Cuenta la leyenda prehispánica que hace miles de años, dos niños tuvieron uno de esos amores que duran toda la vida: Xóchitl y Huitzilin fueron amigos desde su nacimiento, crecieron y su amistad entrañable se convirtió en un amor juvenil conforme pasaron los años.
Para jurarse amor eterno, la pareja subió a lo alto de una colina, allí se encontraron a Tonatiuh, dios del sol, quien aprobó su amor y los bendijo para que pudieran amarse por el resto de sus vidas.
Sin embargo, el destino sería cruel con la pareja, ya que Huitzilin fue mandado a la guerra para defender a su pueblo. Tras mucho tiempo sin tener noticias, Xóchitl se enteró que su amado dio su último aliento en el campo de batalla.
Desconsolada por haber perdido al gran amor de su vida, Xóchitl fue a encontrarse con Tonatiuh, quien para tratar de aliviar su dolor, hizo caer sobre ella un rayo de sol y la convirtió en una hermosa flor naranja.
Sobre el suelo, creció el botón, pero con una particularidad, que permanecía cerrado, sin que mostrara totalmente su belleza. Fue entonces que, encantado por el olor de la flor, un colibrí se posó sobre aquel botón naranja y los pétalos comenzaron a brotar poco a poco.
El colibrí era Huitzilin, que tomó la forma del mensajero de los muertos, según la tradición prehispánica, para volver a estar junto a su amada, a pesar de la muerte.
Y así fue como las culturas prehispánicas explicaban el nacimiento de la “flor de los veinte pétalos”, ejemplo de que el amor verdadero perdura hasta en el muerte y tradición que año con año se revive dentro de los campos del Valle de Juárez.
Comienza la cosecha
Es 28 de octubre y faltan 5 días para que llegue el tan anhelado 2 de noviembre, día en el que los mexicanos se reencuentran con sus muertos. El cempasúchil es un elemento central de esta celebración, por lo que, en este campo, ya hay alrededor de 20 personas que, con machete en mano, cortan y recogen las matas de flores que llegarán hasta miles de altares y tumbas juarenses.
Las flores que llenan las pupilas con su característico color, se extienden a lo largo y ancho del campo. Junto a ellas, crecen también las “manos de león”, flores purpuras que añaden contraste, color y belleza.
Así como hay trabajadores que vienen a llevarse los frutos, al mismo tiempo, aparecen insectos polinizadores, como abejas o mariposas, que realizan su ancestral y necesario proceso que mantiene con vida a las flores.
El característico olor del cempasúchil llena el ambiente e inmediatamente hace recordar a aquellas personas que han partido, pero cuyo recuerdo siempre permanecerá cercano.
Durante meses, estas plantas han aguantado el clima extremo de esta región fronteriza; el calor, la falta de lluvias, los fuertes vientos, nada pudo contra ellas.
Ahora son cargadas por los trabajadores, quienes las llevan en sus hombros y las dejan en camiones. Antes de llegar a los altares, quienes hoy recogen la flor, la ofertarán en tiendas y algunos de los principales cruceros de la ciudad, para que posteriormente, la cosecha de la flor cumpla su cometido y sea el enlace místico entre los vivos y los muertos.
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