En la oscuridad de la noche, tan negra como el traje de mariachi que porta, Onésimo Martínez Cruz atraviesa las calles sigiloso y en su transitar la música va por dentro, mientras callada viaja en su espalda su fiel compañera, una guitarra de madera, que le cubre la retaguardia.
Antes de cruzar la avenida observa para ambos lados de la vía, su precaución no es para menos, tras un accidente automovilístico sufrido hace tres años en compañía del grupo de mariachis con el que participaba, Onésimo perdió la movilidad en sus piernas y desde entonces anda en silla de ruedas.
“Dicen que un gato tiene siete vidas, pero yo he librado la muerte más de nueve veces”, afirma este hombre nacido en 1957 en el pueblo de San Pablo Degorexte, Oaxaca, mientras en su rostro una amplia sonrisa se despliega sincera.
Onésimo musita algunos versos románticos, ante los pocos peatones que aún deambulan por el cruce de la avenida 16 de Septiembre y la calle Ramón Corona.
Algunos le observan de soslayo, para ellos tararea melodías y sonríe, son las canciones que entre la luz de neón y el aroma a tabaco y licor habrá de interpretar en esta velada.
‘Una piedra en el camino me enseñó que mi destino era rodar y rodar…’
A Ciudad Juárez llegó hace 20 años, después de trabajar como cocinero en la mina La Caridad, en Nacozari, Sonora, a dónde acudió, como muchos, en busca de un mejor futuro para él y su familia.
“De San Pedro me fui a trabajar a México, allá trabajé tres años y a los 19 regresé a mi pueblo, en 1976, y ese mismo día me fui con mi tío Erasmo, que estaba de visita, a Nacozari, yo quería conocer una mina”, comentó.
Ahí vivió casi 20 años e hizo el suficiente dinero para comprar un terreno en el que construyó un jacalito y donde recibió la visita de su padre, quien le comunicaba que su madre estaba muy enferma y le pedía verlo antes de morir.
“Yo le dije a mi papá: ‘aquí tengo vida, aquí hay vida, trabajo, tengo seguro. Mire, padre, mejor vaya usted al pueblo y tráigame a mi mamá y a mis hermanos’”, recordó.
Tras convencer a su padre de que pagaría el pasaje de toda la familia, al mes siguiente llegaron todos, y aquella mujer moribunda le dijo que ya se sentía conforme y podía morir en cualquier momento.
“Su ánimo no era bueno, pero a base de cariño y cuidados mi madre logró vivir hasta el pasado mes de mayo”, reveló.
En tierra sonorense se enamoró de una joven, Angélica, con la que tuvo un hijo, Manuel, pero al ser ella menor de edad su relación fracasó y se separaron a los meses de haber nacido su primogénito, el cual quedó bajo el cuidado de su abuela paterna.
Al volver su familia a San Pedro, Onésimo fue invitado por su hermano a visitar Juárez, en 1995, y fue aquí donde conoció a su segunda esposa, Catalina, de quien se separó hace cinco años, pero con quien procreó otros dos varones y tres niñas.
Desde su accidente automovilístico, Onésimo ha sido operado tres ocasiones, pero dice que ya no puede volver a caminar debido a la edad, la diabetes, la falta de solidificación de sus huesos y la carencia de recursos económicos para consultar algún especialista.
“No sé si con algún implemento ortopédico pudiera volver a ponerme de pie, eso cuesta mucho dinero, amigo”, mencionó.
Cuando tenía seis años una burra lo pataleó hasta quebrarlo y dejarlo inconsciente.
El accidente con sus compañeros mariachis le volvió a quebrar y lo dejó en silla de ruedas y ya en ella lo han atropellado en un par de ocasiones cuando ha salido a trabajar de bar en bar.
