“Para mí ya no son perros, son unos monstruos”, dice Norma Patricia G. con lágrimas en los ojos y la voz quebrada al recordar la noche en que una jauría de unos diez animales la atacó casi a medianoche, en una calle oscura de la colonia Corregidora.
Una de las heridas más dolorosas no fue causada por las fauces, sino por la indiferencia de las autoridades que la dejaron “morir sola” aquella peligrosa noche.
El pasado sábado, alrededor de las 22:30 horas, María salió de su casa rumbo a la vivienda de unas amistades en el mismo barrio. Bajó por la empinada calle Esteban Coronado y al fondo, en la esquina con Pascual Orozco, vio a la jauría. Intentó ahuyentarlos como otras veces: “¡Háganse para allá!”, les gritó. Pero apenas uno le brincó encima, los demás se le echaron encima.
“Me acuerdo y es como si lo volviera a vivir. No me atacaron uno, ni dos, ni cinco; tal vez eran más de diez. Se me echó uno por acá, me volteé y ya tenía otro encima. Me asusté mucho, y de acordarme todavía tiemblo. No es lo mismo que te muerda uno, a que te muerdan diez”, dice todavía sobresaltada.
El “Chispas”, presunto dueño de los animales, apenas alcanzó a gritar: “¡Ey, háganse para acá!”.
Fueron unos jóvenes que estaban cerca quienes lograron espantar a los perros a pedradas y patadas. La llevaron ensangrentada y en shock a la casa donde la esperaban.
Ni ayuda médica ni atención policial
Aun en medio del pánico, María recuerda que llegó una unidad de la Policía Municipal. Los agentes, dice, la vieron “de lejitos”, tomaron su nombre y, antes de retirarse, solo le preguntaron si estaba “tomada”. No llamaron a una ambulancia.
Su familia la trasladó por su cuenta al Hospital General, donde fue intervenida por múltiples heridas, cortaduras, moretones y colmillos encajados en piernas, brazos y cuello.
Horas después, al ser dada de alta en la madrugada del domingo, acudió a la Fiscalía General del Estado (FGE) para denunciar el ataque. Entre risas y lágrimas, recuerda que en el módulo de atención le dieron una respuesta inverosímil:
“Si el señor no hace caso y nosotros no podemos hacer nada, pues envenéneselos…”, le dijeron los funcionarios de la FGE.
Con el cuerpo herido y la conmoción a flor de piel, María vivió un viacrucis de oficina en oficina, hasta que alguien se apiadó de ella y le dio el contacto de la Dirección de Atención y Protección Ambiental (DABA) del Gobierno Municipal.
Una víctima olvidada
Asegura que no tiene los recursos ni la fuerza para seguir peregrinando por dependencias. Ahora su principal preocupación es el tratamiento médico: teme que los perros estuvieran infectados. El personal de salud le advirtió que debía practicarse exámenes para descartar rabia u otras enfermedades contagiosas.
“No me vacunaron contra la rabia ni me dieron antibióticos”, lamenta.
Sobre los animales, María sospecha que el “Chispas” escondió a más de la mitad en su domicilio, ubicado en Pascual Orozco 2137, colonia Corregidora, contigua al barrio de la Chaveña.
Días antes del ataque, los vecinos ya habían denunciado que el hombre mantenía un “muladar” frente a su vivienda y convivía con una manada de unos 15 perros.
Vecinos aseguran que la misma jauría ha atacado a otras personas y provoca miedo en quienes deben pasar por esa zona.
Omisión oficial y focos rojos
Por su parte, la DABA informó que no tiene registro del incidente y que, en caso de haber ocurrido, la Secretaría de Salud debió haberlo reportado. Indicaron que el lunes 6 de octubre personal acudió al sector, donde algunos vecinos afirmaron que los perros “no habían atacado” a la quejosa.
Según los archivos municipales, DABA atendió dos reportes ciudadanos previos —el último el 18 de noviembre—, lo que derivó en el aseguramiento de siete perros en esa misma zona, considerada un foco rojo por la dependencia.
Mientras tanto, Norma sigue viviendo con miedo, cicatrices y desconfianza.
“Ya no puedo caminar sola por esa calle —dice—. No quiero volver a pasar por ahí nunca más.”