En la calle Matamoros, el pavimento se pudre.
El drenaje colapsado escupe aguas negras que corren por las calles como si fueran venas abiertas sobre el asfalto.
Los baches se multiplican cada vez que llueve…
Y Don José Ángel Pérez —vecino de toda la vida— ya perdió la cuenta de cuántas veces ha visto pasar administraciones prometiendo arreglar lo mismo.
“Parece una enfermedad incurable”, dice mientras mira los charcos con resignación.
Y quizá tenga razón: el abandono también enferma.