La antropología forense y la historia del arte descifran los enigmas del pasado de los mayas para descubrir cómo buscaban crear un espacio ideal para los dioses mediante las alteraciones corporales
Hace 70 años se descubrió la tumba de Pakal, uno de los más grandes gobernantes mayas, quien estuvo a cargo de Palenque entre los años 615 y 685, periodo de gran prosperidad para su pueblo.
La preservación de su esqueleto, encontrado al interior del Templo de las Inscripciones, ha dado la oportunidad de conocer a lo largo de los años más detalles acerca de los hombres que dirigieron una de las más celebres civilizaciones prehispánicas. Sus huesos siguen mandando mensajes.
Su cabeza fue objeto de al menos cuatro modificaciones a lo largo de su vida. Prolongados entablillados, apoyados en almohadillas sostenidas con cuerdas y vendas que rodeaban la frente y el occipucio fueron modelando su cráneo hasta obtener la forma tabular oblicua característica de sus imágenes.
Se calcula que entre los once y doce años se le realizó el limado de los dientes incisivos para tallar el jeroglífico IK (viento), una leve forma de T. Las imágenes de Pakal también revelan una prótesis nasal, pero de implante subcutáneo, pues los huesos no atestiguan una intervención mayor.
Bioarqueología
Las herramientas científicas se han vuelto más precisas. La bioarqueología, disciplina encargada del análisis de los restos óseos humanos procedentes de contextos arqueológicos, se ha fortalecido para plantearse nuevas preguntas sobre los hombres del pasado.
El trabajo a cargo de Vera Tiesler, especialista en ciencias antropológicas de la Universidad Autónoma de Yucatán, y de Erik Velásquez, investigador del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, buscó profundizar sobre las ideas que los mayas antiguos tenían sobre el cuerpo humano.
Mediante diversas técnicas de antropología forense, los antropólogos físicos han podido determinar cómo lucían los antiguos mayas cuando estaban vivos. Esto ha permitido que los especialistas se planteen nuevas preguntas, como qué tan lejana o cercana era la representación iconográfica a la real, qué elementos fisonómicos fueron alterados en sus cuerpos, qué elementos eran exagerados o inventados en las imágenes, y qué detonaba estas transformaciones.
“Los retratos son imágenes que no sólo corresponden al cuerpo biológico, sino al cuerpo cultural” señala Velásquez y explica que la iconografía de los mayas condensa de esta forma las imágenes de los dioses. “Los mayas, al ser politeístas, no creían que hubiera una sola alma, sino creían que los seres humanos tenían varias almas y que eran los dioses mismos del cosmos los que fluían por el torrente sanguíneo”. Es así que el cuerpo de los gobernantes era modificado artificialmente durante su vida para que se convirtiera en un espacio adecuado para que lo habitaran los dioses, considerados como fuerzas anteriores a la creación del Universo.
Uno de los grandes temas de investigación de la doctora Vera Tiesler son precisamente las modificaciones corporales de los mayas. Se calcula que más de tres mil cráneos de áreas mayas se han estudiado para determinar sus modificaciones craneales, mientras más de 200 series de esqueletos han permitido reconocer las particularidades de la bioarqueología en la zona.
“Había una serie de elementos corporales que se iban modificando a lo largo de la vida. Cuando nacían los bebes eran sometidos a una serie de vendajes en la cabeza, entablillados y masajes para formar el cráneo, modificarlo” señala Velásquez y subraya que justo uno de los casos más conocidos y estudiados es el de Pakal en Palenque, quien poseía a la perfección la peculiar modificación en el cráneo de forma tabular oblicua de arriba y luego moldeada hacia atrás.
Esta modificación también provocó ciertos rasgos en su rostro, como frente alargada, mejillas salientes, protuberancia bucal y ojos saltones. “Era la forma del dios del maíz. Con esta alteración también les interesaba transformar otros aspectos de la fisonomía, como los orificios de boca y fosas nasales, que eran considerados también entradas al interior del cuerpo humano”.
Para Velásquez la modificación de la dentadura está relacionada con el jeroglífico maya IK que quiere decir viento. “Eran grandes oradores y el viento estaba en el aliento como una materialidad divina que salía del corazón, como si fuera una cueva de palabras”.
