José Braulio y Brayan, alumnos de cuarto y sexto grado de primaria en la escuela Domingo Bravo Oviedo, recorren diariamente entre uno y tres kilómetros para tomar sus clases.
Sin importar las condiciones climáticas, ambos estudiantes recorren veredas y caminos vecinales de terracería para llegar al plantel que se encuentra en las faldas de la sierra de Juárez, entre la colonia Granjas Unidas y el ejido Adolfo López Mateos.
Allí, en la quietud y el ambiente campirano a orillas de la ciudad, el plantel cuenta con calentones suficientes para permitir que los alumnos puedan tener clases con normalidad.
Sin embargo, el ausentismo registrado en los dos primeros días de clases trajo salones con presencia de apenas 12 alumnos en promedio.
José Braulio García Enríquez tiene nueve años de edad, cursa el cuarto año y tiene cimentado su sueño para ser médico.

Todas las mañanas a las 7:20 deja su casa, localizada a un par de kilómetros sierra arriba, en el ejido Adolfo López Mateos, para alcanzar el aventón que un vecino le da a él y a otros compañeros para bajar del cerro a bordo de la caja de una camioneta.
Cuando la posibilidad de ser llevado no ocurre, tiene que caminar cuesta abajo desde más temprano y dejar su vivienda a las 7:15 de la mañana.
La mañana del viernes el termómetro marcó 3 grados centígrados, aunque con el viento la sensación térmica descendió un par de grados más, e incluso se dejó sentir una ligera granizada en la zona.
Ese no fue impedimento para que José no saliera de casa y llegara a tomar clases, como cada día, desde hace cuatro años en la escuela Oviedo.
José Braulio dijo que recibió regalos solamente en la Navidad, porque los Reyes Magos no alcanzaron a llegar hasta el cerro.
Sin embargo, dice que le gusta el lugar donde vive, donde no hay automóviles y puede salir por las tardes a jugar fútbol con sus amigos.
Su equipo favorito es la Selección Mexicana y admira a Giovanni dos Santos, aunque luego reflexionó y consideró entre sus ídolos al FC Juárez.
Y aunque quisiera una camiseta de los Bravos, sabe que su padre –de oficio soldador– y su madre –un ama de casa– no se la pueden comprar, ya que tienen otras prioridades.
“Yo saco nueves y dieces, eso es lo que hago yo”, y sonríe luego para correr a alcanzar a sus compañeros en el recreo.
En la escalera de la escuela también se encuentra sentado Brayan Macías Ramírez, de 12 años de edad, quien cursa el sexto grado.
Brayan habita en la colonia Granjas Unidas junto a su madre, quien enviudó hace un año y que con su pensión le mantiene a él y otros tres hermanos.
“Somos ocho hermanos, pero cuatro ya se casaron, ellos ayudan a mi mamá. A mi papá lo mataron hace un año en una tienda”, recuerda el adolescente, mientras con sus brazos entrelazados intenta mitigar el viento frío que se deja sentir.
“Sí tengo otras chamarras, pero ’orita nada más tenía esta, pero de repente sí me da frío, pero sí me gustaría que me regalaran una chamarra chida, claro”, dijo mientras, al intentar cubrirse, su sudadera de lana deja ver un área descosida en su costado derecho.
Para Brayan acudir a la escuela, que le queda a un kilómetro de casa, es una cuestión de gran responsabilidad y orgullo, ya que, presume, forma parte de la escolta del plantel, donde sus aspiraciones vuelan para convertirse algún día en un científico o por lo menos en un cantante de hip hop.
“Me gustan las matemáticas, pero también me gustaría rapear, quiero una aplicación para hacer música, pero a veces también trabajo, le ayudo a mi tío pintando casas”, comentó.
Con el paisaje de la ciudad al fondo, Brayan sube a una plataforma de concreto, allí imagina que se encuentra ante un gran auditorio, sueña que da un concierto a una multitud, emula ser un cantante famoso y al terminar su actuación recibe aplausos de algunos de sus compañeros, con quienes choca las manos, para regresar a su salón de clases.
Sandra Elena Morales Espinoza, directora de la escuela, indicó que si bien las instalaciones de la escuela se encuentran en óptimas condiciones para impartir las clases ya que cuentan con calentón, el principal problema al que se enfrentan los 145 alumnos del primero al sexto grado que allí acuden, es el traslado.
“Los niños pertenecen a Granjas Unidas y al ejido Adolfo López Mateos que está hacia arriba, que son las montañas que están hacia arriba. Los niños que vienen de varias partes y tienen que caminar bastante, varios kilómetros hacia arriba y son veredas, terracería. La mayoría de nuestros alumnos llegan a pie”, comentó.
Es por esta razón que durante el viernes se registró una asistencia de la mitad del alumnado, aunque Morales Espinoza refirió que en ocasiones ocurre que los estudiantes prefieren trasladarse al plantel, ya que en su casa carecen de calentón.
En su mayoría, los padres de familia tienen trabajos eventuales en las marraneras, en el reciclado, así como en la industria maquiladora, por lo que muchos de ellos carecen de vehículo propio.
“La mayoría de los niños llegan solitos y los pocos papás que traen troca suben a los que se van encontrando, pero no están acostumbrados los niños a pedir ride, ellos llegan y se van solos, como en los ranchos”, puntualizó.
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