La Generación Z —esos muchachos nacidos entre 1997 y 2012— acaba de dar un portazo en la escena pública mexicana. Y lo dio en sábado, 15 de noviembre, en la CDMX. Dicen que fue una marcha “espontánea”. Lo dudo. La espontaneidad no convoca multitudes; la frustración sí. Y esta generación tiene frustración para exportar.
Mientras los “boomers” discuten si el país está “peor o igual que antes”, y los “X” se apegan a sus nostalgias de los noventa, los “Z” no tienen tiempo para la melancolía. Ellos viven hoy, y el hoy está feo. No es filosófico, es fáctico.
El Inegi lo retrata con precisión quirúrgica: Seis de cada diez desempleados en México tienen prepa o universidad terminada. Y una porción muy importante de ellos pertenece a esta generación. La cifra es tan dura que uno casi escucha el crujido de la promesa rota: “Estudia, hijo, para que te vaya bien”. Fue una promesa noble… y fallida.
La Fundación “Forge”, que trabaja con jóvenes en América Latina, lo dice sin eufemismos: los empleadores no los contratan por falta de experiencia, por habilidades tecnológicas insuficientes o por perfiles poco atractivos. Es decir, el sistema educativo los formó para un país que ya no existe. Y el mercado laboral, que nunca fue amable, hoy les exige lo que nunca les enseñó.
Así que, si alguien pregunta por qué fueron los Gen Z quienes encabezaron la marcha, y no los “millennials” con dos empleos y renta por las nubes, o los “X” con hipertensión, o los “boomers” en fila para pagar el predial… la respuesta es simple: porque ellos sí tienen motivos, y tiempo, y rabia.
La rabia legítima de quien estudió para terminar igual que quien no estudió. La rabia del joven con título en mano y empleo en ninguna parte. La rabia del que mira al futuro y ve un callejón sin salida… y sin lámpara. Y no es solo el tema del trabajo. Es la sombra que se proyecta sobre todo lo demás.
Si no tienen estabilidad, no habrá patrimonio. Si no hay patrimonio, no habrá familia. Y si no hay familia, no habrá país. Por eso marchan. No porque sean “manipulados”, como ya empezaron a insinuar desde el púlpito gubernamental, sino porque están hartos. Es una generación que nació en crisis, creció en pandemia y maduró en violencia. No les tocó país, les tocó sobrevivirlo.
Algunos intentan minimizar la marcha diciendo que eran pocos. Claro: los demás estaban trabajando… si tenían la suerte de tener trabajo. Otros dicen que gritaron demasiado. ¿Y cómo quiere que hablen los que ya no tienen nada que perder?
La pregunta real, la que nadie en el poder quiere formular, es esta: ¿Qué sucede cuando la generación más educada de la historia mexicana se convierte también en la más frustrada?
Sucede lo que ya vimos: salen a las calles. Y volverán a salir. Con ellos no se trata de controlar la narrativa, sino de entregar resultados. No necesitan discursos, necesitan empleo. No necesitan abrazos, necesitan oportunidades. No necesitan que les expliquen el país: lo están viviendo.
No es un tema electoral. Es existencial. Y cuando un país lleva a toda una generación a pensar que aquí no hay futuro, esa generación no emigra… ruge. Y ya empezaron. Ahí, el meollo del asunto.
* Los comentarios del autor son responsabilidad suya y no necesariamente reflejan la visión del medio.