En el año 2000 inicié mi carrera como entrevistador en una estación de radio, el licenciado Jesús Alfredo Varela me dio la oportunidad de estar frente al micrófono y en programa ampliamente tradicional de nombre Diagonales “líneas que unen los ángulos de una sociedad”.
El programa había sido conducido por dos grandes periodistas de la ciudad, pero su servidor aún no era ni periodista, era un simple estudiante en los semestres finales de la carrera de Comunicación.
Acepto que las primeras entrevistas fueron un bodrio, en aquel entonces me pusieron al frente, entre otros, a Ramón Galindo, incluso él mismo me acomodó el micrófono siendo que yo era el conductor.
Así transcurrieron muchas entrevistas, unas más leves que otras; la aventura duró dos años.
No recuerdo bien en qué meses y de cual año, pero era tiempo electoral y desfilaron por ahí diferentes exponentes de partidos políticos, con los cuales agarré buen colmillo porque se sabe que los políticos tienen respuesta para todo sin tener que responder “sí” o “no”, entonces el trabajo consistía en tratar de sacarles una buena entrevista sin que esta pareciera aburrida.
En una ocasión uno de los que pasó por esa cabina tenía un moco en su amplia nariz, eso determinó que mi atención estuviera puesta más en su fosa nasal que en lo que estaba preguntando, sinceramente aquello fue repugnante. En la escuela de Comunicación aprendí varias cosas pero nunca me enseñaron cómo atender a un político moquiento.
Su servidor tenía que llevar una entrevista atendiendo a los 60 minutos que duraba la misma. Si la ponemos en un esquema: la entrevista se transforma en una campana de Gauss, empieza desde abajo, sube al clímax y luego va bajando, se va cerrando el diálogo, y es así como más o menos se logra un buen presupuesto para lograr un buen trabajo. El caso es que no pasé de la primera etapa, de hecho no recuerdo ni lo que le pregunté.
Aquel encuentro que se supone que iba a ser de temas interesantes se convirtió en una ráfaga de preguntas banales, las cuales se prolongaron por una eternidad, ya que no encontraba el momento para decirle que tenía un moco en la nariz, o en su defecto, lo que yo necesitaba era que ya se terminara ese diálogo inerte.
Supongo que dejé una pésima impresión como entrevistador y no me arrepiento de ello porque ni siquiera hubo contacto visual, ya que cada vez que lo hacía, lo primero que se asomaba era el moco. Con lo asquiento que soy no pude soportar mantener el contacto ni tres segundos, hacía la finta de que yo estaba escribiendo, pero no, lo que deseaba era evadir al mocudo.
La venta del avión presidencial es el moco en la nariz del presidente; hay tantos y tantos temas de corrupción qué atender, que el presidente sabe muy bien cuando algo será asqueroso para distraer a la prensa nacional.
Recién salieron los líos del general Cienfuegos y de repente aparece lo del avión. Y ahora tenemos a toda la prensa nacional consiguiendo las ventajas y desventajas de haber vendido el avión, pero yo lo veo como el gran moco que está distrayendo los asuntos torales. Esta es una entrevista que no acaba y que se ha prolongado por eternidades en donde el preciso no quiere ni quitarse el moco, ni dejar que se lo quiten. No le conviene.
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