Bajo un sol que imponía sus calurosas condiciones en medio del desierto, migrantes y agentes de la Guardia Nacional de Texas protagonizaron una tensa jornada en los alrededores de la puerta 36 del bordo fronterizo, donde después de provocaciones y amagos de conflicto, todo quedó en calma.
La situación llegó a un punto máximo entre el mediodía y la 1 de la tarde, cuando agentes de la Guardia Nacional texana reprimieron con balas de goma a migrantes que intentaban acercarse a la cerca de alambre de navajas colocada en la frontera, dejando a un migrante gravemente herido en el rostro.
Una hora después, los agentes de la milicia texana habían advertido a los migrantes que tenían una hora para abandonar las inmediaciones del río Bravo, del lado estadounidense, o de lo contrario serían detenidos por los agentes texanos.
No obstante, todo permanecía en calma, salvo el molesto mensaje del altoparlante en el que un agente decía “¡Atención, vamos a instalar alambre de púas en esta zona, por su seguridad necesitamos que regresen al lado de México o serán arrestados!”. Migrantes y soldados solamente pasaban el tiempo ahí, parados como cualquier otro día.
De pronto, un contingente de aproximadamente 20 agentes de la Guardia Nacional, con escudo y equipo antimotines, caminaron por entre la cerca hasta que llegaron a unos 600 metros de la puerta 36; ahí abrieron esa cerca de alambre de navajas y se pusieron en territorio que hasta ahora era únicamente de los migrantes.
El contingente avanzaba y los pocos indocumentados que habían instalado su campamento en esa zona retrocedían asustados sin saber cuál podría ser su destino, mientras los militares texanos avanzaban a paso lento, pero firme.
Aproximadamente cuatrocientos metros más adelante, los indocumentados decidieron concentrarse ahí con la intención de no dejar avanzar al contingente de la Guardia Nacional.
Aunque la tensión aumentaba conforme los texanos daban un paso y los migrantes se quedaban firmes en aquel espacio de lodo y tierra pegado al río Bravo, nadie quería un conflicto y se podía notar en los dichos, en las súplicas y hasta en los ojos de los agentes de la Guardia Nacional.
Del lado migrante solamente gritaban que querían paz, que no querían un conflicto y que pedían la llegada de la Patrulla Fronteriza. Al principio, las reacciones de los agentes de la Guardia Nacional eran de negación y únicamente apretaban sus escudos y ponían pies firmes en el suelo, en clara posición de ataque, pero esa posición cambió por camaradería entre compañeros que, entre otras cosas, compartían aguas y risas como si no estuviesen en medio de un conflicto internacional de dimensiones gigantescas.
Las horas pasaban y detrás del contingente de agentes militares, trabajadores colocaban en esos escasos metros de tierra entre el borde y la primera cerca colocada, una segunda cerca que prácticamente buscaba evitar que los indocumentados pisaran bajo cualquier circunstancia suelo americano.
Avanzaba la colocación de la cerca y con ella, el sentimiento en el aire de que era inevitable un enfrentamiento entre migrantes y agentes de la Guardia Nacional. No obstante, comenzaron a cambiar de turno los agentes y las horas bajo el sol sin suficiente hidratación hicieron efecto, hasta que de repente, se escucharon frases tan mexicanas como “¡espérate, güey, ahí lo cargo!” o “Simón, güey, échalo para acá”, dichas por agentes texanos que buscaban la manera de acomodar la cerca.
La tarde llegó con los agentes de la Guardia Nacional frente a frente con parte de ese alambre de púas a punto de ser colocado donde estaban los migrantes; pero los uniformados cedieron y colocaron la cerca, solo para evitar el encuentro entre los “extranjeros” y los locales.
Niños, mujeres y hombres que esperaban lo peor y estaban sentados en espera de ser reprimidos por los agentes texanos, ahora comenzaban a levantarse y a sacudir sus ropas que estaban llenas de la arenosa tierra que hay en el borde fronterizo.
La tensión ha terminado por hoy, pero nadie descarta que pueda regresar en cualquier momento.
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