La imagen es imborrable. Un cuerpo en descomposición, dentro de la cajuela de una carroza fúnebre, “yonkeada” en el patio del crematorio Plenitud que se convirtió en símbolo del abandono y la impunidad. A su alrededor, 385 cadáveres más, sin nombre, sin dignidad. Tirados en una bodega, como cualquier despojo.
Ese cuerpo podría ser el de Gabriel Ruiz Tarango, un hombre de 86 años, según asegura su sobrino, Pedro Ruíz Hernández. Él no titubea al decirlo. Lo vio a través de las fotografías. Reconoció su ropa, su contextura, su rostro. Estuvo a su lado toda la vida, y cree que ahora le toca despedirlo con respeto.
Pero no está solo.
Otra familia llegó a la Fiscalía de Distrito Zona Norte para afirmar lo mismo: que ese cuerpo les pertenece, que también es suyo el derecho a llorarlo, a sepultarlo, a cerrar un duelo.
La Fiscalía, por ahora, se abstiene de confirmar identidades. A través de su área de Comunicación Social, informó que continúan trabajando en las pruebas de reconocimiento y que hasta no tener certeza, el cuerpo no será entregado a nadie.
Pedro recuerda el momento en que vio la carroza a través de las imágenes que difundían los medios de comunicación de Ciudad Juárez, justo el día en que las autoridades descubrieron el resto de los cadáveres y ese hallazgo se volvió un escándalo nacional.
“La ropa era la misma… su pantalón, sus zapatos, su camisa. Era él. Lo vi y supe que era mi tío”, contó Pedro en entrevista con Norte Digital.
Pero su testimonio no basta. La ley exige certeza científica. Y el dolor y la incertidumbre, mientras tanto, se multiplican.
La segunda familia que reclama el cuerpo también tiene argumentos. También lo han reconocido, también se han presentado ante la Fiscalía. Pero Pedro insiste: esa persona, el hombre que yace en esa carroza, es su tío, el hermano de su padre. Incluso, asegura que la segunda familia podría ser también parte de su árbol genealógico.
“Es otro familiar, pero todos sabemos que es Gabriel Ruíz Tarango”, dice con voz firme.
La Fiscalía prometió que, una vez confirmada la identidad del cuerpo, se hará público y se entregará a la familia correspondiente.
Mientras tanto, el cuerpo sigue ahí: sin nombre oficial, sin destino, sin justicia.
Y dos familias, unidas por el duelo y separadas por la incertidumbre, esperan una respuesta que no debería tardar tanto.