Historias de abandono y resistencia: ancianos, deportados y jóvenes adictos luchan por sobrevivir en las calles sin techo ni derechos
El Estado los borra de censos y programas; sobreviven entre el frío, la droga y la indiferencia de una ciudad que los condena al olvido
Raúl Flores / Contexto | 7 octubre, 2025
Son las ocho de la mañana. Un grupo de gente se reúne afuera del albergue La Esperanza; son personas en situación de calle que esperan recibir un plato de comida caliente. Es una escena común que se observa a esa hora en el lugar, de lunes a sábado.
En un día normal, los voluntarios del albergue, encabezado por el pastor cristiano Hugo Sánchez, despachan entre 150 y 200 platos a personas sin hogar, una vez al día.
El albergue se ubica en la colonia Bellavista, a un lado de la zona centro de Ciudad Juárez, un sector donde se concentra una gran cantidad de personas en condición de calle. Solo en esta zona hay alrededor de 300 personas que viven día a día en las calles, dijo David Villalobos, quien ayuda en el albergue.
Villalobos, huérfano desde los 13 años, vivió ocho años en las calles de Tijuana, donde desarrolló adicciones al cristal y a la heroína. Ahora tiende la mano a personas que terminan desamparadas en las calles de Ciudad Juárez, donde decenas deambulan a la vista de todos.
Sin embargo, pese a su presencia en distintos rumbos de la ciudad, los indigentes son un grupo social excluido, incluso por las propias autoridades, que no solo los mantienen al margen de censos y programas, sino que prácticamente no los contemplan como sujetos de derechos.
Intentar contabilizar a la población en situación de calle en la ciudad es casi imposible. No existe un censo o registro oficial de este grupo vulnerable.
Es muy difícil realizar un conteo de estas personas, porque al no estar ligadas a un inmueble o a ningún lugar estable, no existe una metodología aplicable que logre contabilizarlas, ya que están en constante movimiento, explicó Javier Omar Campos Gómez, de la oficina del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en Ciudad Juárez.
Aunque el Inegi lo intentó en 2020. En ese entonces, el Instituto contó a cinco mil 778 personas en situación de calle en todo el país. De esos, 37 se ubicaron en el municipio de Juárez.
La única referencia previa a ese conteo es el Censo de Alojamientos de Asistencia Social (CAAS), que se llevó a cabo en 2015, pero solo arrojó la presencia de 46 personas “sin techo” –como también se les llama a las personas en condición de calle– en albergues en todo el estado de Chihuahua.
Ambos registros se quedan cortos con la realidad que se observa actualmente en las calles de la ciudad, por lo que los integrantes de este grupo social solo se pueden visibilizar con estimaciones de beneficiarios de algunas acciones de gobierno, como es el caso de las personas que se trasladan a refugios habilitados ante contingencias climáticas.
En el invierno pasado, por ejemplo, refugios temporales habilitados por Rescate, de Protección Civil municipal, recibieron a tres mil 629 hombres y 645 mujeres, un total de cuatro mil 274 personas en toda la temporada de frío, en su mayoría personas en condición de calle, se informó.
La cifra de cada invierno puede variar por algunos cientos, dijo Juan González, comandante del área de Rescate de Protección Civil.
En el invierno de 2023-2024, los refugios estuvieron en funcionamiento del 10 de noviembre de 2023 al 29 de marzo de 2024, y registraron un total de cuatro mil 827 personas.
Estos números nos pueden dar una mejor idea de la cantidad de personas que habitan en las calles de Ciudad Juárez, ya que en los refugios solo se admite a personas locales mayores de edad, explicó el comandante González. Aunque muchas de ellas rechazan el techo temporal que se les ofrece.
Sin embargo, para Salvador Salazar Gutiérrez, académico e investigador de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, la falta de un censo o datos estadísticos que permitan dimensionar, comprender y atender la problemática refleja la inacción y el desinterés del Estado hacia las personas en situación de calle.
Explica que la falta de esta información no solo impide diseñar estrategias efectivas, sino que se convierte en una forma de evasión por parte del Estado para no asumir su responsabilidad.
“Lo que vemos es una fuerte tendencia de desvinculación o de pérdida de presencia de instituciones del Estado para atender a las personas en condiciones de vulnerabilidad o en situación de calle”, señaló.
Aunque también, subraya, es necesaria una sacudida profunda en el imaginario social, ya que estas personas suelen ser asociadas con lo abyecto, como un estigma que debe rechazarse porque rompe con la imagen del éxito que se ha construido en el sistema capitalista.
