Enfrentarse a lo desconocido, avanzar a ciegas, sin caer en pánico, aunque todo indique que a los lados está el precipicio, hay que seguir hasta llegar a la otra orilla.
Son las semanas del origen de la presencia del coronavirus en la ciudad. Son los días de marzo, cuando hay que cambiar las formas de entender la realidad; hay que readecuar los espacios de hospitales y crear salas especiales para la atención a la pandemia.
Son las horas para tomar decisiones fuertes para el personal médico, es tiempo de dejar a la familia atrás y entrar a los hospitales, convertidos ya en verdaderas zonas de combate. Allí permanecen aún los héroes, donde hace meses libraron una de las más grandes batallas que se han registrado en la historia reciente de la humanidad. Son las Salas de Atención Covid.
Ocho meses sin ir a casa
María Martina Piñeda, el año pasado, fue una de las decenas de mujeres y hombres trabajadores del Sector Salud, que tuvieron que salirse de casa para evitar contagiar a sus familiares que tenían comorbilidades.
Con 14 años de experiencia como enfermera, María recuerda como una experiencia traumática y dolorosa haber dejado a su familia por 8 meses.
“Me tuve que salir de casa porque ahí tenía personas vulnerables, duramos mucho tiempo fuera, fue muy traumático, muy doloroso. Duele mucho dejar a la familia”, mencionó.
La mirada de Piñeda refleja su fuerte personalidad. El cambio que hay en sus ojos de bondad al recordar a los suyos, se torna intenso; esto, al pensar en la gente que aún se mantiene incrédula al fenómeno sanitario.
“Ahorita, en este tiempo, yo soy una de las que me da mucho coraje que salen con que no es cierto, que era puro asunto político, porque le digo, yo lo viví, duré 8 meses fuera de mi casa”, mencionó.
Meses de aislamiento, tiempo de rechazos
En esos meses de aislamiento, Piñera junto con otro grupo de compañeras en situaciones similares, rentó una casa donde estuvieron alojados el tiempo que permanecieron los altos índices de contagios y casos en la ciudad.
“Sí es muy duro estar hablándole a la familia. Fui la proveedora económica y no podía verlas, yo lloraba cuando hablaba con mis hijas, lloraban igual mis compañeras”, recordó.
A la tristeza de no poder estar con sus seres queridos se sumaba un nuevo reto, el del rechazo de la ciudadanía. Ante el desconocimiento de la enfermedad, comenzó a cerrarles las puertas de negocios y servicios.
“Nos veían vestidas de blanco y pensaban que nosotros traíamos el Covid. Para salir era necesario quitarse el uniforme, para evitar la discriminación”, mencionó.
“En un Oxxo me cerraron la puerta después de salir supercansada y quería un café, y el personal me dijo no me lo podía vender y que me retirara. Le dije qué lastima, porque tal vez a ti o alguien cercano tuyo en alguna ocasión necesitará que le atienda”, apuntó.
Hoy en día, los niveles de internos han disminuido de manera considerable. En promedio hay de 9 a 12 pacientes en el área Covid-19, pero hubo meses en que se registraron llenos totales.
“Fue una experiencia muy dolorosa para muchos de nosotros, para muchas compañeras, para compañeros de otras instituciones que tuvimos que salirnos y dejar todo. Dejamos casa, hijos, papás, hermanos, porque eran personas vulnerables y no sabíamos nosotros realmente nada de la enfermedad”, recordó.
Somos los apestados
Si algo no deja de sorprender e indignar a María Martina, es la reacción de la gente recién contagiada, quienes llegan aún sin creer, hasta que comienzan a sufrir el padecimiento.
“Cuando la gente lo ve de cerca sabe que esto es cierto, pero antes están diciendo que es un invento, que la enfermedad no existe”, comentó.
Pese a los sacrificios que implica pertenecer a la extensión hospitalaria del área Covid-19 y permanecer en el turno nocturno, Martina dice que aún hay personas que le señalan no estar haciendo nada extraordinario.
“A mí me da mucho coraje que a estas alturas, que casi son un año y meses que estamos en la misma área, y que todavía sigan diciendo que seguimos haciéndonos tontos. Y más tristeza me da ver que la misma gente que se está recuperando nos comenta que en el área que estamos somos los apestados, nadie se acuerda de nosotros”, agregó.
María Piñeda fue la segunda persona vacunada contra el Covid-19 y también formó parte del equipo que recibió al primer internado por esta enfermedad en el Hospital General.
“Es una experiencia muy dura, llegar al trabajo y no saber nada de la enfermedad. Estábamos aquí en el hospital y lo único que sabíamos es que los más vulnerables eran los diabéticos, los hipertensos, el adulto mayor”, recordó.
No todos sobrevivieron
Para María Martina, el compañerismo fue clave para salir adelante en los días difíciles. Con la pandemia se formó una nueva familia, en la que se cimentaron bases más solidas para sobreponerse a la depresión o inclusive actuar con prontitud.
Aunque se extremaron cuidados, algunos de sus compañeros no lograron vencer la batalla y cayeron víctimas de la enfermedad.
“Hay gente que no cree porque en su familia no se han presentado casos, y dicen que no es cierto y aparte no se vacunaron”, comentó.
Volver a casa después de meses de haber combatido en el infierno, de pasar desapercibida para la gran mayoría de la gente, es algo con lo que el personal médico ha aprendido a convivir como parte de esta nueva normalidad.
Para Martina, reencontrarse con los suyos fue una mezcla de emociones, fue muy grato y doloroso, a la vez, porque atrás de ella se quedaban los pacientes, ese otro lazo que el trabajo fortaleció como una nueva familia.
“Yo en lo personal estoy con el miedo de tener que regresar a una situación similar, de que vayamos a retroceder con esto por la falta de responsabilidad de la gente. Pero a veces, el simple hecho de que te digan gracias, es suficiente para continuar”, puntualizó.
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