Un día difícil puede definirse como no tener un trabajo, haber perdido las llaves y no poder entrar a casa; perder un amigo por una traición o por tradición permanecer en silencio en una charla. Un día difícil, pudiera corregirse caminando en el parque mientras cae el atardecer, pensando que mañana será mejor.
Un día tiene muchos significados y la esperanza también. Pero ninguno se equipara al vivir la intensidad de cada segundo en medio de una guerra.
Eso lo sabe David Peinado Romero, joven fotógrafo juarense, que de manera independiente ha tomado la alternativa que pocos asumen, el compromiso del ejercicio periodístico para hacer de este mundo un lugar mejor para habitar; contando a través de sus imágenes aquello que el destino le ha dejado como misión constatar.
Su carrera como foto periodista comenzó en Periódico Norte. De la mano de maestros formadores y con base en el instinto de supervivencia, tomó lo mejor de una ciudad abatida por décadas, como lo ha sido Juárez, para ir en ascenso en su carrera.
A él no le gusta que se le ensalce como persona, prefiere que las fotografías que hace día con día sean el elemento que permita a la gente dilucidar esas grandes enseñanzas que el tiempo le ha hecho rescatar a través de su lente.
Como fotógrafo independiente, hace años que su trabajo es reconocido, pero hoy en día, se encuentra en uno de los lugares donde el dolor del mundo, se cuenta a cada segundo. Está en Ucrania.
Una luz tenue…
Es domingo de Pascua. Son casi las nueve de la noche en Ucrania, la 1 de la tarde en Ciudad Juárez. Desde las ocho de la noche, nadie puede estar en las calles de esa urbe europea, debido al decreto permanente del toque de queda. Tampoco nadie puede tener las luces encendidas en los edificios ni en las viviendas.
Así es como David comienza a platicar con Norte Digital a través de una conexión vía videochat, desde su cobertura en la ciudad de Jarkiv, la segunda más grande en ese país en guerra, localizada a 40 kilómetros de Rusia.
David se disculpa por la oscuridad que prevalece en el lugar. Apenas hay una tenue luz en la campana de la cocina que alumbra lo que alcanza del lugar donde se hospeda.
A Ucrania llegó desde el pasado 1 de abril. Con recursos propios, después de ver una publicación en Instagram de su amigo y compañero de aventura, el periodista independiente, Cristopher Rogel Blanquet.
Es Día de Pascua, en Ciudad Juárez y miles de familias viven alegres la celebración de la resurrección de Jesús de Nazareth. A David lo acompaña Cristo, en lo que hoy en día es lo más cercano al infierno.
Peinado Romero tuvo este domingo el día más difícil desde su llegada a Ucrania. Sin esperarlo, en algún momento se vio inmerso en un bombardeo, en el que acompañado de una fotógrafa española, apoyados ambos por el instinto de supervivencia, lograron guarecerse del fuego y la destrucción.
Para ello, se fueron adentrando a cualquier parte donde podían refugiarse, usando los sótanos de las zonas aledañas. Fue el mero deseo de seguir vivos, reconoce David, el que logró salvarlos, una vez más, un día más, de formar parte de la incierta estadística de víctimas de la guerra.
Por eso hoy toma una cerveza alemana, mientras planea junto a Cristopher, la agenda del lunes.
Un día a la vez, irónicamente ocurre como los Alcohólicos Anónimos su nuevo plan, porque en la guerra no se puede pensar más allá del instante en el que se permanece atento entre la vida y la muerte.
“Cuando oscurece, una regla de aquí es que tenemos que estar toda la ciudad con las luces apagadas, porque se plantea que cuando estemos con las luces encendidas nos convertimos en un objetivo”, me explica David antes de iniciar formalmente la charla.
– ¿Cómo llegas a esta cobertura?
No voy a hablar formalmente, voy a hablar como platica de compas, mira, ese güey que está ahí “¡Yo, yo!”, se escucha entre la penumbra, se llama Cristopher, nos conocemos ya de hace varios años, lo conocí en coberturas en Ciudad de México y nos hicimos amigos.
