Se llamaba Juan Pablo, era un tipo bragado de esos que nunca se les notaba la cruda. Usaba sombrero vaquero, tumbado hacia un lado, blanco. Le gustaban las camisas de las que tienen un bolsillo al pecho, azul cielo, con el cuello ruñido de lo viejo. En su mano izquierda portaba un reloj amarillento, era una réplica de lo vetusto de su cara. En la bolsita de la camisa metía un paquete portaplumas y papelitos que nunca usaba. El impacto que causaba era el mismo que causan esas bolsas tácticas que usan los guaruras en su pecho, que ahora se compran los tianguistas para simular que llevan un arma, pero lo que llevan es cambiecito. Las plumas en la camisa eran un mensaje simbólico, muy potente de que algo tenía pendiente por firmar, además, viniendo de un pueblito, nos quería decir que él sí sabía escribir, aunque nunca se comprobó, ya que nunca se le vio usarlas. Su vestimenta era muy característica de aquellos señores que venían del rancho pero que se establecían en la ciudad. Llevaba zapatos negros, pantalones Levi’s de poliéster, de los que nunca se planchaban, y que algún día fueron de color guinda, pero ahora eran guinda bajito. Don Pablo parecía calcomanía, ese atuendo nunca lo cambió, tanto así que murió allá por 1995 y lo tengo en la memoria como si fuera ayer.
Venía de algún pueblo de por allá de Balleza, Chihuahua, los que saben todavía comentan que en su tierra era un tipo que arreglaba las cosas con su pistola. Creo que si viviera tendría unos 110 años. En ciudad Juárez llegó a ser una especie de promotor del Partido Revolucionario Institucional, algo así como líder de colonia, por tal razón, ello le valió disponer de terrenos que vendían entre él y otros que aprendieron a ganarse la vida de una manera fácil. En plena periferia, cuando llegaban los trascabos que mandaba la presidencia, Don Pablo hacía el esfuerzo, subía media loma, se ponía en posición de descanso en un lado de la calle, se arreglaba el sombrero para evitar el sol, sacaba un cigarro y nos hacía el favor de estarse unos minutos, mientras miraba cómo el trascabo arreglaba las calles.
Su andar era cansino, eternamente daba el aspecto de un viejito, pero simplemente tenía lo que alguna vez Eulalio González, El Piporro, declaró: tenía plata en las sienes, oro en la boca y plomo en las patas. Era un hombre abismalmente flojo, no tenía más gracia que salir y recorrer la mitad de la cuadra, asomarse a ver qué estaba mal puesto o enterarse del nuevo chisme, pero nunca fue capaz de quitar una piedra o poner un papel en la basura. Por las mañanas salía después de tomar el café, y sí, venía la rutina: encendía un cigarro, se paraba en la esquina, se acomodaba el sombrero y después de dar tres o cuatro jalones al tabaco se devolvía a la puerta de su casa en donde tenía una silla en la banqueta. Si en el camino tenía ganas de la micción, simplemente orillaba la carrocería, abría el cierre –sin desfajarse– se pegaba en una pared, sacaba a su amiguito y abría la llave, sin ningún pudor.
En una de esas ocasiones en que los candidatos del PRI andaban recorriendo las lomas, Don Pablo dijo, “si gana el PAN, ya nos llevó la chingada”. Los tiempos pasaron y no solo ganó el PAN, también un partido de izquierda, irónicamente estando frente a la nación más capitalista del mundo. No dudo que también hoy en día, habrá quien diga que si gana Claudia, “ya nos llevó la chingada, no hay tal, México es más grande que un partido político. Además, siento una amplia confianza, ya que Claudia está rodeada de gente del PRI, y fueron tan inservibles que en 76 años no se lo pudieron acabar.
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