El origen de esta historia nos remonta hasta tiempos del presidente Vicente Fox Quesada. Corría el año de 2005, el Gobierno Federal tenía un terreno de 2 mil 500 metros cuadrados, a 500 metros del Puente Internacional Cordova-Americas y a poco más de 130 del bordo fronterizo, que se encontraba en la esquina entre la Rafael Pérez Serna y El Chamizal. Ahí comenzó la construcción de un complejo habitacional dirigido para miembros de la Policía Fiscal Federal (PFF, ya extinta).
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Fotos y video de Christian Torres
Con una inversión estimada de 60 millones de pesos, según archivos periodísticos, se erigió del suelo una serie de edificios enormes de 3 pisos, pintados de color blanco y que tenían una barda de concreto que protegía 3 de sus 4 lados, un pequeño estacionamiento y un enrejado de metal que daba la sensación de “privacidad” a los obreros que estaban en su interior.
Y solamente se queda en “obreros” porque este edificio departamental para la Policía Fiscal Federal jamás fue finalizado. Un año después de que iniciaron los trabajos, la nueva administración federal de Felipe Calderón Hinojosa optó por parar el proyecto.
Aunque no hay suficiente información en el archivo periodístico para verificar las causas que llevaron a esa decisión, la realidad es que desde entonces aquel edificio comenzó a convertirse en un “elefante blanco”.
Un enorme elefante blanco, como su fachada, que había costado al erario nacional 60 millones de pesos, que ha sido testigo de innumerables acontecimientos en el bordo fronterizo, pero que nunca pudo cumplir con la labor por la que fue construido. En 2009, un recorrido del sitio Google Maps sacó la imagen más vieja que se tiene de este lugar, que conservaba la fachada blanca en un estado aceptable y que se encontraba resguardado de las inclemencias que el tiempo y el ser humano pudieran hacerle. Aunque a lo lejos ya se comenzaban a notar la maleza, basura, escombros y hasta un baño portátil tirado en el suelo.
El tiempo siguió avanzando y tres años después ni el ser humano ni la naturaleza tuvieron piedad con este espacio. El 4 de enero de 2012 se hizo un recorrido por los pasillos de este edificio y desde entonces se veían daños considerables en su estructura y que en su mayoria habian sido destrozos a gran parte del material metálico que se encontraba en el lugar, desde las rejas, cable de cobre y hasta los escalones hechos de metal.
Además, ya se observaban algunas pertenencias de personas indigentes, como cobijas y ropa. Ese mismo año, distintos medios daban a conocer la noticia de la construcción de un nuevo edificio habitacional dentro del área de revisión de camiones de la Aduana en el Puente Libre. El enorme elefante blanco, al que ya se le comenzaban a notar los huesos, era ignorado por las autoridades federales que preferían construir un nuevo edificio que tratar de rescatarlo.
El inmueble ha seguido existiendo por casi dos décadas y cada vez tiene más parecido con un sitio postapocalíptico que con un edificio millonario.
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El retorno al terreno doce años después
“El corazón no es vida sin las penas que lo aquejan”, es lo que reza en una de las paredes que no ha sido derribada dentro de este lugar. Los escombros, la basura y los montones de ropa son lo que predomina en el suelo. Lo poco que no alcanza a ser cubierto por los escombros, revela un piso marrón de cerámica que ha resistido el paso del tiempo y la destrucción realizada.
Al levantar la mirada se observan cables y partes del material eléctrico que se instaló en el lugar y que al parecer fue difícil de quitar o muy pequeño para ser vendido en las recicladoras como fierro viejo. Además, las escaleras se encuentran totalmente destrozadas, sostenidas únicamente por los pasamanos, a excepción de una, cuyos primeros escalones son paja de aire acondicionado que cumplen su función para poder subir y bajar, pero sin la seguridad recomendada por expertos en construcción.
En medio de esta gigantesca estructura se encuentra un enorme patio central, también de forma cuadrada. Más de 10 árboles y distintos tipos de maleza crecen en el lugar. La basura se extiende a lo largo del patio y es casi igual o más variada que el inventario de distintas tiendas de autoservicio: medicinas, alcohol, cigarros, agua, refresco, café y elotes.
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En una de las esquinas de esta estructura, enormes montañas de ropa vieja se extienden a lo largo y ancho. Como si se tratase de un montón de los que se encuentran en los mercados de segunda mano, es posible ver ropa para niños, mujeres y hombres, y hasta algunos artículos curiosos como lámparas, bocinas o un disco de vinil.
Una segunda montaña de envases de distintas bebidas se encuentra justo debajo de dos asentamientos humanos que se encuentran al interior de este edificio. En el segundo piso, mantas, pedazos de triplay, colchones y puertas son utilizadas como paredes que protegen del viento a las pertenencias que se alcanzan vislumbrar por entre los resquicios.
La presencia únicamente de los sonidos que genera el viento al chocar contra las cosas que se encuentra a su paso, y principalmente la falta de sonidos de un presunto origen humano, advierte que en este momento no hay nadie en casa.
Visto desde un panorama más amplio, gastar 60 millones de pesos en un proyecto habitacional que 18 años después terminaría quedando en completo abandono, siendo habitado por indigentes, no solo es un pésimo negocio para las finanzas federales, sino una manera magistral de arruinar una parte del parque más importante de la ciudad, de convertirlo en un potencial nido de drogadicción y ser uno de los ejemplos más claros de esta Juárez Abandonada.
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