Yo ya me había planteado mucho la idea de cubrir una guerra, quería saber de primera mano qué era lo que se sentía… para explicarme un poco mejor, siempre he pensado que la fotografía y el periodismo son más una herramienta para aprender de la vida, de cómo son las cosas. Entonces he aprendido mucho en mi carrera acerca de migración, acerca de la violencia en Juárez, en Guerrero, de las coberturas que había hecho y quería dar un paso más allá, de cómo viven las víctimas de una guerra, de cómo se vive realmente. Ya yo tenía esa espinita y este cabrón que está aquí al lado un día estaba haciendo un en vivo en Instagram y menciona que va a ir para Ucrania. Inmediatamente le mando un mensaje y le digo “güey, yo me acoplo, yo me voy contigo”. Y compré mi boleto, dije “como quiera entre compas nos echamos la mano, compartimos gastos del departamento donde nos estamos quedando”, del conducto y dije “no me va a salir tan caro”. Me vine con mis propios recursos, soy completamente independiente y aquí he estado como intentando vender, pero está medio difícil. Vine yo pagándome mi boleto.
– ¿Cuánto tiempo tienes allá, David?
Llegamos el primero de abril, para el día de hoy ya tengo 17 días en Ucrania. Hemos estado en diferentes puntos, los primeros cuatro días fueron en Lviv, luego viajamos a Kiev, y en Kiev hay varios pueblitos a los lados, así íbamos al pueblito y hacíamos fotos y regresábamos; íbamos a otro pueblito e igual. Estos pueblitos fueron muy atacados y destruidos por el Ejército ruso. Cuando nosotros llegamos ya habían sido retomados por el Ejército ucraniano. Entonces, aparentemente no había un riesgo estando ahí, pero algo que yo no dimensionaba, por ejemplo, es que dejaron minas en el lugar, entonces, una de las cosas que de repente me di cuenta que pasaba es que la gente iba caminando y se moría porque se topaba con una mina y eso me causó a mí una reacción muy loca de decir, ¿estoy yo seguro? Pero en realidad no, por donde ande puede explotar una mina y ya valgo madre, todo, ¿no?
– Este encuentro con la guerra que tuviste al llegar, ¿cuál es esa primera imagen que te encuentras que te hace ver la realidad, de que estás en Ucrania?
Fue raro porque Lviv es una ciudad sumamente tranquila y funciona en su normalidad y hay plazas y comercios abiertos, entonces cuando llegué a Lviv, yo no me sentía como en una guerra, como en una onda de violencia, aunque sonaban las alarmas, las alarmas se parecen mucho a la alarma sísmica, entonces de alguna manera estaba un poquito familiarizado y no sentía como ese miedo de decir que estoy en una situación difícil. Cuando llegamos a Kiev, también es tranquilo y decíamos, “bueno pues está tranquilo, no pasa nada, todo está bien”. Pero el primer día llegamos a un pueblo que se llama Irpín. Desde que sales de Kiev, se hace como una hora, pero está como a 20 minutos, pero con los retenes militares se hace una hora. Entonces la entrada ves todo destruido, ves una destrucción inmensa, centros comerciales completamente destruidos, casas completamente destruidas, o sea, hacíamos la referencia mi amigo y yo que nos tocó cubrir el último terremoto de la Ciudad de México y era similar, edificios grandísimos completamente destruido. Ese primer día fuimos con un grupo que iba a llevar ayuda humanitaria a ese pueblo que eran muy poquitas personas, pero les llevaban despensa, como mandado. Fuimos acompañándolos a ellos y vimos un edificio y habían carros volteados y no entendíamos por qué y nos dijeron que cayó un misil y volteó todo. Cuando estábamos por ahí caminando, el edificio tenía una especie de sótano y cuando nos asomamos había el cuerpo de un hombre tirado en las escaleras. Empezamos a tomar fotos, pero eso fue como el primer encuentro que me topó con la violencia de la guerra, que se había dado. Un policía como pudo me explicó, porque una de las dificultades de aquí es el idioma, porque el ucraniano tampoco habla inglés y yo como mexicano hablo inglés pero tampoco es mi lengua, hablo poco y medio nos entendíamos a señas. Él me trató de explicar que la onda expansiva del misil aventó al hombre hacía el edificio, el hombre muere del golpe y cae en las escaleras. Ese fue mi primer encuentro con la guerra, mi primer encuentro con esto, pero no fue lo que más me sorprendió.
– ¿Crees que de alguna forma el haber cubierto en Ciudad Juárez te ha dado cierta frialdad para poder enfrentarte a un fenómeno como este, o has sentido ya alguna afectación en la que digas ‘ya me quiero regresar’?
Hoy, pero ahorita te cuento esa historia. Pero hoy sí la viví cabrón, difícil, pero vamos por pasos. Yo creo que hasta cierto punto, el callo o la escuela que traigo de Ciudad Juárez me ha ayudado bastante, pero también me ha afectado, porque al mismo tiempo creo que no estoy dimensionando el nivel de violencia que está aquí, que es más grande. Pero como estoy acostumbrado a los balazos, a la violencia, a la policiaca, a andar corriendo detrás de las patrullas y todo esto, creo que mi brújula de la medida del peligro como que no está bien.
