A 15 años del brutal asesinato de Marisela Escobedo Ortiz, activistas visitaron su tumba en Ciudad Juárez para recordar no solo su lucha, sino la impunidad que persiste en torno a su muerte y al feminicidio de su hija, Rubí Marisol Frayre.
El 16 de diciembre de 2010, Marisela fue atacada a balazos frente al Palacio de Gobierno de Chihuahua, mientras sostenía un plantón permanente para exigir justicia por su hija, asesinada por su pareja sentimental, Sergio Barraza.
Marisela reclamaba la captura del responsable. Sin embargo, Barraza nunca fue detenido: murió tiempo después en un enfrentamiento con el Ejército Mexicano, como integrante de la organización criminal Los Zetas. Nunca rindió cuentas por el feminicidio de Rubí.
En cuanto al crimen de Marisela, fue detenido José Enrique Jiménez Zavala, alias El Wicked, señalado como autor material. Años después, él mismo aseguró públicamente que era inocente.
Para la familia Escobedo, esa versión siempre resultó insuficiente. Juan Manuel Frayre, hijo de Marisela, acusó que el verdadero asesino de su madre fue Andy Barraza Bocanegra, hermano del feminicida de Rubí.
Quince años después, ninguna institución ha esclarecido plenamente los hechos, ni ha desmontado las dudas sobre la responsabilidad real detrás del crimen.
Ayer lunes, activistas y compañeras de lucha acudieron al panteón Jardines Eternos, en la colonia Satélite. Entre ellas estuvo Imelda Marrufo, de la Red Mesa de Mujeres.
Limpiaron la placa de Marisela, dejaron flores y colocaron pancartas con mensajes que mantienen viva la memoria de su lucha: “Quiero vivir, no sobrevivir”, “indignación y rabia que no se silenció”, “queremos justicia”.
A quince años de su asesinato, la exigencia permanece intacta: Marisela murió reclamando justicia para su hija. Y el Estado nunca se la otorgó, sostienen las activistas.
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