La vida en el alberge para migrantes Pan de Vida es dura. El frío de las 9:00 horas duele. El viento corta la piel. Las señoras, salvadoreñas, guatemaltecas y hondureñas, salen por agua, ateridas por la helada a la que no se acostumbran.
Los hombres salen a deambular por los cruceros. Piden limosna. Como Ramón Xirau Ortiz y Derek Ramírez, quienes fueron abusados por sus patrones, uno propietario de un taller de carrocería; la otra, dueña de una tienda de ropa en el Centro.

El campo, amplio, del albergue, cuenta con pequeñas viviendas que habitan los migrantes, una por familia. Los muros están helados. En muchas, las puertas están abiertas “para que se salga el frío”.
Saben que si mantienen las puertas cerradas bajará aún más la temperatura, por lo que prefieren fundirse en el ambiente y aprovechar un sol incipiente, debilucho, con una luz opaca. El astro consuela poco.
Los ojos de Ramón están ausentes. Conversa, pero en su mirada no existe brillo. Tienen la opacidad de la depresión, sin energía.
“A mí el señor me pagaba menos, por ser hondureño”, comenta. Desayuna un Gansito y un jugo en envase de plástico. Se disponen a buscar la vida, donde quiera que esté.
“El dueño del taller tenía tres semanas sin pagarme. Cuando le cobré, me acusó de robo. Vinieron por mí y estuve dos días en la cárcel, hasta que se aclaró todo”, enfatiza. Aun así, muestra resiliencia: “La vida no es injusta o justa, es vida y punto”.
Migrantes: Ser viajero eleva la condición de paria
Ramón recorre las filas de autos, en los semáforos, con un cartón en la mano en el que anuncia su desgracia: “Somos migrantes guatemaltecos. Apóyenos”. Ser viajero en busca de mejor destino, se eleva a condición de paria.
Miembros de la organización Save the Children ofrecen terapias sicológicas a los niños y a sus padres. A Ramón lo mata la ansiedad. Su pasado está atrás, muy lejos y su vida no tiene horizonte.
Ismael Martínez, director del albergue, señal que los refugiados tienen más de dos años varados en Ciudad Juárez, lo que les causa estrés, depresión y conductas agresivas, lo que dificulta el control del lugar.

“Los centroamericanos no son como los cubanos. Están más desvalidos, menos preparados, vienen de países con muchos años de guerra. Los cubanos no se sienten víctimas, reclaman y saben organizarse”, señala Martínez, pastor evangélico.
Se refiere a la toma del puente internacional de la Juárez. Los migrantes de la isla tuvieron la capacidad de mantener bloqueado el cruce durante 10 horas. Con movimientos tácticos de avance y de retroceso.
Ramón ya está los cruceros, Derek acaba de desayunar y aborda un camión, rumbo al Centro de la ciudad. Visita las bodegas de frutas y de otros productos alimenticios. Se ocupa como estibador. En ocasiones, simplemente, le regalan algo de comida.
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