No es frialdad, eso sí lo quiero aclarar, porque muchas personas me dicen que como fotógrafo de violencia te deshumanizas, pero yo soy completamente lo contrario, entre más muertes más humano me hago y más siento la realidad. Y sentir la realidad de la violencia es algo que está bien cabrón, es algo muy fuerte.
– Buscas en tus imágenes rescatar el lado humano, según leí en una entrevista que concediste a la revista Neo, donde planteas reencontrar ese lado humano a través de tus fotografías.
En las coberturas realizadas por David en Ucrania, en los paisajes que capta, se puede encontrar una extraña mezcolanza entre lo apocalíptico y lo más bello del ser humano, hombres y mujeres músicos posando entre las ruinas de los edificios; familias sobreviviendo bajo tierra en las instalaciones del metro.
Efectivamente, me tocó cubrir nota roja muchos años en Ciudad Juárez, fue una muy buena escuela, muy buen aprendizaje. He aprendido de cubrir la violencia en Juárez, pero ahora lejos de querer hacer la nota roja de otro país, lo que trato es de darle más un sentido respecto a las víctimas, a la realidad que se está viviendo. Lejos de contar los muertos, me interesa saber que esos muertos eran humanos, eran personas y tenían una vida.
– ¿Vas buscando la esperanza entre las ruinas en el ser humano? ¿A través de estas imágenes estás tratando de recuperar la esperanza de lo poco de humanidad que queda entre la guerra?
En parte sí, lejos de buscar, creo que lo que estoy, en un plano bien honesto, creo que hago la fotografía esperando encontrarme a mí mismo, esperando aprender algo de lo que estoy haciendo y si eso le sirve a las personas para aprender de las circunstancias que están pasando en otros lados. Postee en mi Facebook una vez una foto de lo que está pasando en Ucrania y alguien me dijo “pues son los mismos ucranianos los que están matando a su gente y le dije “a ver, espérate, güey”. No se trata de si Rusia tuvo la culpa o Ucrania tuvo la culpa. Se trata de que está muriendo gente inocente. No me estoy metiendo en un pedo político para decir si fue ucrania o Rusia. Se trata de que hay víctimas. Se trata de que hay gente que está muriendo y de que no vale la pena de que una vida se pierda por un ideal estúpido en cuanto a la guerra, por un ideal estúpido y político, que no tiene sentido tanta muerte y tanta destrucción. Lo que yo busco es aprender por qué. Aprender de primera mano las historias de las víctimas, las historias de las personas, de la gente que muere. Aprender para mí mismo y eso tratar de reflejárselo a las demás personas, yo mismo darme cuenta de que mueren niños, mueren viejitos, mueren adultos, gente que trabajaba en el campo. Hoy mismo murió una muchacha que simplemente iba caminando por la calle y la onda expansiva la aventó contra una pared y del fregazo se murió. Yo lo que quiero es aprender que el ser humano está muriendo por pendejadas políticas, por pendejadas que no deberían de pasar, que estamos en el año 2022 y que no debería estar muriendo la gente así. Lo hago para aprender yo, de estar seguro de cómo suceden las cosas y luego reflejárselo a los demás mediante mi fotografía.
– Otra de las imágenes impactantes que has compartido a través de tu perfil de Facebook son las familias sobrevivientes que habitan en el subterráneo, en el metro. Es otro mundo, de esos que solo hemos visto en películas y tú lo transitas.
Sí, está cabrón, está cabrón –David hace un silencio para continuar tras un largo respiro–, he estado en muchas situaciones en las que he hablado con gentes de otros países y en otros lugares que viven en una situación similar, pero que son personas que se quedaron sin casa por alguna adicción o alguna otra cosa, pero aquí en Ucrania la gente está viviendo en el metro por el miedo que caiga una bomba, por el miedo a que la bomba les destruya su casa, por el miedo a que se mueran. Entonces es una circunstancia diferente e impactante encontrarte con esta gente.
Hoy me tocó ver cómo la onda expansiva destruyó una estructura metálica y uno de los fragmentos salió disparado y atravesó el árbol por completo, como una lanza estaba clavado ahí y pensaba, si esto fuera un cuerpo, si esto fuera una persona, lo atraviesa de lado a lado. Es una realidad que no sabes cuándo va a caer una bomba y hasta un vidrio o un golpe, no necesariamente es que te caiga la bomba en la cabeza para que te mueras. Hay un friego de destrucción cuando cae la bomba, que te puedes morir de mil maneras. Precisamente por esto la gente tiene miedo de salir a la calle. También, déjame decirte que existe la contraparte, porque existe la mitad de la ciudad que vive afuera y que vive su día normal, que pasean al perro y que toman helado y que viven su vida.
