En otra entrega ya había escrito algo relacionado con este escritor romántico, uno de los primeros escritores mexicanos, con el rigor que significa esta palabra, ya que México alcanza su Independencia en 1821. En aquella ocasión hablé del drama Muñoz, inquisidor de México, pero esta vez me centraré en una de sus novelitas, que algunos han tratado como cuentos, pero no es así, son novelas, porque esa era la clasificación que tenían en su momento, y la obra es La hija del oidor, publicada en la revista El Año Nuevo (1837).
Recordemos que Rodríguez Galván pertenecía a la Academia de Letrán y junto a sus compañeros de tertulia, los hermanos Lacunza, Guillermo Prieto y otros, tenían en mente realizar una literatura nacional. Eso es lo que vemos en esta obra, desde el inicio se presenta la Ciudad de México, la catedral, el actual Zócalo, en penumbras, en 1809, poco antes del inicio de la Independencia. El ambiente es lóbrego, opresivo. En esas calles oscuras camina el oidor junto a su hija y se encuentran a un vagabundo que canta unas coplas. El oidor deja ver su actitud soberbia en contra del pueblo mexicano.
Claramente vamos a encontrar aspectos románticos en esta obra. Rodríguez Galván estaba al día con las publicaciones de su época, ya que leía las novedades que llegaban a la imprenta-librería de su tío, Mariano Galván. Por eso no es raro encontrar pasajes que recuerden a un Víctor Hugo o un Dumas, pero eso sí, en ambientes mexicanos, como la Plaza Mayor, Xochimilco o La Viga. Estos aspectos son representados por mujeres enclaustradas, quienes a menudo son burladas, hay un amor a primera vista e imposible de concretarse y la muerte siempre ronda a los protagonistas. Hay personajes de los que no se sabe su origen, son forajidos.
Rodríguez Galván presenta en esta novelita una historia de intriga, de opresión, de amor, venganza ante el honor perdido y tiene ese color local que buscaban los románticos de este periodo y que será muy caro para los románticos posteriores, como Ignacio Manuel Altamirano. Podemos decir que La hija del oidor contribuye a esa idea de la literatura mexicana que poco irá cobrando fuerza en el siglo XIX para darle una identidad a nuestras letras.
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