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Análisis y opinión

Leyendo a Walter Benjamin desde Portbou a Ciudad Juárez

Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio

Por Andreu Marfull Pujadas | Norte Digital | 11:48 am 19 agosto, 2025

Ayer, acompañado de familia y amigos, fui a visitar el memorial dedicado al prolífico pensador alemán de origen judío Walter Benjamin, situado en Portbou (Catalunya), donde apareció muerto y se cree que se quitó la vida. Este trágico desenlace tuvo lugar el 26 de septiembre de 1940. Benjamin huía de Francia, entonces ocupada por los nazis, pero no disponía de la documentación de ciudadanía, que le requisaron, ni del permiso de residencia en Francia, que le denegaron. Su amigo Theodor Adorno le proporcionó un visado para transitar por España y acceder a los Estados Unidos, pero al no disponer de papeles regulados no tenía permitido salir de Francia y optó por cruzar la frontera asumiendo el riesgo de ser capturado. Cruzó la frontera por los Pirineos acompañado de la fotógrafa Henny Gurland, futura esposa de Erich Fromm, y de su hijo, Stefan Benjamin, pero fueron interceptados por la policía española.

La versión oficial de los hechos dice que constató que los españoles lo entregarían a la Gestapo, después de haber estado en el campo de concentración de Nevers, y, ya enfermo del corazón, se tomó una sobredosis de morfina. Henny y Stefan, en cambio, tuvieron mejor suerte.

Su historia es desgarradora, como lo es toda su producción intelectual, de la que quisiera destacar su aportación al concepto de violencia asociada a la historia, la religión y los estados. Entendía que detrás de cualquier forma de gobierno y, por tanto, contrato social, existe una forma de violencia administrada, que tiene la función de preservar el derecho vigente, pero también tiene la capacidad de ejercer formas de violencia explícita. Y todo giro político es, en este sentido, una forma de sustituir una violencia por otra. Apuntó a la violencia sancionada, la que se considera punible, y la no sancionada, que él ve en la violencia de estado, y, de forma especial, en la historia escrita, así como en el materialismo histórico de la época en que vivía, marcado por una lucha de clases, revoluciones, fascismo, competencia colonial, el culto al progreso y un fuerte sentimiento mesiánico judeocristiano, que proyectaba al futuro un mundo idealizado que hacía del pasado un camino implacable que marcaba los pasos hacia ese destino divino. En esta cosmovisión paradigmática veía el rol protagonista de la historiografía, que se encargaba de levantar el relato que lo expresaba, manipulando la realidad y negando la violencia y la barbarie implícita en el curso real de los eventos. A este respecto, dejó escrito: «El poder divino, que es insignia y sello, nunca medio de ejecución sagrada, podría llamarse violencia reinante.»

Su voz es la de todas las víctimas de esta violencia, también la de las personas migrantes y de todos aquellos que huyen por necesidad asumiendo grandes riesgos, pero que el culto a una memoria edulcorada no nos hace libres de observarlo en su rostro más cruel y juicio honesto. Lo mismo que acabó con su vida, aunque de él se ha hecho un memorial, medio siglo después.

Portbou, frontera y barrera física de un país dividido -Cataluña- entre un Norte y un Sur, antiguo principado de una corona con casa en Barcelona, entidad manipulada por la fuerza de la violencia, tanto de las armas como de la historiografía oficial siempre servil al poder vencedor, en este caso castellano y parisino, es un lugar especial, que el azaroso destino lo ha unido a este pensador. Su memorial rememora a Benjamin, pero también a la violencia que esta frontera expresa. Es una intervención de nombre Pasajes, del israelí Dani Karaban, inaugurada en 1994, impulsada por la asociación AsKi de Bonn y financiada por algunos estados federales de Alemania y la Generalitat de Catalunya. Se destaca la escalera al precipicio, situada frente al cementerio de Portbou, donde está enterrado Benjamin.

Con motivo de esta visita, leímos estas palabras, extraídas de su escrito Sobre el concepto de historia en 1940, publicado póstumamente por primera vez en 1942, en Los Ángeles:

“Hay un cuadro de Klee que se llama Angelus Novus. Representa a un ángel que parece a punto de alejarse de algo en lo que ha clavado su mirada. Sus ojos están desencajados, su boca abierta, las alas desplegadas. El ángel de la historia ha de tener este aspecto. Vuelve su rostro hacia el pasado. Lo que a nosotros se nos presenta como una cadena de acontecimientos, él lo ve como una única catástrofe que amontona sin cesar ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Quisiera detenerse, reanimar a los muertos y recomponer lo destrozado. Pero desde el paraíso sopla una tempestad que se ha enredado en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede cerrarlas. Esa tempestad le empuja irresistiblemente hacia el futuro, al que vuelve la espalda, mientras el montón de ruinas, ante él, va creciendo hacia el cielo. Esa tempestad es lo que nosotros llamamos progreso.”

Pero el monumento tiene un mensaje paralelo, que puede leer quien desciende las escaleras hasta el final. Allí está escrito, en varios idiomas:

«Es una tarea más ardua honrar la memoria de los seres anónimos que la de las personas célebres. La construcción histórica se dedica a la memoria de aquellos que no tienen nombre.»

Brillantes palabras, gran mensaje. Ciertamente, es más difícil. Por esta razón esta iniciativa, incluyendo la voluntad expresa de compartirlo, se debe a la fuerza con la que se expresa esta violencia de forma alarmante a todo lo que se entiende como el Sur Global. Allí se vive con bastante más naturalidad que en el Norte las ruinas amontonadas que deja a su paso el progreso que describe Benjamin. Y tiene en mente una urbe, Ciudad Juárez, que también es frontera de un país forzado a dividirse -México- que, como Portbou en 1940, es puerta y muro de la libertad y de la desigualdad entre dos mundos contrapuestos violentamente.

Y Portbou tiene un recuerdo a quienes no tienen nombre y Juárez es toda ella un memorial a los seres anónimos, a los caídos en una frontera hoy en día abrumadora a los ojos de quien llega a ser consciente de ello.

La cruz de la muerte violentada y las ruinas de los proyectos que el progreso ha desechado (en gran medida también violentados) son parte de la imagen de Ciudad Juárez, sensible a los ojos de quien ve en ellos la memoria perdida, olvidada, de una omnipresente violencia estructural. Es parte del reflejo de todas las violencias sancionables y no sancionables, incluyendo la violencia de estado, que el relato historiográfico se olvida de recordar al escribir la historia oficial, forzada por un Norte cada vez más insensible al Sur, siguiendo, ciegamente, el mito religioso de un progreso mesiánico que tiende a resquebrajarse.

Este relato de la visión de la violencia vista por y en Walter Benjamin, así como la reflexión del cuadro del ángel de Klee, está en deuda con la capacidad de reflexionar, transcender y visibilizar la violencia y el dolor de los no célebres, parte indisociable de la lucha incansable del vivir, desde Ciudad Juárez, del Dr. Salvador Salazar Gutiérrez, profesor de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez.

* Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.

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