La agente de Seguridad Vial, Graciela Ramírez Tapia, sabía que un día le tocaría atender un parto en circunstancias de riesgo, pero no imaginó lo complicado que sería.
Ya en otra ocasión había aplicado Reanimación Cardio Pulmonar (RCP) a un niño ahogado en una alberca y lo había sacado del trance de la muerte. Sin embargo, ahora el reto era distinto: dar atención a una mujer en plena labor de parto, en medio del tráfico y dentro de un taxi.
Todo inició cuando un taxista se acercó al agente motociclista Martín Zamarripa, que se encontraba en el cruce de la carretera Juárez-Porvenir y Libramiento Independencia, el jueves de la semana pasada.
El chofer, desesperado, explicó que llevaba a una mujer a punto de dar a luz y pidió ayuda para abrirle paso entre los autos. El objetivo era llegar al Hospital de la Mujer. Venían desde el fraccionamiento Parajes de San Isidro.
El agente dio aviso a su comandante y éste localizó a Graciela, quien patrullaba en la unidad 1090 con su compañera Alma Delia Sánchez. Estaban en el bulevar Juan Pablo II.
“En eso me habla el comandante Torre, me dice que si me puedo retornar, porque me acababa de ver ahí en la Juan Pablo, y ya me comunica que mi compañero Zamarripa viene en su moto abriéndole camino a un taxi, porque venía una ciudadana en labor de parto, pero que ya no aguanta”, relató.



Un bebé que tenía prisa por nacer
El bebé ya quería nacer y su madre se retorcía en el asiento trasero.
Graciela, con rapidez mental, trataba de recordar las escenas de los médicos cuando atendían partos en el hospital, durante su tiempo como enfermera en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS).
Había ayudado varias veces, pero nunca había recibido a un bebé sola. Y menos con uniforme de agente, en un vehículo improvisado como sala de emergencias, sin agua, instrumentos quirúrgicos ni protección contra bacterias.
El estrés la invadía. Lo único que pudo hacer en el trayecto fue quitarse el chaleco para moverse mejor, mientras repasaba en su mente el procedimiento.
Apenas llegaron, saltó de la patrulla y en segundos ya estaba frente a la mujer de 36 años, que palidecía y temblaba en el asiento.
“La señora ya estaba demasiado pálida, su boca estaba blanca. De tanto bullicio, yo creo que se empezó a desesperar y ya le dije: mire, tranquilícese, nada más escúcheme a mí, véame a mí, yo le voy a decir qué vamos a hacer”, contó.
Por los nervios olvidó bajar el botiquín de la patrulla, así que no tenía con qué cortar el cordón umbilical.
Su compañera Alma Delia tomó la mano de la paciente para calmarla.
“A la señora le dije: en la primera contracción que sienta va a pujar. Fueron como unas cinco veces y ya cuando se avienta el último pujido yo vi la corona del niño y le dije: sabe qué, ahí viene su bebé, hay que pujar. Pero en ese momento lo vuelve a meter al bebé. ¡Ay no!”, narró sobre el instante más angustiante.
Le explicó que esa maniobra era peligrosa, que el niño podía asfixiarse. En la siguiente contracción, la mujer empujó con toda su fuerza.
“Ya cuando veo que el niño ya sacó la cabeza, me cercioro de que no tuviera el cordón enredado en el cuello y lo giro hacia mi derecha y lo jalo”, recordó.
Sintió alivio al sacarlo, pero enseguida miedo: el bebé no respiraba. Intentó reanimarlo.
“Con mi boca le aventaba poquito aire a su boca y ahí fue cuando aventó un suspiro y lloró”, relató con emoción.
Un milagro improvisado en plena calle
Graciela reconoció que sus conocimientos en partos eran limitados, pero se concentró al máximo.
Sabía que algún día podría pasarle y, aunque se decía preparada, nunca imaginó que fuera tan pronto.
“Me dicen que yo soy partera porque yo lo parí”, dijo con una mezcla de nervios y orgullo.
Calificó la experiencia como un momento impresionante y emocionante, testimonio de la fuerza de la naturaleza.
“Cuando ves salir al bebé dices: ay Dios, que sea lo que Dios quiera”, comentó.
Finalmente, consiguió unas tijeras para cortar el cordón umbilical y con la liga de su cabello hizo el amarre. Mientras tanto, revisaba a la madre y al recién nacido.
Algunos le han dicho que lo que hizo “¡qué padre!”, pero ella admite que la responsabilidad fue enorme, pues tenía en sus manos dos vidas.
No puede describir todos los sentimientos que vivió, pero confiesa que sintió alivio cuando ambos respiraron correctamente.
Veinte minutos después del parto llegó la primera ambulancia. La madre fue trasladada al Hospital de la Mujer, mientras el bebé permaneció un rato con ellas antes de ser llevado al Hospital Infantil de Especialidades. En ese lapso, la historia tuvo un detalle inesperado: el pequeño tuvo hambre y Alma Delia, que también es madre en lactancia, lo alimentó unos minutos.
El nacimiento fue recibido con aplausos. Compañeros y curiosos se alegraron al escuchar el llanto y ver al bebé, sano y en brazos de su madre, que lo apretaba con fuerza contra su pecho.
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