Puntualiza que los mayas no creían en órganos internos con funciones vitales, pero sí creían en las almas como presencia de los dioses al interior del cuerpo humano, donde no había división entre alma y cuerpo, pues las almas de los dioses eran parte integra del cuerpo que habitaban; de hecho, la salud dependía del acuerdo de los dioses para convivir armónicamente en el cuerpo.
Cuerpo biológico y cuerpo cultural
Los restos óseos fueron comparados con la iconografía maya, retratos plasmados en soportes como pinturas, estelas, esculturas y cerámicas. Los investigadores se encontraron muchos elementos semejantes que estaban en el cuerpo viviente, pero también había otros elementos que lucían exagerados o habían sido modificados sólo para las imágenes.
“En los retratos se respetaban las modificaciones culturales pero eran plasmadas al extremo, pues se trataba de cambios que un cuerpo humano desde el punto de vista anatómico y fisiológico no podría tener”. Explica que un ejemplo de esto son los dientes, pues en las piezas dentales se observa una modificación insinuada que llevada a la realidad hubiera causado daños irreversibles simplemente en su poder de oratoria, actividad que ellos respetaban profundamente. “En piezas como la máscara de jade se puede observar estos detalles llevados a un extremo exagerado”.
El investigador del IIE-UNAM también señala que otra cosa que se observa exagerada en los retratos es una gran frente amplia, mediante la que se busca enfatizar el área del conocimiento. “También se buscaba que la nuca fuera cóncava porque se consideraba que la nuca natural era un área perniciosa que impedían el tránsito de las almas desde la cabeza hasta el pecho. Se ve en los cráneos la intención de modificar la nuca, pero en los retratos hay un efecto más exagerado de la presentación cóncava, como si estuviera abollada hacia adentro”.
Otro aspecto notorio a través de la modificación craneal, son los ojos saltones, un detalle más que Velásquez interpreta como la búsqueda de querer plasmar esa posibilidad de los gobernantes de ver más allá que el resto de los seres humanos. “Esto se ve en la antropología forense, pero se exagera en los retratos: esta mirada que tiene que ver con la clarividencia”. Explica que esto está relacionado con los mitos mayas sobre el origen de los primeros humanos, quienes tenían la capacidad de verlo todo, pasado y futuro, pero los dioses les tuvieron envidia y les nublaron la vista. “Por lo tanto, los seres humanos no vemos más allá del horizonte, en cambio el gobernante con su conocimiento sacerdotal, místico, puede externar sus almas y ver más allá de la mirada física”.
Otra exploración es sobre qué sucede cuando esta imagen del cuerpo humano se lleva a la piedra o a la vasija de cerámica, que eran concebidos como soportes con alma. “Cuando vemos las esculturas mayas, como las jambas jeroglíficas con escenas, estelas y altares, se observan bajorrelieves con concurrencia de diferentes almas, incluida el alma de la piedra como símbolo de la permanencia”.
Los restos óseos son el ancla de las proyecciones sobre la filosofía maya que han permitido conocer más sobre la relación entre la imagen de su anatomía retratada en sus obras y la estructura real de su cuerpo. La reflexión arroja una idea muy diferente a la corporeidad de la que se tiene en la actualidad. “Eran esqueletos que se iban modificando en diferentes etapas de la vida biológica, para lograr una apariencia teomorfa. Existe una idea general de que los mayas se modificaban por una cuestión estética, pero esta es una idea limitada. Su concepción sobre el cuerpo humano era muy distinta a la nuestra, pues no había separación entre alma y espíritu”.
Para Velásquez el cuerpo de los mayas tiene una coraza de materia dura, pero por dentro es un mundo sobrenatural, “un olimpo politeísta” que se concentra en el pecho, en el corazón y pulmones, desde donde se extiende a través del torrente sanguíneo. “De esto depende el funcionamiento del cuerpo, pero también la conducta humana. Los seres humanos por eso son seres contradictorios porque en él habitan muchos dioses y no siempre se ponen de acuerdo”.