La corrupción no es delito, es una conducta moral. Es el abuso del poder que le ha sido otorgado a uno. Así lo expresa claramente Transparencia Internacional.
La corrupción tiene al menos, cuatro componentes:
1. Nunca es accidental.
2. Siempre involucra un abuso de posición.
3. Tiene que haber un poder confiado.
4. Tiene que haber una ganancia privada.
El programa nacional pro integridad, Avanza Sin Tranza, que dirijo, intenta poner freno a la latente corrupción que se manifiesta ahora, hasta en la Marina.
La confesión incómoda
El 16 de septiembre, en el marco del desfile militar, la Marina decidió “ponerse el saco” y admitir públicamente la podredumbre que se destapó en su interior. El almirante Raymundo Pedro Morales, secretario de Marina, no escatimó en palabras: fue muy duro aceptar la corrupción en sus filas, pero hubiera sido “imperdonable callarlo”.
Palabras grandes, sí. Pero en el fondo, es como aquel padre que descubre que sus hijos le robaron la cartera y se disculpa con los vecinos en lugar de poner orden en casa. No es valentía, es resignación.
Lo revelado no es cualquier cosa. Entre los detenidos figura el vicealmirante Manuel Roberto Farías Laguna, nada menos que sobrino político del exsecretario José Rafael Ojeda. La red de corrupción llegó hasta los más altos niveles, con al menos 14 personas implicadas. Y esto no es “una manzana podrida”, es un canasto completo con gusanos trepando hasta la punta de la jerarquía.
El doble discurso
El discurso oficial intentó vender la confesión como un “golpe de timón”. Pero en realidad, la nave ya venía escorada desde hace años. Desde que López Obrador entregó puertos y aduanas a la Marina en 2021, los casos de corrupción se multiplicaron. Hoy Sheinbaum se encuentra con el paquete completo: una institución que alguna vez fue “la más querida de México” ahora aparece en la lista negra de la desconfianza ciudadana.
A la par, la presidente insistió en que “ninguna potencia extranjera decide por nosotros” y que no habrá injerencia, ni por tierra, mar o aire. Palabras patrióticas que suenan bien en el Zócalo, pero que chocan con la realidad de un Donald Trump presionando con aranceles y exigiendo más resultados en la lucha contra el crimen organizado. En ese ajedrez, la Marina se convierte en pieza frágil: al descubierto, debilitada y bajo sospecha.
El espejismo de la humildad
Muchos aplaudieron el gesto del almirante, diciendo que fue “respetuoso con el pueblo” y que dio la cara. Sí, dio la cara… pero después de que el lodazal estaba a la vista de todos. Reconocer tarde un error no es humildad, es supervivencia política.
La corrupción en la Marina es síntoma de algo más profundo: el fracaso del discurso de que el poder militar es incorruptible. La realidad es testaruda. Ninguna institución humana se libra de la tentación cuando se le entrega poder sin contrapesos. Y aquí está la prueba.
El que se tenga que presentar una disculpa o aclaración por la corrupción detectada en la Marina Mexicana, no es un “acto heróico”, sino una gran degradación para la misma. La que no pudo evitar por la existencia del abuso del poder de tantas personas que se encontraban y se encuentran, no abajo o en medio de la escalera, esa que se dijo que se barrería, sino de mero arriba, donde la escoba y el recogedor nunca pasaron, sino que se preservó la basura, la corrupción que ha hecho su nido en ella. Ahí, El Meollo del Asunto.
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