En Ciudad Juárez, cada vez que alguien abre la llave de su cocina o baja la palanca del inodoro, comienza un viaje silencioso que pocas veces se cuenta. Las descargas domésticas recorren kilómetros de tuberías hasta desembocar en una de las siete Plantas Tratadoras de Aguas Residuales que administra la Junta Municipal de Agua y Saneamiento.
Allí, lo que parecía un desecho se transforma en recurso: agua limpia que regresa para mantener con vida los parques públicos, sostener procesos de la industria maquiladora, dar verde a los fraccionamientos y asegurar la irrigación de campos forrajeros en el Valle de Juárez.
El sistema de saneamiento, que comenzó a operar hace 25 años, es hoy uno de los pilares del bienestar colectivo de 1.6 millones de juarenses. No solo evita enfermedades infecciosas y asegura un entorno saludable, también protege el futuro del agua en pleno desierto.
“Por cada vaso de agua tratada, es un vaso de agua potable que sobra”, resume Karina Cruz, titular del Departamento de Saneamiento de la JMAS, convencida de que el modelo de Juárez es una columna vertebral para la sostenibilidad.


El boleto para sostener este sistema apenas cuesta seis pesos con setenta y cuatro centavos mensuales por familia en promedio. Esa tarifa de saneamiento, incluida en el recibo doméstico, garantiza un viaje de ida y vuelta del agua que muy pocas ciudades del país pueden presumir.
En contraste, mantener en operación las plantas tratadoras demanda un esfuerzo económico enorme: tan solo en 2024, la JMAS destinó 195 millones de pesos al funcionamiento de estas instalaciones, uno de los rubros más pesados en su presupuesto.
La diferencia entre lo que paga la ciudadanía y lo que cuesta en realidad se traduce en salud pública, continuidad de los servicios y, sobre todo, en la protección de los acuíferos, la única fuente de agua natural en esta frontera.
“Entre menos agua se extraiga de El Hueco y La Mesilla, mejor. Así damos tiempo a la naturaleza para recargarse”, explica Cruz.
Detrás de cada litro tratado existe un ejército de 167 hombres y mujeres del área de Saneamiento. Ellos trabajan las 24 horas, los siete días de la semana, para que el ciclo nunca se interrumpa y para que Juárez siga siendo una de las pocas ciudades del país con agua potable disponible las 24 horas al día, sin necesidad de tinacos ni cisternas.
La Línea Morada: una arteria que da vida
De las plantas nace una red singular: la Línea Morada. Con más de 400 kilómetros de tuberías, transporta 350 litros por segundo de agua tratada que recorren la ciudad para dar vida a más de 700 parques, camellones, fraccionamientos y espacios deportivos.
El Chamizal, el Parque Central, el Parque Borunda, el Jaime Canales Lira y el Estadio 20 de Noviembre, son apenas algunos de los sitios que se mantienen verdes gracias a ella.
La línea se extiende hasta zonas residenciales como Senderos, Campos Elíseos y Campestre, pasa por la avenida Pedro Rosales de León y alcanza al Complejo de Futbol Club Bravos.
“Todas las áreas verdes alrededor de la Planta Norte y del Parque Central se riegan con agua reciclada cargada de nutrientes, que embellecen más que cualquier otro tipo de riego”, asegura Cruz.
Los parques que todavía no tienen conexión reciben el agua en pipas. En todos los casos, el beneficio es el mismo: riego constante con un recurso cargado de fósforo y nitrógeno que alimenta la tierra. Los agricultores del Valle también lo saben, pues valoran el agua tratada como un insumo con ventajas nutricionales para el forraje.


La magia de la ciencia
El proceso que permite esta transformación es un despliegue de física, química y biología. El agua residual primero pasa por un cribado que separa fibras, plásticos, maderas y metales.
En la Planta Sur, cada mes se retiran 20 toneladas de basura, 100 toneladas de arena y 9 toneladas de grasa. Después, enormes tanques aireados del tamaño de cuatro albercas olímpicas permiten que bacterias especiales degraden la materia orgánica.
“Cuando entras a los tanques burbujeantes, huele a tierra mojada, no a desecho. Ahí entiendes que el agua puede renacer”, relata Rody García Gurela, supervisor de las plantas. El resultado alcanza un 92 por ciento de eficiencia en desinfección, muy por encima del 80 por ciento que exige la norma federal.
La calidad es tan alta que el contacto humano no implica riesgos. El agua tratada no debe beberse ni usarse para aseo personal, pero puede tocar la piel o mojar a una mascota sin problema. Los usuarios de la Línea Morada la emplean para lavar autos, regar jardines y limpiar patios con la seguridad de que cumple con la Norma Oficial Mexicana NOM-003.



