Las horas previas al acto con el que Xóchitl Gálvez inició en Fresnillo su campaña rumbo a las presidenciales, alguien ordenó colocar cinco mantas con mensajes intimidatorios. El detalle de su contenido, en realidad importa poco. Lo relevante es el hecho en sí mismo. En una ciudad con casi 200 cámaras de vigilancia, sitiada por militares, guardias nacionales y agentes estatales de cara al arribo de la candidata, los presuntos criminales pudieron maniobrar sin ser vistos.
Gálvez y sus estrategas eligieron Fresnillo justo por ser el municipio con el mayor nivel de percepción de inseguridad en México, con 96 de cada 100 personas. Lo hizo a las cero horas del 1 de marzo, en un mitin poco concurrido, pero que cumplió la premisa del simbolismo: ella encabeza la cruzada por un país sin miedo, cuya paz se ha propuesto recuperar con otra guerra sin cuartel hacia esa entelequia llamada “cárteles”, origen y destino de todos los males y desgracias.
“Se acabaron los abrazos para los criminales”, fue una de varias frases hechas con las que llenó su discurso. Pero mientras habló, las calles se mantuvieron vacías y dieron noticia de la intrascendencia que guarda la diatriba electoral en un lugar como ese.
Al centro de otro de los puntos oscuros del país, en Lagos de Moreno, Jorge Álvarez Máynez dio por iniciada también su carrera por la presidencia. Situado al fondo en todas las mediciones, con menos del cinco por ciento en la intención del voto, el candidato de Movimiento Ciudadano ondea la misma bandera que la representante de Fuerza y Corazón por México. Acusa al bloque opositor de ser causantes de la pobreza y la militarización de la seguridad pública, que terminaron por aumentar el crimen y la violencia, y al bloque encabezado por Morena de incompetencia y falta de empatía hacia las víctimas del terror.
En ese país que han dejado unos y otros, Álvarez comparte la angustia de la mayoría. “Yo también temo por el futuro de mis hijas y de mis hijos”, dijo. “Pero voy a ver de frente a ese problema y asumo la responsabilidad en seis años de iniciar la pacificación de México, iniciar la construcción de justicia, acabar con la impunidad, acabar con la violencia”. Una fórmula tan vacía y básica que nadie puede tomarse en serio. La víspera, cinco personas fueron asesinadas a poca distancia de la tarima sobre la que habló. Quién y por qué los mataron, da el contrapunto a su discurso.
Si bien Claudia Sheinbaum empleó su acto inicial con la exposición de los 100 compromisos de gobierno –algo que se permite ante la ventaja abrumadora que le conceden las encuestas–, ha dicho que tiene un plan para continuar con la reducción de la violencia criminal alcanzada por la administración de López Obrador. En apenas cinco años, el registro de homicidios ha rebasado por más de 35 mil a los cometidos durante el sexenio anterior, pero en los indicadores expuestos por el propio presidente se demuestra una reducción del 19 por ciento. El hecho de que la línea ascendente de los asesinatos marque un ligero declive, no sirve de mucho para un país con porciones enteras bajo dominio de células delictivas y en abandono institucional. Los pormenores de cómo habrá desarrollar la estrategia, seguramente los dará a conocer en el curso de las próximas semanas, aunque de los tres en contienda, Sheinbaum es la única con experiencia demostrada. Bajo su gobierno, la Ciudad de México obtuvo resultados notables en casi cualquier rubro de la seguridad. Pero una cosa es la capital y otra muy diferente Zacatecas, Jalisco, Michoacán o Guerrero, por citar solo cuatro ejemplos.
De vuelta a Fresnillo, la colocación de esas cartulinas me hace recordar “la guerra de narcomensajes” que se dio en las entidades donde se implementaron las Operaciones Conjuntas, el eufemismo con el que el gobierno de Felipe Calderón bautizó su violenta ofensiva. Lo que el ciudadano veía eran mensajes en los que se anunciaban o se explicaban asesinatos. Mantas y cartulinas colgadas en avenidas o clavadas en los cadáveres, colocadas muchas de las veces por las propias autoridades, fueran civiles o militares. La violencia y el crimen son algo más complejo que las frases efectistas de quienes aspiran gobernar al país y presumen de un arrojo y valentía que solo se permiten por estar bajo cuidado de equipos de seguridad que les aporta el propio Estado.
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