Los primeros días de mayo de 2019 recibió la invitación de una amiga para ir a una fiesta donde celebrarían el Día del Maestro, a la que asistirían otros profesores del Instituto de Ingeniería y Tecnología (IIT).
Nunca imaginó que esa reunión se convertiría en la peor pesadilla de su vida, relata a Norte Digital la maestra universitaria que denunció a cuatro de sus compañeros por violación y de quien nos reservamos su identidad.
Ese día no encontró nada de malo en la invitación que le hizo su amiga Monserrat, era una oportunidad para relacionarse con otras personas que pertenecían a su grupo de docentes..
Aceptó. Monserrat pasó a recogerla a su casa, era en un lugar que no conocía. Su amiga sí.
Llegaron a unos departamentos ubicados en la calle Jesús Perches, muy cerca de la Henri Dunant, a escasos metros de la universidad. La fiesta se celebró en el segundo piso.
En ese lugar primero conoció a Alejandro y a Roberto, minutos después a Giovanni e Israel, todos ellos impartían clase en IIT. Ahí se encontraba también Arturo, amigo de Monserrat.
Eran pasadas las 10 de la noche y todo transcurría normal. Cenaron y después se entretuvieron jugando.
“Jugamos un tipo de ¡Basta!… se elegía un tema con una letra y cada quien tenía que dar una palabra que empezara con esa letra, si no contestabas rápido te hacían beber un caballito de alcohol, no sabía de cual era, tenían muchas botellas, pero de las que mencionaron había mezcal, whisky, sotol, tequila…”, rememora la maestra.
Recuerda que el juego se prolongó y que de pronto se sintió muy aturdida y ebria. Entre sus recuerdos aparece el momento en que bailaba con su amiga Monserrat, no sabe qué tipo de música era, solo que bailaba con ella.
Evoca el momento en el que de pronto se vio sola, sentada y sin la presencia de su amiga.
“En ese instante yo sentí que tenía ganas de irme de ahí, la fui a buscar y ella estaba al fondo de una habitación, acostada en una cama llorando, con ella estaba Arturo, quien la consolaba, y yo me acercaba para consolarla también”, relata.
Hasta esa habitación llegaron los demás. Israel se acercó a ella para ofrecerle más alcohol, después la sacó de la habitación y la condujo al pasillo para abusar de ella.
La docente no tenía plena conciencia de lo que ocurría. En medio del abuso del que era víctima y la inconsciencia que le provocaba el alcohol se percató de que a su amiga se la llevaban de la fiesta.
“Llegó un punto en el que yo grité porque veía que a Moserrat se la estaba llevando Arturo, le gritaba su nombre pero ella se veía casi inconsciente porque iba con los ojos cerrados y no me contestó, se fueron los dos y me dejaron ahí”, dice.
Sostiene que Arturo, el amigo de su amiga, supo perfectamente lo que sus amigos le estaban haciendo y la dejó sola “con esos tipos”. “Monserrat no, porque ella estaba inconsciente cuando él se la llevó de ahí”.
Fue hasta la mañana siguiente (04 de mayo) que la maestra pudo salir del departamento en que fue atacada sexualmente por los cuatro profesores.
“Llegué a mi casa y todo el día trataba de repetir que no me había pasado nada, trataba de hacer de cuenta que todo estaba bien, pero no estaba tranquila algo seguía diciéndome de que las cosas estaban mal, que tenía que hacer algo, pero también tenía miedo de que (los agresores) me buscaran, me molestaran”, relata.
Optó por buscar a Monserrat para contarle lo sucedido, pero su amiga fue esquiva.
Le escribió mensajes para preguntarle si estaba bien, si no le habían hecho algo, porque su quedó a dormir en la casa de su amigo.
La respuesta, recuerda la maestra, fue: “no creo, no recuerdo nada, desperté con ropa”.
Sin embargo, ella insistía en contarle las “cosas horribles” que le habían hecho. La citó para contarle todo en persona; pero, la excusa de Monserrat, en más de una ocasión, fue que Arturo, no la dejaba ir.
Cuando por fin accedió a verla adoptó una actitud de incredulidad. Le comentó su intención de denunciar el abuso sufrido, le pidió que la acompañara, pero su amiga no aceptó.
Un paso difícil
Hablar con Monserrat no era lo más complicado, la maestra debía dar un paso más difícil: contarle a su familia lo que había ocurrido.
“Tenía miedo de verlos llorar, sufrir. Lo mismo sentí la necesidad de que ellos me apoyaran. Cuando se los conté me sentí muy aliviada, no me regañaron, no me culparon, me apoyaron… están conmigo en todo lo que hago, ellos me hacen más fuerte”, dice.
Una vez liberada su carga con la familia buscó apoyo sicológico y moral para sortear ese trance.
Casa Amiga fue su luz
Se acercó a Casa Amiga, en donde la atendieron y orientaron. Ellos le explicaron cómo se hace una denuncia y el proceso que se debe seguir.
“Me preguntaron si quería hacerlo (denunciar), siempre me dijeron que era mi decisión”, recuerda.
Conforme era atendida entendió que no iba a poder vivir con todo lo que le había pasado.
“No podía hacer como que no pasó nada, esa no era una opción para mi”, narra.
Fue entonces que la docente optó por denunciar a sus agresores bajo la premisa de que si se lo hicieron a ella “con tanta facilidad”, se lo harían a otras chicas más.
Sintió mucho temor; sin embargo, sabía que la denuncia era la mejor decisión.
La denuncia
Finalmente la maestra se acercó a interponer su denuncia. Rindió su declaración y se sintió cómoda y confiada de que las autoridades harían bien su trabajo, hasta el momento en que en El Diario filtraron información de la investigación. El mismo medio confirmaba en su redacción que se trataban de datos que salieron de la carpeta de investigación.
“Yo me sentí muy mal. Me sentí burlada porque confié en ellos, era algo confidencial, no tenía porque enterarse toda la ciudad de lo que me había pasado”, expresa aún acongojada.
El haber revelado que existía una denuncia en contra de los cuatro profesores propició que estos se desaparecieran. Para cuando llegaron las órdenes de aprehensión ya no los localizaron.
Justicia lenta
Tres meses después, el 04 de agosto, las autoridades detuvieron a Giovani por una falta leve; sin embargo, al revisar sus antecedentes se percataron que era uno de los cuatro profesores que agredieron a la maestra de la UACJ.
“Ya he visto como está avanzando esta investigación y estoy impaciente porque no sabemos en donde están las otras tres personas. Ya hay alguien procesado y eso me hace sentir un poco de alivio, pero no voy a poder descansar hasta que no estén todos procesados”, advierte la afectada.
Las malas personas también tienen estudios
La maestra asegura que en nuestra sociedad hay muchos estigmas y prejuicios. Se piensa que las mujeres tienen la culpa cuando algo les pasa por confiar en la gente, por ir a una fiesta, por tomar o vestirse de cierta forma y “eso no tienen nada que ver”.
“Eso es algo que los agresores hacen independientemente de cómo te veas o qué hagas y es muy difícil enfrentar un proceso jurídico y toparte con todos los comentarios que hacen, siempre culpándote. Al principio todo eso me hacía sentir mal, pero he preferido ignorarlo”.
Confiesa que “todos los días pienso en esto. No hay día que no lo piense. A veces me despierto y quisiera que fuera una pesadilla, pero es real”.
“Quiero que sepan que los agresores están en cualquier lugar, no porque tengan estudios significa que están exentos de ser malas personas”, le advierte a los ciudadanos.
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