Fotos: Christian Torres
Tres megaplantas y cuatro menores
El sistema de Juárez está compuesto por tres gigantes: la Planta Sur, con capacidad de dos mil litros por segundo; la Norte, que procesa mil 600 litros por segundo; y la del Valle de Juárez, conocida como Sur-Sur, con 500 litros por segundo.
A ellas se suman cuatro de menor tamaño: Anapra, Parque Central, Laguna de Patos y Villahermosa. Esta última es la más pequeña pero un modelo de autosuficiencia. Produce un litro por segundo que se reutiliza al 100 por ciento en el propio fraccionamiento para regar sus áreas verdes y su campo de beisbol infantil.
“La Villahermosa demuestra que no importa la escala: cualquier comunidad puede tratar y reutilizar su agua”, afirma la ingeniera ambiental Elena Vale.

La Planta Sur no solo trata agua, también produce energía. El 14 por ciento de la electricidad que consume proviene del metano captado en los lodos residuales.
“Ese biogás alimenta motores que producen entre 250 y 400 kilowatts hora y ayuda a reducir emisiones contaminantes”, explica Raúl Viesca, coordinador de mantenimiento.
Se trata de un ejemplo de economía circular: lo que antes era residuo ahora se convierte en combustible limpio.



Retos y vigilancia tecnológica
Aunque el sistema funciona, los trabajadores enfrentan obstáculos cotidianos. La ciudadanía arroja al drenaje objetos indebidos: colchones, microondas y, sobre todo, toallitas húmedas que forman fibras gigantes que atascan engranes y mecanismos. A veces, el retiro de esas obstrucciones debe hacerse a mano.
Para prevenir crisis, desde 2023 la JMAS opera un centro de telemetría que monitorea en tiempo real la calidad del agua que entra y sale de las plantas. Sensores instalados en los sistemas envían alertas cuando los parámetros químicos o biológicos superan lo permitido. Así, las decisiones se toman con rapidez y el estándar de limpieza se mantiene por encima de lo que exige la norma.
La historia de las PTAR en Juárez comenzó con estudios de factibilidad en 1998 y 1999. En el año 2000 se inauguraron las plantas Norte y Sur. Una década después, la Sur se amplió para convertirse en la más grande de la ciudad. En 2011 se construyó la del Valle de Juárez, respondiendo a la expansión urbana hacia esa zona.
A diferencia de lo que ocurre en otras ciudades del país, donde las plantas tratadoras se abandonan por falta de presupuesto, en Juárez han operado de manera continua durante un cuarto de siglo. “El compromiso de la JMAS siempre ha sido tratar toda el agua residual que genera la ciudad. Esa es nuestra meta y nuestro orgullo”, asegura Elena Vale.
En 2026 concluirá la concesión de las plantas Norte, Sur y Valle, que durante 25 años han sido operadas por empresas privadas. La JMAS se prepara para tomar directamente su control.
“Tenemos la capacidad técnica para sostener el sistema en las mejores condiciones. El saneamiento llegó para quedarse”, afirman los trabajadores del área, con confianza en que la transición será ordenada.



Juárez, ciudad modelo
Hoy Juárez es una de las pocas ciudades de México donde la mayoría de los hogares tienen agua potable las 24 horas, los siete días de la semana, sin necesidad de tinacos ni cisternas. Ese privilegio no es casualidad: es fruto de una política de saneamiento que protege los acuíferos, reutiliza millones de litros al día y convierte a esta frontera en ejemplo nacional de gestión hídrica.
“Cada litro que limpiamos en las plantas es un litro que sobra para mañana. Eso significa sostenibilidad en medio del desierto”, concluye Karina Cruz.
En una tierra donde el agua siempre fue sinónimo de carencia, el sistema de saneamiento ha permitido que Juárez mire al futuro con esperanza. El viaje invisible de cada descarga se convierte así en un círculo virtuoso de salud, desarrollo y bienestar, un legado que pocas ciudades del país pueden contar con tanto orgullo.
En 2024, la operación del sistema costó ciento noventa y cinco millones de pesos, mientras que los usuarios domésticos aportaron en promedio apenas seis pesos con setenta y cuatro centavos al mes.
La infraestructura es sostenida por ciento sesenta y siete trabajadores que laboran de manera permanente.
El resultado es contundente: un 92 por ciento de eficiencia en la desinfección del agua, muy por encima del 80 por ciento que exige la norma federal, lo que convierte a Juárez en un referente nacional de salud, sostenibilidad y desarrollo en pleno desierto.