– ¿Sigue al día de hoy habiendo bombardeos donde estás tú, ahí en Járkiv?
Aprovechando tu pregunta, te cuento que hoy me tocó estar en un bombardeo de al menos quince, veinte bombas, y me tocó estar en medio del bombardeo. Las bombas estaban cayendo a una cuadra de mí. Fue una locura, disculpa que me ría, pero me río cuando estoy estresado, es como una forma de sacar el estrés. Te cuento más o menos cómo sucedió. Nosotros ya llevamos varios días aquí y habían estado relativamente tranquilos, callados… pérame… ahí se oyó un bombazo, pero bueno, aquí haz de cuenta que Rusia avienta un misil y el escudo de Ucrania avienta otro misil para interceptarlo y eso se oye todos los días y nunca sabes qué va a pasar. Cuando destruyen el misil ruso, las partes del misil caen y pueden caer afuera de la ciudad y también dentro, no se sabe. Los días anteriores que habíamos estado trabajando de repente caían, llegábamos a cubrir que caía un cacho de misil en una casa y causaba destrucción, o un incendio o algo, salíamos corriendo a tomar la foto de eso. Y ya confiados decíamos “va a estar tranquilo, no pasa nada, vamos a dar una vuelta, a que nos dé el sol”. Y bueno, nos contactó una chica española que nos pidió ayuda porque nosotros ya teníamos más días. Y dijimos, “vamos a darle un tour, le enseñamos los edificios destruidos y lo qué está pasando en la ciudad, nosotros ya sabemos”. Y llegamos como a un… ahí se oyó otra bomba… pero llegamos como a un edificio destruido y enfrente hay una oficina de militares, está el oficial de prensa del Ejército ucraniano. Llegamos para presentárselo, ella acababa de llegar y en eso nos dice el oficial de prensa, “sí les puedo dar la entrevista pero la verdad es que tienen que refugiarse ya”. Nosotros con ese filtro de que tenemos violencia y que estamos acostumbrados, pues nos fuimos rumbo al metro, pero no estábamos asustados. Decíamos “ahorita nos esperamos y hacemos la entrevista con el oficial”. Nos fumábamos un cigarrillo y Cristopher me dice, “todavía hay tiempo de ir por Lalo (Eduardo Quiroz) –otro de nuestros compañeros que vive con nosotros– me voy yo por Lalo y ustedes platican con ellos”. Y se va… y como a los cinco minutos comienzan a escucharse las bombas pero bien fuerte, era un bombardeo cabrón y salimos corriendo a escondernos en el metro, dejamos pasar un tiempo que consideramos razonable, porque nuestra confianza era de que ya no iba a pasar nada. Pero cuando íbamos camino a donde estaba el humo, íbamos la española y un argentino, y a medio camino empieza otra vez el bombardeo, a madres. Comenzamos a buscar refugio, los edificios tienen una especie de semisótano y nos metíamos ahí y escuchábamos los vidrios tronar, de los carros, el desmadre a los lados.
– ¿Cuánto duró esto?
Para mí fue eterno. Yo sentí que duró siete horas, que tiré una vida ahí, pero ahorita ya más con la cabeza fría nos pusimos a pensar y creemos que entre 15 y 20 minutos. En el proceso pensaba que sí me movía seguido, tenía más posibilidades de salir de la bronca. Caían los cinco o diez segundos de bombas, dejaba pasar un minutito ¡y córrele, córrele! Y se oían los estruendos de las bombas conforme íbamos pasando, hasta que llegamos a un lugar donde salieron unos bomberos y nos refugiaron en un búnker. Si te soy honesto, no te sé decir cuánto tiempo pasó desde que salí del metro hasta que llegué al búnker, real.
– ¿Cuánto tiempo más piensan permanecer allá?
Mira, el miércoles tenemos que bajar a una ciudad que se llama Myrnohrad, (antes Dymytrov), porque tenemos unos trabajos pendientes ahí con un muchacho que está ayudando a evacuar personas. Entonces vamos a ir a hacer un reportaje con él y de ahí nos planteamos regresar a Kiev. Bueno, depende, no. La verdad es que algo de lo que he aprendido de trabajar en una guerra, es que los planes no importan, los planes van cambiando al final. Todos los días hacemos el plan del día siguiente porque al día siguiente puede cambiar el plan. Tenemos un plan para el día siguiente pero no sabemos, el día de mañana pueden bombardear la estación de trenes y ya no sabemos a dónde nos vamos, pero la realidad es que los planes a largo plazo trabajando aquí, no existen.
