Tras las lluvias del 24 y 25 de junio, Gobiernos, empresas, iglesias y asociaciones civiles llevaron ayuda a los damnificados, pero fueron los vecinos, jóvenes y héroes anónimos quienes levantaron con dignidad a las familias de entre el lodo y la pérdida
Francisco Luján | 3 diciembre, 2025
Las lluvias del 24 y 25 de junio de 2025 marcaron una cicatriz en el poniente de Ciudad Juárez. Calles que se convirtieron en ríos, casas desbordadas de agua y lodo, familias enteras con lo poco que pudieron rescatar en brazos. La escena se repite cada temporada de tormentas, pero este año la magnitud del desastre obligó a la ciudad entera a mirar hacia ese lado olvidado de Juárez.
En medio del caos, llegaron apoyos desde distintos frentes: empresas, Gobiernos, asociaciones civiles y religiosas. Sin embargo, fueron los propios vecinos, organizados casi de inmediato, quienes dieron el rostro más humano y más digno de esta historia.
El sector privado se movilizó con rapidez. Grupo Imperial y Fondo Unido Asociación Civil entregaron muebles, enseres y despensas. La Universidad Tecnológica Paso del Norte aportó donaciones en especie, mientras que la UTCJ formó brigadas estudiantiles que, con botas y cubetas en mano, ayudaron a sacar el agua de las viviendas y acompañaron a las familias en los primeros días de emergencia.
El Gobierno del Estado distribuyó muebles, despensas y materiales de construcción, además de coordinar la limpieza de infraestructura pluvial. La JMAS desazolvó alcantarillas y reparó fugas de agua potable. Según cifras oficiales, 350 familias fueron censadas por daños materiales.
El Gobierno Municipal desplegó brigadas para limpiar diques, vialidades y espacios públicos. También entregó artículos de limpieza y materiales de construcción. La Policía Municipal donó 100 apoyos directos. No obstante, sigue pendiente la distribución de muebles, despensas y terrenos para reubicación, con una inversión anunciada de 45.5 millones de pesos que aún no aterriza en la zona.
El 25 de junio, fuerzas federales se desplegaron en las colonias afectadas. Su presencia fue visible, pero no se tradujo en recursos extraordinarios. La declaratoria de zona de desastre no prosperó, lo que dejó fuera de la ecuación apoyos federales urgentes para las familias del poniente.
Diputados de Morena entregaron paquetes de limpieza y agua embotellada. El recaudador de Rentas, Raúl García Ruiz, repartió insumos. Vecinos reportaron además la visita de la senadora Andrea Chávez. Aunque estas presencias fueron visibles, en contraste con el esfuerzo ciudadano, quedaron en el terreno de los gestos aislados.




Sociedad civil: la verdadera primera línea
Antes de que llegaran los anuncios oficiales, ya estaban ellos: los héroes anónimos. Vecinos que compartieron ollas de burritos, familias que llevaron ropa y muebles usados, jóvenes del Centro de Promoción Juvenil (Casa) y del Oratorio Don Bosco que hicieron cuadrillas para limpiar casas y levantar muros dañados.
Los comerciantes de mercados recolectaron víveres y agua embotellada, canalizados a través de la Dirección de Regulación Comercial. En esas acciones espontáneas, sin presupuestos millonarios ni reflectores políticos, se sostuvo la vida cotidiana de quienes lo perdieron todo.
La fe también se convirtió en solidaridad. Organizaciones religiosas entregaron apoyos materiales y la comunidad de la Iglesia Santa María de los Ángeles, junto a otras congregaciones, se convirtió en refugio para muchas familias. Su labor no solo fue material: también brindaron acompañamiento espiritual y emocional en medio de la adversidad.
La tormenta mostró dos rostros de Juárez. Uno, el de las instituciones que, entre censos y promesas, respondieron a medias. Y otro, el más poderoso: el de la gente que, sin esperar órdenes ni presupuestos, salió a ayudar.
Los héroes del poniente no usaron uniformes ni ocuparon cargos públicos. Fueron madres, jóvenes, comerciantes, vecinos, sacerdotes, feligreses y estudiantes que se organizaron para rescatar lo que quedaba y devolver un poco de dignidad a las familias bajo el agua.
A ellos pertenece el verdadero reconocimiento. Porque, una vez más, en Juárez la resiliencia no llegó desde arriba: nació desde abajo, en las manos solidarias de la propia comunidad.


