El Himno Nacional de fondo y un espectáculo bochornoso en primer plano. Lo sucedido ayer en la última sesión de la «Comisión Permanente» de la actual legislatura, evidencia la clase de política que se practica en la actualidad en México. Una política de atarjea. Sí, de atarjea, esa palabra que describe lo vulgar, lo corriente, lo de arrabal. Lo que ayer vimos no fue un debate legislativo, ni una confrontación de ideas: fue un pleito de vecindad, un zafarrancho de cantina disfrazado de solemnidad, y todo en el recinto que, en teoría, representa la “majestad” de la República.
Los protagonistas: Alejandro Moreno, dirigente del PRI, y Gerardo Fernández Noroña, presidente de la Comisión Permanente. A ellos se sumaron Dolores Padierna, Lilia Aguilar, Rubén Moreira, Pavel Jarero, Lilly Téllez, Adán Augusto López y otros. Un espectáculo más digno de un “Domingo de Box” que de un Congreso. Manotazos, jaloneos, empujones y hasta fotógrafos volando con las piernas al aire. Todo con el Himno Nacional como telón de fondo. Ironía pura: mientras se cantaba al “sonoro rugir del cañón”, lo que tronaban eran los manazos de los legisladores.
¿La causa? Un capricho de Noroña, que decidió abrir un debate acusando a PAN y PRI de “traidores a la patria”. Así, sin pruebas, sin matices, a gritos. La oposición reaccionó como se esperaba: con insultos, golpes, acusaciones de vínculos criminales y hasta gritos de “¡narcos!” y “¡chachalaca!”. La sesión terminó en un circo, y lo más preocupante es que este circo ya es la normalidad política mexicana.
La política mexicana, esa que debería ser deliberativa, se ha reducido a un intercambio de golpes, como si el Congreso fuera un ring y no un espacio para construir leyes. Y que quede claro: no es enojo genuino, es espectáculo. Lo saben hacer bien porque lo ensayan todos los días en la polarización que alimentan desde sus partidos.
Mientras tanto, los ciudadanos —usted, yo, todos— seguimos siendo testigos obligados de esta degradación. Los problemas de fondo, los que deberían discutirse ahí: la violencia, la economía, la pobreza, la educación, quedaron sepultados bajo el ruido de los gritos y los jalones. ¿Soluciones? Ninguna. ¿Avances? Menos. Pero eso sí, los reflectores los tuvieron todos.
En la antigua Grecia, los filósofos decían que la política era el arte de gobernar para el bien común. En México, parece que la política es el arte de fingir que se gobierna mientras se reparten insultos y empellones. Y lo peor: se ha normalizado.
Lo sucedido ayer no fue un exceso aislado. Es la muestra clara de lo que se ha sembrado desde Palacio Nacional: una cultura política de confrontación y de odio, donde la descalificación es la norma, y el diálogo, la excepción.
Así, entre manotazos, empujones y gritos de “¡traidor!”, se cierra un periodo legislativo más. Lo que se abrió, sin embargo, es la certeza de que nuestra clase política está cada vez más lejos de la dignidad y más cerca del arrabal. Ahí pues, El Meollo del Asunto.
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