Mucho se ha escrito ya de la leyenda llamado “Santo, El enmascarado de Plata”. Su legado no solo se entretejió en el ring y en la pantalla grande, sino que traspasó fronteras e hizo creer a muchos que los superhéroes de carne y hueso de verdad existían.
Rodolfo Guzmán Huerta, como se llamaba el hombre detrás de la máscara plateada, nació en Tulancingo, Hidalgo, el 23 de septiembre de 1917. Como muchos jóvenes de la época, su vida no fue sencilla. Antes de convertirse en un luchador profesional, era obrero en una fábrica de textiles; sin embargo, también le llamaba la atención los gimnasios y la lucha libre, un deporte que cada vez ganaba más adeptos.
Los primeros de su familia en subir al ring fueron sus hermanos y, aunque uno de ellos murió durante un espectáculo, eso no desanimó a Rodolfo Guzmán y pronto comenzó a experimentar con personajes hasta que en 1942 adoptó el nombre que le dio la gloria.
Fue gracias al entrenador Jesús Lomelí que Guzmán llevó el nombre de “El Santo”, un personaje que luchaba del lado rudo, aunque eso no duró mucho tiempo pues fue el mismo público el que exigía que todo santo debía estar de lado de los buenos.
La influencia de las historietas y tiras cómicas no tardó en llegar a México y en 1952 comenzó a publicarse una historieta que tenía a “El Santo” como protagonista. Esto solo fue una probadita de la enorme influencia que tendría el luchador técnico en el público.
La verdadera fama llegó gracias al cine y con 52 películas filmadas, “Santo” se convirtió en un superhéroe de fabricación nacional que igual peleaba contra vampiros, zombis, estranguladores, asesinos y cualquier otro personaje fantástico nacido en la mente de los escritores, pero que hicieron a esta figura el luchador más importante de la historia.
La narrativa de sus películas siempre era la misma, pero eso al público nunca le importaba. Ellos querían ser testigos de cómo este súperhombre luchaba contra el mal y ayudaba a una policía que aún no era corrupta, pero sí ineficaz para combatir el crimen mientras, de pasada, se paseaba con el torso desnudo en autos deportivos y acompañado de mujeres jóvenes y bellas.
Fue tal su impacto que traspasó fronteras. Incluso, hubo versiones “piratas” de “El Santo” pues en Francia se volvió muy popular un luchador enmascarado llamado “L’Ange Blanc”, es decir, “El Ángel Blanco”. Cualquiera que viera a ambos apenas podría distinguir quién era quién; pero, a diferencia de la versión francesa, Guzmán fue figura emblemática del subgénero cinematográfico llamado “De luchadores”.
Durante las cuatro décadas que estuvo como luchador activo jamás perdió su tan apreciada máscara y fue durante una entrevista para Jacobo Zabludovsky en enero de 1984 que “El Santo” decidió mostrar su rostro en televisión nacional. Días después, murió en la Ciudad de México el 5 de febrero de 1984 a consecuencia de un infarto.
Han pasada 39 años y su legado ahora es aprovechado por sus hijos e incluso nietos, que mantienen activo no solo el nombre y la máscara, sino toda una industria de productos y figuras diseñadas con la imagen del mejor artista de la lucha libre mexicana.