Su rostro muestra tranquilidad, serenidad, pero también un poco de miedo y nerviosísimo. El reloj marca poco más de las 10:15 de la mañana y está a punto de comenzar la representación del Viacrucis viviente que anualmente realizan los feligreses de la Parroquia Santa María de la Montaña.
El nombre de bautizo que tiene es Jesús Adrián, un poco diferente al del personaje que hoy reencarnará: Jesús de Nazaret. Y es que, dentro de los asistentes de la parroquia, fue escogido por tener las cualidades físicas para cargar la pesada cruz por poco más de 3 kilómetros y por ser en vida la representación de este personaje.
No obstante, a diferencia de otros papeles protagónicos en distintas puestas en escena, este papel implica un esfuerzo que va más allá del simple acto dramático, debido a que también conlleva un acto de fe, físico y mental, de tales proporciones debido a que tiene que soportar un poco del dolor que sufrió Jesús de Nazaret antes de ser crucificado.
La representación comienza, Jesús Adrián tiene puestas unas cadenas en las manos; después de que fuera condenado a muerte y que recibiera los primeros azotes en la espalda, la travesía inicia y, con ayuda de tres personas, comienza a llevar a cuestas la pesada cruz.
El recorrido transcurre con normalidad en las primeras estaciones, pero el semblante de Jesús Adrián comienza a cambiar. Su vigoroso paso del inicio comienza a hacerse lento. Si bien es cierto que la tradicional católica marca que esa cruz trae consigo “el peso de los pecados del mundo”, esa carga molesta el hombro derecho del actor.
Mientras los soldados azotan al nazareno, lo van escoltando a Adrián por entre las angostas calles de la colonia Santa María, buscan algo que puedan colocar en su hombro y evitar que la cruz lo siga lastimando.
De pronto, una tela color rosa aparece, tratan de colocarla discretamente, pero en lo que se detienen para colocarla debajo de la túnica, se nota el esfuerzo por evitar que Adrián sufra más de la cuenta.
El paso de Adrián comienza a ganar velocidad, lo que hace que las burlas de los soldados y los azotes hacia el nazareno aumenten considerablemente. Sin embargo, el propio camino que recorre se vuelve un obstáculo para Jesús.
Esas calles, tan angostas, tan llenas de baches, caminos que no supieron si llevarían pavimento o si serían de terracería y que tienen tantas imperfecciones que dificulta el paso hasta para aquellos que no cargan más que su alma, hacen que la estamina de Jesús Adrián disminuya considerablemente.
Con las pocas fuerzas que le quedan, o aquellas que le otorgó la fe, llega hasta el último tramo del Viacrucis: la calle Pavo Real. A partir de este punto, solo le queda un camino en línea recta hasta llegar al cerro donde será la representación de su crucifixión.
Sin embargo, al igual que como dice la Biblia sobre el relato de Jesús de Nazaret, su cuerpo comienza a derrumbarse por el cansancio. La representación de las caídas de Jesucristo, tarda en llegar debido a que el hombro de Jesús Adrián sigue siendo una molestia.
En una de las caídas, la última antes de llegar, el cuerpo de Jesús Adrián se queda acostado por unos minutos en el suelo. Ya sea por actuación o para agarrar fuerzas, el semblante cambia y da un último esfuerzo para finalmente llegar a su destino.
Los fuertes vientos complican de forma considerable la crucifixión de Jesús. Entre unas 15 personas cargan la cruz, usan cuerdas y palas para que la cruz quede clavada en el cerro.
La multicitada frase final de Jesucristo sale de los labios de Jesús Adrián: “¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!”. Sus ojos se cierran y su cuerpo se desvanece en la cruz.
Las mismas 15 personas que lo ayudaron a subir en la cruz, son quienes bajan el cuerpo cansado y lleno de golpes de Jesús Adrián, quien continua con los ojos cerrados, nadie sabe si porque su actuación es tan buena que está fingiendo estar muerto, o el cansancio llegó a tal punto en el que ya no puede más.
De cualquier manera, la misión concluyó exitosamente, y a sus 21 años, 12 años menos que los que tenía el nazareno al ser crucificado, consiguió llevar en su piel y sobre su espalda esa pesada carga de ser quien lleve el sufrimiento a los miles de feligreses católicos que lo acompañaron en su propio camino al Gólgota.
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