Han pasado muchas Navidades desde que fui niño, pero aún recuerdo con vehemencia los regalos de aquel entonces. No existía nada que se manipulara con un dedo, todo era análogo o de cuerda, los juguetes transitaban de ser de plástico a lámina o viceversa, por supuesto los de lámina era muy caros, como los juguetes de marca Tonka. Mi ilusión siempre fue tener un camioncito de volteo, el cual no pudo llegar, pero la alternativa era uno de plástico muy similar que hizo las veces del antes mencionado.
Conforme uno va creciendo el espíritu de los regalos se va perdiendo, a veces ya en pleno fastidio y para no molestarse, se regala un sobre con dinero para que el homenajeado haga lo que le venga en gana, sin embargo, ello pierde la esencia, se acabó ese ritual de sorprender con un regalo, casi todo se arregla con dinero, aunque no todo está perdido, los regalos más actuales son un celular, una tableta, una pantalla o una computadora. No hay forma de errarle, ya que todo el mundo necesita una pantalla, ya sea incrustada en el teléfono, en la pared, en el automóvil incluso. Ahora hay pantallas incrustadas en los refrigeradores.
Me di cuenta que había dejado de ser niño cuando los regalos cambiaron vertiginosamente de esencia. Ya no eran juguetes, ahora eran calcetines, una camisa o tal vez un pantalón y de vez en cuando un par de zapatos. Ya no era tan emocionante el regalo que cada año llegaba, además, lo anteriormente mencionado no iba envuelto, simplemente venía en una bolsa con la marca de la tienda o la marca de la ropa. En ese mismo paquete venían los calcetines o la camisa o lo que fuera, pero todo estaba aglutinado en un solo sitio, ya sin papel de regalo, ahora era menos formal y también menos maravilloso, un poco más desangelado y con más ganas de quitarse la bronca que de sorprender.
En mi andar como psicólogo escuché a un ama de casa compungida, con infinitas ganas de divorciarse ya que el marido había olvidado el aniversario de bodas y por ende, no le había regalado nada. Sinceramente ya no supe qué era lo más grave, si no acordarse del aniversario (por andar jugando futbol) o no regalarle aunque sea una “caca envuelta” (palabras de mi madre Soledad Quintana). En efecto, el final de esta pareja fue la separación y uno de los pretextos fue ese.
Hace algunos años estando en la Ciudad de Chihuahua me senté en la Antigua Paz, cantina con más de 100 años que está ubicada en el centro de la ciudad. De todas las cosas bellas que hay en Chihuahua creo que esta es la que más vale la pena, ya que no se ensucia con la política. Uno de los anfitriones supo que su servidor era de Ciudad Juárez, por lo cual acudió a los músicos y les pidió una canción para el invitado, aquella hablaba de un mafioso que le regaló las cabezas de sus enemigos en el maletero de un carro. El que escribe se sorprendió por la letra y le preguntó al invitador el porqué de la selección musical: “es que vienes de Juárez, solo para que no pierdas la costumbre”. ¡Ah, pa’ regalito!
Los más execrable son los intercambios de regalos, pocos quedan contentos, no obstante, la gente persiste en hacerlos. Tal vez lo que excita es el ritual de lo que posteriormente viene concatenado: el chisme, la queja, y la inconformidad. Unos quedan mal por codos y otros por sus gustos excéntricos, pero lo que no tiene falla es mejor no participar. Quien le entra, sabe que su integridad está en riesgo, no solo por lo que reciba, sino también por lo que regala.
Después del lunes 9 de enero se sabrá si el regalo de AMLO a Biden fue de su agrado. Tal vez también le regalen un sobre para que haga con él lo que le venga en gana, ya ven que de esos hay varios pendientes en Morena.
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