Una de las grandes interrogantes de la humanidad es saber, al morir, quién tiene la última palabra. Narciso «Chicho» Vargas forma parte de un oficio que se ha convertido en una tradición familiar en la que, sin mayores pretensiones, graban las frases finales para quienes se han ido al más allá.
De oficio «monumentera», su familia por más de 60 años se ha dedicado a la creación de lápidas y la colocación de epitafios en las tumbas de los panteones Tepeyac y San Rafael, principalmente.
Cientos de tumbas –quizás miles– han sido elaboradas por ellos y llevan grabadas las últimas palabras de aquellos que algún día recorrieron las calles juarenses.
Junto a sus hijos, Chicho se dedica a la manufactura de lápidas en su taller ubicado en las calles Acutzingo y Bélgica, en la colonia San Antonio.
El oficio fue heredado por su abuelo homónimo, quien comenzó a trabajar en esa rama en la década de 1950, y hasta la fecha prevalece como la principal fuente de sustento para la familia.
«Somos monumenteros desde el abuelo, somos de los primeros, mi abuelo Narciso Vargas es de los pioneros, junto con los de La Chaveña, de hecho allá inició mi abuelo, allá por la calle Carlos Adame, y de ahí ya se vino en 1957 para acá, él fue que nos dio el oficio», comenta.
Las lápidas se hacen con mármol granulado, cemento blanco, cemento gris, grava, arena y alambrón, y el proceso para su creación inicia al vaciar la mezcla en un molde, que se emplasta con el mármol granulado. Luego se le echa el cemento gris, mientras se le ponen las formas del diseño que se ha elegido.
La pieza se deja secar durante un día en tiempo de verano; durante la temporada invernal tienen que pasar 48 horas, antes de continuar el procedimiento, que consiste en sacar del molde la figura y proceder a pulirla con un esmeril.
«Se comienza a desbastar para que salga a flote el granito, luego sale un poro, ese poro se resana, luego se mete a la arena, al siguiente día se le da otra vez esmeril fino y se le da un segundo resane, para que si queda algún poro ese lo termine”, explica Chicho.
“Ya después se le da su lijada, ácido sálico para que levante el brillo y posteriormente se sella para que se quede el brillo con cera para calzado, que es la que mas durabilidad tiene, y entonces es cuando ya quedan listas», agrega.
Las losas se hacen sobre pedido, aunque se tienen algunos de los modelos en existencia por si se requieren de manera inmediata.
«Ahorita ya no estamos agarrando lápidas para compromisos desde el día primero de octubre, para darle auge a los compromisos que ya tenemos, y como tenemos otro taller en el panteón san Rafael, allá tratamos de abastecer la exhibición», comenta.
Ejecuciones no impactan la venta
Contrariamente a lo que pudiera pensarse, la ola de homicidios que se ha registrado durante años recientes en la ciudad, no se ha reflejado en la adquisición de los servicios de los monumentos, ya que la colocación de la lápida no siempre ocurre inmediatamente después del sepelio, sino que en ocasiones pasa mucho tiempo antes de que la familia se decida a instalarla.
«No vayamos muy lejos: de los ejecutados en semanas pasadas en el Camino Real, el pobre muchacho no tenía ni en qué caerse muerto, vino familia de Torreón por él a sepultarlo, y aunque les dejaban la fosa en 5 mil pesos, no tuvieron para completarla; al último se cooperaron y los sepultaron allá para la Montada, porque no completaron», mencionó.
Vargas consideró que la sepultura de la gran mayoría de las víctimas se dio en circunstancias tristes como la anterior, y que en muchos de los casos los cuerpos fueron olvidados por las familias, y fueron enterrados en fosas de no identificados.
«Fue un fenómeno muy grande, es que mataban a los chalanes pero no al bueno, y cuando llegaban a darle al bueno se lo llevaban a El Paso a incinerarlo, o a otros como el Recinto de la Oración, y a los pobres burritos se los llevaban a San Rafael», expresó.
Ahora hay otras necesidades
Para Chicho, la colocación de lápidas se ha convertido en un asunto de última necesidad, remarcando la ironía que esto representa ya que, dice, si bien es lo último que se hace por un ser querido que ha partido, ahora, con la crisis económica, las posibilidades de poner este detalle son cada vez menores.
«Hay más necesidades, la gente se preocupa más por cambiarle el aceite a la troca, por techar su casa para que no se gotee, que por ponerle la lápida a la tumba de su jefita, a menos que salte alguno que diga ‘deja le digo a mi carnal, está en El Chuco (Estados Unidos) y como quiera me manda una feria’», indica.
Palabras para elegir…
Parte de la creación de las tumbas, de las que la familia ha hecho ya miles durante más de seis décadas, es la colocación del epitafio, las palabras finales con las que el difunto será recordado en la Tierra.
«La gente nos lo trae o nosotros le damos uno a elegir; tenemos un catálogo, hay gente que pide el Salmo 123, pero también tenemos un catálogo de epitafios. No es muy común que la gente ponga sus pensamientos finales, por lo general les gusta uno de otras tumbas y piden eso, pero yo sí ya me hice el mío, pero no se lo voy a decir porque lo voy a patentar porque luego me lo piratean”, dice entre carcajadas.
Tras reír sobre el tema, Chicho se pone serio y reflexiona sobre el paso del hombre por el mundo.
Asegura que en la vida que le ha tocado, ha procurado que sus hijos sean felices, que fue elección de ellos dejar la escuela para seguir en el oficio de monumenteros y ahora, que ya están casados, le resta enseñarles que sean padres y hombres de bien.
«Mucha gente vive bien y tiene sus casas, ¿sabe de qué?, de vender naranjas afuera de las escuelas, de vender dulces y de ahí le dieron estudios, ¿y qué pasó con los hijos?, algunos no viven de las raíces de lo que les dieron sus padres y perdieron el piso y yo no, gracias a Dios he tenido esa perspectiva de la vida, al que le va mal es porque anda mal o porque de plano no quiere trabajar», aseguró.
Para él, más que preocuparse de los momentos finales de sus seres queridos, la gente debe procurar el día a día, aprender a llevar por el bien a los hijos y acompañarlos siempre.
«Es triste ver cómo hay vidas que se pierden; en una ocasión me tocó ver a una mujer que lloraba ante la tumba de su hijo, se lo mataron en un bar o junto con otros, y le decía ‘¡ay, hijo mío, por lo menos ya voy a saber dónde estás, porque todas las noches me la pasaba buscándote!’”
“¿Por cuántas noches amargas no pasaría esa madre? Pero así es la escuela de la vida”, puntualiza Chicho mientras se aleja apresurado para atender a un cliente que llega.
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