Eusebio Ruvalcaba (Guadalajara, Jalisco, 1951- Ciudad de México, 2017) fue un escritor, periodista, ensayista, dramaturgo y tallerista mexicano. Recuerdo una anécdota prestada (quizá yo la recuerde mal) que me contó un amigo y escritor, Luis Felipe Pérez, quien le preguntó en una ocasión cómo saber si es escritor y él, con sabiduría y sencillez le contestó: “deje de escribir, si no puede, entonces es escritor”; pareciera una perogrullada, pero no lo es, ya que justamente el ser escritor no es la fama o los premios, sino entender y explicar el mundo a través de la escritura, pero bueno, esto es tema de otro ensayo y otro momento. Algunos de los libros de Ruvalcaba son los siguientes: Un hilito de sangre (1991), Con los oídos abiertos (2001), Una cerveza de nombre derrota (2005) y Todos tenemos pensamientos asesinos (2013).
En esta ocasión hablaré de un curioso poemario titulado Las jaulas colgantes (1997), se trata de un libro compuesto por sonetos o poemas con la forma del soneto, pero sin rima y cuyo tema principal son las máquinas de tortura medievales y novohispanas. Entonces, la obra es un recorrido espantoso por la imaginación vertida en invenciones macabras de cómo hacer sufrir a otro ser humano. Independientemente de cuánto se llegaron a usar estos instrumentos, de lo que sí nos habla es de la crueldad en la imaginación puesta a la orden de la violencia.
A pesar de lo fuerte de las imágenes, hay momentos en los que Ruvalcaba nos muestra la poesía en el fondo de esa oscuridad, como en “El potro en escalera”, cuyo remate es el siguiente: “Quienes se negaban a confesar/ eran considerados inocentes./ Por lo que el paraíso los llamaba”. Luego de que los acusados eran torturados hasta la muerte, quedaba el “consuelo” de que no quedaría manchado su nombre e irían directo al Cielo. En estos textos también está la ironía, por supuesto, como en el inicio de “La dama de hierro”: “Para quienes morían por los brazos/ de una mujer, para quienes lloraban/ sin fin porque el objeto de su amor/ los hiciera suyos, almas benditas,/ se creó la dama de hierro, musa amada,/ fuente irrenunciable de inspiración”. Era esta unión tan fuerte que precisamente era la que llevaba a la muerte a quienes sufrían con esta máquina infernal. Así que si alguien quiere conocer más de estos instrumentos históricos desde la visión poética, aquí está el libro de Ruvalcaba.
*Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.