Eran poco después de las 6:00 de la mañana cuando Yuliani López, joven migrante venezolana llegada a Juárez un mes atrás, despertó de un inquietante sueño.
Habían pasado más de 32 horas desde la noche del incendio ocurrido en las instalaciones de la eufemísticamente llamada “estación temporal migratoria”, en la que murieron trágicamente 39 migrantes que, literalmente, fueron dejados a su suerte a merced del humo y las llamas.
Desde esa fatídica noche no había tenido noticia alguna de su amigo Orlando, otro venezolano con quien había tejido una estrecha amistad desde que se conocieron en una de las caravanas de migrantes llegados a la ciudad a finales de febrero pasado.
Orlando José Maldonado Pérez, de 26 años de edad, había sido uno de los detenidos durante la tarde-noche del lunes en uno los operativos de retiro de migrantes realizados por el INM en los cruceros de la ciudad.
Un operativo que había sido anunciado por el INM para “salvaguardar la integridad de los niños, niñas y adolescentes migrantes que se encuentran en los cruceros de la ciudad junto con sus padres”.
Para Yuliani, la palabra “resguardar”, tan utilizada por la autoridad como sinónimo de “proteger” para justificar las detenciones efectuadas entre sus coterráneos, no tiene desde esa noche otro significado que el de “condenar a muerte”.
Una prima de Orlando que había sido también detenida junto con él y un grupo de migrantes cuando pedían dinero en la calle, fue liberada más adelante. Su primo, sin embargo, fue retenido en las instalaciones donde pocas horas después inició el fuego.
“Él era un amigo, era como un hermano porque ya teníamos tiempo conociéndonos y vivíamos prácticamente juntos, pagábamos una habitación diaria y nos ayudábamos mutuamente. No tenía por qué morir de esa forma, ni él ni nadie de los que estaban ahí”, comenta mirando directamente a los ojos de quien la cuestiona.
Colgando al frente de su torso, Yuliani luce un cartel con el sonriente rostro de su amigo, como reclamo de justicia, mientras afirma que lo buscó por horas tratando de saber la suerte que había sufrido en la trampa mortal en que se convirtió la celda del área de los hombres.
Sin tener la certeza de si estaba herido o muerto, pasó parte de la noche junto al grupo de migrantes que, entre arengas exigiendo justicia, buscaban a su vez información de familiares, amigos o compañeros de travesía. Hasta que, justo cuando se levantaba a temprana hora del miércoles, recibió la confirmación de que el nombre de su amigo estaba en la lista preliminar de fallecidos.
“Me apareció la noticia y me vine para acá volando, me dije ‘¿qué pasó?’ Pero ya los muertos se los habían llevado y él estaba en la lista de los muertos. Entonces ya se me ha quitado la esperanza de que esté vivo”, manifiesta con resignada seriedad.
Curtida por una travesía que ocho meses atrás inició desde Perú, llevándola a atravesar la peligrosa selva panameña del Darien –calificada como una trampa mortal para los migrantes venezolanos– Yuliani enfrenta los micrófonos con envidiable y desenvuelta entereza.
“Orlando tenía 26 años. Su mamá ahorita, ¿cómo está? Destrozada, no sabe qué hacer, no puede venir para acá, estamos demasiado lejos. ¿Es justo eso? No. No es justo. Estamos viviendo una injusticia demasiado grande”, manifiesta.
Con un mes de estar varada contra su voluntad en la ciudad, luego de una travesía en la que ha sido víctima de vejaciones, espera poder arreglar pronto una cita en la aplicación del CBP One, que hasta ahora le ha resultado infructuosa.
Solo pide que las autoridades les permitan estar tranquilos mientras logran dar el último paso de su recorrido.
Lo único que yo quiero es justicia y que ya nos dejen tranquilos, amigo; que nos dejen avanzar en paz. No podemos estar seguros en algún lado, y ya basta; nos meten ahí como si fuéramos unos presos, como si hubiéramos matado a alguien, y es injusto porque no estamos haciendo nada. Solamente es pedir, más nada. Pedir ayuda”, reclama.
Aprovecha entonces para agradecer a la gente de la ciudad, a la gente de la calle, el apoyo que le han brindado para sobrevivir durante todo este tiempo. Pero, dado lo ocurrido a su amigo, hoy se dice temerosa de salir a buscar el sustento.
“Yo tengo ya un mes acá y no vivo como quien dice estable. Simplemente, como quien dice, es salir a las calles para que los mexicanos acá… sí le agradezco mucho a los mexicanos que me han ayudado, pero después que pasó esto yo ya no he salido, ya me da miedo”, expresa.
Al exigir justicia por lo ocurrido a los 39 fallecidos, dice sentirse cansada de ver tantos cadáveres como los que ha visto desde su paso por el Darien, que le siguen saliendo al paso a tan pocos metros de su aún distante objetivo final.
“Amigo, ya basta, ya han sido demasiados muertos, niños muertos. ¿Qué estamos esperando, que nos sigan matando poco a poco a cada uno? Tenemos familias en Venezuela que más o menos dependen de uno. Salimos para buscar un futuro, no para morirnos acá en Juárez o en cualquier lugar. No por ser inmigrantes somos basura. Somos gente y también sentimos”, reclamó.
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