En tiempo pasado, cerca de mi casa había una tienda de abarrotes, como en cada barrio de México, en ella encontrábamos cualquier tipo de cosa que se requería y evitábamos dar la vuelta al supermercado. Las tienditas de barrio estaban dotadas de amplios productos, eran abarroteras, boticas, mercerías y hasta papelerías.
No sé si usted, amable lector, recuerde que la entrada al ciclo escolar era el 2 de septiembre. Todo parece indicar que nos daba gusto regresar a la escuela ya que el primer día de clases, mi madre me compraba ropa para estrenar, es decir, básicamente regresar a la escuela era como asistir a una fiesta, por eso me vestía con ropita nueva.
Después de algunos días de iniciado el nuevo ciclo, recibíamos los libros de texto y era fabuloso hojearlos toditos completos, aparte el aroma a nuevo se distendía en el salón. Realmente era grato tenerlos en las manos..
Muy bien recuerdo su grosor, y de hecho sin temor a equivocarme, mis libros eran más delgados que aquellos que usó mi hermana. Cuando me tocó entrar a la primaria, dos de mis hermanos varones aún estaban en la misma escuela, en cuarto y quinto año, respectivamente, así que para obviar trabajo, mi madre solía darnos dinero para comprar forro para libros en la tiendita señalada.
Se trataba de plástico de colores, además teníamos que comprar un rollito de cinta transparente y adhesiva marca Scotch. En la mesa que usualmente era el comedor, se convertía en una maquiladora de “forración”. Mis hermanos sabían muy bien cóimo usar las tijeras y realizar los cortes precisos para que el libro quedara superbien. Lo aprendí muy bien, ya que a lo largo de mi vida académica nunca dejé de forrar mis libros con otros materiales. Cuando llegaron los libros de sexto año, lo primero que vimos fue el aparato reproductor. Medio salón susurraba, pero ya llegaría el tiempo de que nos dijeran qué entramados encerraban dos dibujos de cuerpos desnudos.
En mi paso por la maestría, de la docena de requisitos que tenía que llenar, tuve que asistir a un curso de inducción. El instructor, un doctor, nos explicó las formas de realizar una tesis. Era un hombre delgado, alto, de pelo largo, con acento del centro del país. Su voz era chillona y su intensidad llamaba la atención, ya que manoteaba y gesticulaba con enorme pasión. Creí que estaba enojado pero el tenía un talento que desarrolló tan fluido como tan propio. Su nombre era Marx Arriaga.
Morena ganó las elecciones y el doctor fue llamado a trabajar en el Gobierno federal, pues Marx había sido asesor de tesis de Beatriz Gutiérrez Müller, la esposa del presidente AMLO. De pronto se convirtió en diseñador de libros de texto. Sin embargo, una cosa es que sea profe y otra que indique el camino de la educación de una nación. Garbanzo de a libra que tenía la UACJ entre sus catedráticos.
La ideología que Marx imprime en los libros de texto, es una retribución a la primera dama y su nombre, es una rendición tributaria al amigo de Friederich Engels.
Así no me dan ganas de forrar los libros.
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