Claudia Sheinbaum se plantó en Palacio Nacional con el mismo tono acusador que aprendió de su maestro político e igual, lanzó una hipérbole. Con dedo flamígero repitió una y otra vez: “la maldita deuda corrupta de Pemex” es herencia de Calderón y Peña. A los que menosprecia y no les llama ni presidente, o al menos como lo que sí son, expresidentes de México. En eso se nota el sesgo que le da a su declaración.
De Pemex, ahí está el expediente abierto: vencimientos millonarios en 2025 y 2026 que asfixian las finanzas públicas. Nada más que la verdad completa tiene un ligero detalle: López Obrador también endeudó, y bastante.
Los datos no mienten. Hacienda admite que el 46 por ciento de la deuda histórica de Pemex vence en este sexenio, concentrado sobre todo en 2025 y 2026. Eso es cierto.
También es cierto que durante Calderón y Peña se creció la deuda de la petrolera de manera descomunal, mientras la producción caía y las refinerías se oxidaban. Nadie discute eso. Pero Sheinbaum calla olímpicamente que su antecesor, el apóstol de la “austeridad republicana”, cerró con un déficit fiscal del 4.9 por ciento del PIB, el más alto en tres décadas, y un endeudamiento público que superó en 3.2 billones de pesos lo recibido en 2018. O sea, López Obrador no solo heredó deuda: la multiplicó.
Aquí la aritmética es implacable y contundente: Calderón heredó deuda de Fox, Peña de Calderón, AMLO de Peña… y Sheinbaum de todos ellos.
El endeudamiento en México no es un pecado original exclusivo de un sexenio; es la forma en que cada Gobierno “resuelve” sus promesas incumplibles. La gran estafa no es de uno u otro, es de todos. Y la pagan —adivine usted— los contribuyentes, con sus impuestos y con menos servicios.
Comparar la deuda de Pemex con el costo del AIFA (75 mil millones vs. 250 mil millones de vencimientos) es un buen recurso teatral de Sheinbaum.
Pero conviene recordarle que en el sexenio anterior se usaron recursos públicos para rescatar una empresa quebrada y seguir subsidiando su incapacidad productiva. Y que, en esos mismos seis años, la deuda nacional creció. ¿Dónde quedó la promesa de “no endeudarnos”? Se la tragó la realidad, como a todos los presidentes.
Pemex es el espejo más claro de nuestra política: incapaz de producir más, pero muy eficiente para generar pasivos.
Y el discurso presidencial, en lugar de ser diagnóstico, es catecismo: repetir consignas contra los “neoliberales” mientras se omite la factura propia.
El problema no es quién contrajo la deuda, sino quién sigue negando que la incrementó.
La deuda de Pemex es “maldita”, sí. Es corrupta, también. Pero es, sobre todo, acumulada: heredada, agrandada y vuelta a heredar.
Y mientras los presidentes cambian, los mexicanos seguimos pagando. Y eso es, el Meollo del Asunto.
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