Drogas, violencia familiar y pobreza empujan la indigencia
Las razones por las que una persona llega a vivir en situación de calle son diversas: van desde el consumo de drogas, la pobreza extrema y la migración –actualmente con un alto número de personas deportadas–, hasta huir de entornos familiares disfuncionales marcados por la violencia, e incluso desequilibrios mentales, mencionó Luis Moreno, administrador del albergue La Esperanza, ubicado en la calle Melchor Ocampo, en la Bellavista.
En ese lugar, las personas, además de los alimentos, reciben un mensaje religioso por un pastor de la congregación cristiana que administra el albergue. Muchos no rechazan, incluso se niegan a ingresar al local, pero igual se les comparte el pan.
Los alimentos se sirven adentro y afuera, a través de una ventana, comentó Moreno, quien asegura que a muchos de ellos se les ofrece la oportunidad de dejar la calle.
“Nosotros, desde que miramos a la gente en situación de calle, lo invitamos a que escuche la palabra de Dios. Ya si él decide quedarse, pues aquí lo apoyamos. Le damos poquita ropa, lo bañamos, lo procuramos”, dijo. “Si decide retirarse, nosotros no podemos detenerlo”.
“Si gusta rehabilitarse, depende de él”, agregó Moreno, quien aseguró que sí hay personas que han salido de esa condición, han formado una familia y se han dedicado a trabajar. También hay otros que recaen y pocos vuelven para retomar su vida.
Además de este albergue, dijo, opera otro al surponiente, por el sector conocido como “Los Kilómetros”, donde también se recibe a personas en condición de calle.
Moreno atendió la entrevista mientras se mantenía atento a la apertura del comedor, donde hombres y mujeres esperaban su alimento frente al púlpito del local, que al terminar el servicio religioso se convierte en comedor.
Es sábado y este día se sirvió menudo. Luis Moreno comentó que los alimentos que ofrecen son de donaciones que reciben de la comunidad, de algunos restaurantes y de una panadería, que buscan compartir con los más vulnerables.
La historia de Nicolás
A Nicolás Rodríguez, de 55 años, el consumo de drogas lo llevó a vivir en la calle, pasando la noche en casas abandonadas, en tapias o a la intemperie en la Plaza del Monumento, así como en otros puntos de la zona Centro.
“Toda la vida he usado drogas, la verdad. Todo tipo de sustancias: mariguana, alcohol, pastillas, cocaína, heroína, cristal… de todo, pues”, contó el hombre, quien desde marzo pasado decidió hacer un cambio en su vida y aceptó quedarse en el albergue La Esperanza, al que acudía con regularidad por un plato de comida.
Con voz lenta y la mirada en el piso, agregó que por sus adicciones, no pudo continuar con su trabajo en la maquiladora y su familia no lo ayudó.
“Te desechan por la situación”, afirmó. Tiene 10 hermanos que viven en diferentes partes de la ciudad, pero ahora no los ha buscado. “Todos tienen su vida hecha”, agregó.
Dijo que durante sus recorridos por la ciudad, cuando estuvo en condición de calle, se llegó a topar con sus hermanos o sobrinos, pero “no me hablan, mejor se voltean para otro lado”.
Nicolás narró que desde los 30 años empezó el consumo de heroína y eso lo llevó a la indigencia. “Con la heroína me fui al suelo, a la calle”, señaló.
Desde entonces, varias veces buscó salir de la situación, pero recaía. La ocasión más reciente lo mantuvo ocho años viviendo en la vía pública, comentó.
Sobrevivió de la venta de botes de aluminio que recogía de la basura, comía de los desechos que se tiraban en casas o restaurantes, y cargaba con una cobija que extendía donde le tocara pasar la noche.
Llegó al albergue en marzo pasado con un peso de 55 kilos y varios meses sin bañarse. Ahí lo asearon, le cortaron el cabello y le proporcionaron ropa, calzado y comida.
“Ahorita ya se me hace que peso como unos 70 kilos”, dijo con una sonrisa.
En esta ocasión decidió dejar la vida en la vía pública porque tenía un dolor muy fuerte en el abdomen; ahora sabe que se lo provoca una hernia y está preocupado, busca atención médica.
Su problema es que no cuenta con documentos oficiales. “Perdí todo, todo, todo”: acta de nacimiento, certificados escolares –terminó secundaria–, “nomás tengo un gafete que me acaban de dar en Todos Somos Mexicanos”, para acceder a programas de Gobierno donde pueda recibir ayuda.