“Muchos me dicen que prótesis y no se qué, pero yo no ambiciono tanto, simplemente estoy vivo, estoy arriba de la silla, si no se pudo con las operaciones, ni modo, yo soy feliz, yo no me agüito por andar aquí”, afirmó el músico, que se le puede encontrar lo mismo por las mañanas que a altas horas de la noche en el primer cuadro de la ciudad.
Nace una estrella
Con su inseparable la guitarra tras de él, Onésimo se mueve en la silla para alcanzarla y acariciarla, mientras algunos arpegios suenan entre las mesas y va preguntando a los parroquianos qué melodía gustan escuchar.
Después de hacer la ronda, es contratado por un grupo de jóvenes con quienes interpreta lo mismo una canción ranchera que un bolero o un tango, ya que su repertorio supera las 450 canciones.
Su voz es potente pero dulce, y sus interpretaciones visten de un color especial la atmósfera donde los trasnochados lloran sus penas y brindan por sus hazañas del día.
“Yo aprendí a tocar desde niño, canto desde que empecé a hablar”, asegura, mientras sus manos devuelven a su acompañante a la parte posterior de la silla.
“A los 11 años me fui a escondidas a la XEOA de Oaxaca a un concurso en el programa “Qué norteña tan cotorra”, le platiqué a mi primo Trini, quien me llevó bajo la condición de que le pidiera permiso a mis papás, cosa que no hice”, recordó entre carcajadas.
Así, un lunes a las 10 a.m., su pariente lo llevó a las puertas de la estación, donde los vigilantes –entre intrigados y burlones– le permitieron el paso al estudio.
“Yo era un indito de huaraches, así, de pueblo, todos me veían como bicho raro.
¿Qué andas haciendo aquí niño?, ¡Aquí no se dan limosna! ‘Vengo a cantar’, les dije a todos”, comentó.
Después de aceptarlo y formarse para dar sus datos, los organizadores le indicaron colocarse donde estaban los aspirantes a cantar.
“Para mi suerte me tocó el número tres. Pasó, hasta me acuerdo de los nombres, Domingo; cuando empezó a cantar, el muchacho andaba en otro tono y la gente empezó a gritar que lo bajaran” dijo.
“Luego siguió Gloria, que tenía una voz hermosísima, pero en el segundo verso, la canción se le olvidó y la abuchearon también”, añadió.
Con la adrenalina contenida, y soportando los comentarios burlones del locutor, Onésimo recibió la rechifla del público que pedía que lo sacaran del escenario.
“La gente gritaba ‘¡bájenlo!’, y les respondí, ‘que griten eso después de que me oigan, que griten lo que quieran, pero primero que me escuchen’”, dijo.
Fue así que sonaron los primeros acordes de “Llorando a mares”, que era una de las favoritas de su padre. Al terminar de interpretarla, Onésimo recibió una ovación de pie y calificó entre los 27 finalistas del concurso.
Al llegar a casa y revelarle a su padre lo acontecido, el hombre solo le respondió –entre emocionado y molesto– “a la otra voy a ir contigo”.
“En total fueron siete presentaciones y de esas sacaron los primeros lugares; fui el primer lugar, me dieron una plancha, 25 pesos y mi diploma”, señaló al esbozar una sonrisa.
En Juárez, la vida sigue
Sin embargo, el destino le tenía otro camino y fue así que la necesidad le obligó a trabajar en distintos oficios hasta llegar a Juárez, donde junto a su hermano Trini, que tenía un restaurante, comenzó de nuevo su vida.
“A veces tocaba en los descansos y fue ahí donde llegaba un trío y una ocasión que les faltaba un músico me invitaron y así comencé a recorrer las calles, hasta que me hice mariachi y empecé, y así sigo, desde el 2001 a la fecha”, manifestó.
La falta de movilidad de sus piernas no ha sido impedimento para Onésimo para salir adelante, por eso se sorprende cuando observa entre las barras a gente que se queja de su condición, pudiendo dar un extra de sí.
“Era mi destino dedicarme a la música, así lo decidió la vida, ya lo demás es andar…”, concluyó.
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