez que pasó el ferrocarril bajo ese puente las cámaras de foto y video rápidamente se movieron para colocarse y circular más adelante a un lado del tren, desde donde los viajeros entonaban de manera repetida las gracias.
Ya en el área urbana y siguiendo un recorrido durante el cual los juarenses respondían desde las calles con afecto a las salutaciones de los extranjeros, el tren finalmente llegó hasta el cruce de Carlos Amaya y eje vial Juan Gabriel, donde bajó su velocidad para finalmente detenerse y con ello dar aviso a los migrantes que era hora de bajar de la bestia metálica.
Una vez detenido el ferrocarril, comenzaron a arrojar sus bultos de ropa, cobijas y alimentos al piso para después bajar por las escaleras de los vagones y empezar a caminar rumbo al norte.
¿Falta mucho para llegar a la X? ¿Dónde está la frontera?, preguntaban al momento de caminar con algo de dificultad en el piso plagado de piedras y a un lado de la sombra que les brindaban los vagones.
“Jairo Rojas, amigo. Venimos 8 días en este tren rodando. Venimos desde Huehuetoca, un poquito más allá, saliendo de Ciudad de México. Ocho días arriba de tres trenes. Muy buena gente. La gente nos dio mucha comida allá en el desierto, mucho apoyo. Llegaron muchas camionetas, el periódico, vinieron a repartir agua, comida todos los días. El tren estuvo dos días parado allá en el desierto y hasta allá fue muchísima gente a llevarnos comida, agua, cobijas porque el frío era infernal allá. En el día el calor y en la noche el frío. El dueño de una finca abrió la llave de un maizal para que nosotros nos bañáramos y agarráramos agua”, relató el venezolano que de manera ágil saltó del alto escalón hacia el piso de piedras.
A su lado y de un salto también se puso su compañero Francisco, que en cuanto tocó tierra interrumpió a Jairo.
“Pero no la Migración, hermano, que nos tienen pero… jodidos. Dos días al sol por allá en un desierto… nos quitan la plata. Nos meten a un cuarto y nos quitan todo lo que tengamos, la plata el teléfono, todo. Nos han dejado (avanzar) por los periódicos, por ustedes, por lo que han dicho en las noticias y nos han dejado, pero nos han tirado a la mitad del desierto y nos han dejado al frío, al sol. Un viaje de doce horas se convirtió en un viaje de casi tres días”, se quejó.
“Nosotros queremos entrar legalmente. Tenemos nuestra cita, nuestro registro y vamos a esperar que nos hagan la cita para poder entrar. Claro. Nosotros no queremos irnos allá pa’l muro a rumbear ni nada. Vamos por un refugio, a conseguir un trabajo mientras nos hacen la cita”, dijo al retomar la palabra Jairo.
Con paso rápido se integraron después al nutrido contingente que caminaba a un lado de los vagones, enfilando al norte, siempre hacia el norte. Al decirles “Dios les bendiga”, todos indistintamente respondían con un “amén, amén”.
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