La falta de documentos es uno de los grandes problemas de las personas en situación de calle, según el Programa de Derechos Humanos de la Ciudad de México, donde se impulsan programas en materia de derechos para este sector de la población.
En el documento se menciona también que algunas personas en situación de calle suelen ser detenidas y violentadas por la Policía solo por su apariencia; son rechazadas en actividades laborales formales ante la falta de documentación o educación, y pueden verse vulnerables ante violencia física, emocional, psicológica y sexual por parte de sus pares, familiares o autoridades, con pocas probabilidades de denunciarlo.
Eso lo conoce bien Nicolás. El hombre dice que cuando anduvo en la calle, buscaba juntarse con otros, mantenerse cerca para protegerse, sobre todo durante las noches, y porque los policías los molestan.
“Nos miran como delincuentes, pero no hacemos daño a nadie”, asegura.
El hombre contó que le causa sufrimiento sentirse olvidado de la vida. Por eso ahora dice que en serio va con su propósito de cambiar.
“Ya estoy grande, ya tengo 55”, dijo al tomar con sus manos una Biblia que le prestaron en el albergue. “Ya no sé cuánto tiempo pueda vivir, pero ya no quiero pasarla mal”, concluyó.
Excluidos, pero cada vez más visibles
Aunque las personas en condición de calle permanecen excluidas de la sociedad, cada vez son más en la ciudad, donde su principal desafío es sobrevivir a las condiciones de clima extremo, principalmente en invierno, coinciden los entrevistados.
Este contexto, sumado a una contingencia por frío intenso, impulsó a Marisol Escobar, directora del Asilo de Ancianos Desamparados, a habilitar un espacio al lado de ese lugar para albergar a personas en situación de calle durante el invierno pasado.
La Casa del Indigente, ubicada frente a la abandonada Plaza del Periodista, a una cuadra del Monumento a Benito Juárez, funciona de la misma manera que La Esperanza: a base de donaciones. Durante el invierno pasado, acogió a unas 100 personas que deambulaban por ese sector.
Es un lugar creado “por la gente y para la gente”, explicó Escobar, quien reiteró que no reciben apoyo del Gobierno e incluso se vio forzada a trasladar a las personas en condición de calle hacia el asilo de ancianos, ya que no tienen manera de pagar la cuenta de electricidad y ahora, con el calor, se volvió un problema económico.
Ahora, Escobar y su equipo de voluntarios tienen alrededor de 70 personas viviendo bajo un mismo techo, de las cuales estimó que entre el 60 y 70 por ciento son adultos mayores que estaban en situación de calle.
Los adultos mayores, específicamente aquellos que no tienen hogar, suelen ser ignorados. Varios de ellos han muerto en el albergue porque no tienen los cuatro mil pesos para el traslado en ambulancia, porque no hay ambulancias disponibles o simplemente porque “nos cuelgan el teléfono”, explicó Escobar.
“Ya no son prioridad y ya no son futuro; ya no son importantes ni para las familias ni para el Gobierno”, dijo.
Además, muchas de estas personas sufren enfermedades de salud mental, un aspecto que carece de énfasis en el país.
“En México, en cuanto a atención psicológica, estamos muy mal. No le ponemos tanta atención al estado psicológico del paciente, aquí por cultura o ignorancia”.
Tanto Marisol Escobar, de La Casa del Indigente, como David Villalobos, del albergue La Esperanza, coincidieron en que la crisis de migración que ha experimentado la ciudad en los últimos años contribuyó al incremento en la población de gente en situación de calle.
Cuando Villalobos llegó a la ciudad procedente de Tijuana hace tres años, como misionero cristiano, comenzó a distribuir comida en lugares de la ciudad donde se concentraban las personas en indigencia. En esos tiempos podían llegar a repartir cientos de platillos.
Actualmente, cuando acuden a estos “puntos estratégicos” –como el Monumento a Benito Juárez o la colonia Felipe Ángeles– no llegan a repartir más de 100 platillos, simplemente porque no hay tanta gente como antes. Muchos se fueron; solo quedaron los que por años han vivido en las calles de la ciudad y muchos acuden directamente a los albergues o comedores donde les sirven comida.
Ese es el caso de Felipe de Jesús y Fernanda Sosa, quienes hace unos días desayunaron en una de las mesas largas del comedor habilitado en el albergue La Esperanza. Mientras comían su menudo, ambos se volteaban a ver y platicaban con naturalidad, como si se conocieran desde hace años.