– ¿A qué hora empezará el plan del día siguiente? ¿Mañana (lunes) a qué hora se levantan?
Ha sido variado. Casi siempre nos levantamos a las 8 de la mañana, pero la verdad es que hemos estado bien cansados. Tenemos tanto tiempo trabajando que al menos una vez a la semana nos permitimos levantarnos a las 10:30 u 11 de la mañana. Y el día tiene que terminar antes del toque de queda a las 8 de la noche. Trabajamos de 8 de la mañana a 8 de la noche, salvo el día que nos permitimos levantarnos más tarde.
– ¿Qué extrañas de acá? ¿Estás en el momento en el que te preguntas, en qué broncón me metí?
–Risas–, Está bien raro. De manera más personal, lo cuento. Es una sensación extraña porque sí me ha dado miedo, me ha dado un chingo de miedo, pero también me da gusto estar aquí, también poder estar haciendo estas fotos, estar compitiendo en las grandes ligas de la fotografía. Nos hemos encontrado personajes del fotoperiodismo internacional y estar en el mismo lugar me da un cierto gusto y aunque tenga miedo, pues no me arrepiento, yo me propuse estar aquí, hacer estas fotos y tratar de que estas imágenes existieran. Todos los días nos ponemos nerviosos y de repente nos calmamos y entendemos el trabajo y hacer a lo que venimos. Una cosa que se me hace importante, yo estaba muy negado a dar entrevistas porque al final de cuentas los héroes no somos nosotros, nosotros venimos a contar las historias, hay mucha gente aquí con la que me he topado. Por ejemplo, nos topamos un muchacho que nos empezó a ayudar a movernos y nosotros le pagábamos 100 dólares por día para que nos moviera y lo que le pagábamos, nos dimos cuenta que lo compraba todo en despensa para irlo a entregar él a la gente que no tiene qué comer. Entonces, sí me gustaría decir que no me gusta la idea de ser la historia ni de ser el reportaje y de que hay muchos héroes en la guerra que se preocupan por las personas, que se preocupan por la humanidad, hasta la misma gente que pierde la vida, ¿no? Nosotros venimos aquí para contar esas historias, para contar sobre esas víctimas, pero tampoco queremos ser los héroes. Simplemente queremos hacer nuestro trabajo, de poder contar la historia.
– ¿Algún mensaje a tu gente acá en Ciudad Juárez o Juaritos, para que te sientas un poco en casa?
Carcajadas– Interviene Cristopher, que hasta el momento se había mantenido atento a la conversación.
“Lo traje con engaños. Le dije que íbamos a una cantina, le dije nada más vamos a vidAcapulco y cuando menos pensó, ya estábamos acá. Y se dio cuenta porque hace frío aquí”, dice el compañero de travesía.
Después de compartir algunas risas, David retoma la charla.
Una de las cosas que me da gusto de estar aquí es estar donde quiero estar, donde están las grandes ligas de la fotografía…
Nuevamente Cristopher interviene.
“Oye, puedo contarte algo? ¿Sabes quién es James Nachtwey? Es como el dios de la fotografía de guerra, es como si estuviéramos hablando de Shakespeare en la Literatura, googléalo para que sepas quién es. Entonces, hace poco en Kiev, nos enteramos que estaba Nachtwey. ¡No mames, que está Nachtwey! Me dice David, güey, yo sí me tomo una foto con ese cabrón. Le digo ‘no mames’. Y un día que no quiso salir y no mames, me salió lo freaky y dije ‘este güey es James Nachtwey’, es un señor como de 70 años, viejito. Tampoco caí de groupie, lo conocí y platiqué con él y hoy lo encontramos aquí. Entonces me dice David ’¡Oye, oye, güey! ¿Ahí está mi papá, no? ¡Es Nach, wey!’ ¡No mames!, ¿A poco?, Ah, sí es él, y como según yo ya lo conocía, lo vimos en un incendio y se lo presento y David ’¡Hi!, ¡Y!’ Todo penoso, como de rancho, se lo presenté y callado y bueno, ya le hice ya la foto con su papá”.
David y Cristopher no paran de reír al recordar la anécdota, en este día tan rudo, cuando las bombas han caído a unos metros.
Peinado termina la entrevista reconociendo ese diamante en una mina dinamitada constantemente donde hoy labora.
“James Nachtwey ha estado en todas las guerras. Es como Michael Jordan de la guerra, ahí te mando al ratito una foto”, concluyó nuestra transmisión.
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