El juego de Jesús Gardea
Marlon Martínez Vela
Jesús Gardea (Delicias, Chihuahua, 1939-Ciudad de México, 2000) es uno de los grandes escritores mexicanos y, por supuesto, de nuestro estado. Gardea creó su propio lugar mítico, tomando como referencia su ciudad natal que la convirtió en Placeres en su obra narrativa, un poco como lo habían hecho William Faulkner con Yoknapatawpha, Juan Carlos Onetti con Santa María y Gabriel García Márquez con Macondo. Gardea vivió varios años en Ciudad Juárez y desde acá escribió algunas de sus grandes obras.
Este escritor junto a Gerardo Cornejo, Ricardo Elizondo Elizondo y Daniel Sada, forma parte del inicio de lo que hoy se denomina la literatura del norte. El escritor chihuahuense recibió el Premio Xavier Villaurrutia en 1980 por Septiembre y los otros días; algunas de sus obras son Los viernes de Lautaro (1979), El tornavoz (1983), Sóbol (1985) y Donde el gimnasta (1999).
Esta vez les hablaré acerca de Juegan los comensales (1998), una de las últimas novelas de Gardea. Esta obra tiene una anécdota muy sencilla: se narra el momento en que ha terminado la cena en la casa de Ascensio y sus invitados (Morín, Surita, Fernández, Magaña, Ostos, Vidal y Celorio) hacen diferentes juegos que suponemos son habituales entre ellos: jugar con panes, servilletas, cucharas, manos, luces y desplazándose; eso es todo. No obstante, aquí empieza lo bueno, ya que no importa tanto la anécdota, sino la forma en que decide llevarla a cabo. Al final de eso se trata la originalidad en el arte, en este caso en la literatura, ya que todos los temas están tocados desde la antigüedad, desde las obras básicas de Occidente, la Biblia y Homero, todo estaba tratado, pero los juegos, como en Gardea, son los que han hecho las grandes aportaciones a la historia de la literatura.
En Juegan los comensales hay que poner atención a cada palabra porque, además de que no está narrada de forma tradicional, sino con base en hipérbaton y oraciones subordinadas hasta el cansancio, no hay explicaciones de espacio, detalles de personajes, de temporalidad, salvo escasos indicios, así que hay que poner mucha atención para saber si el adjetivo, usado como sustantivo en determinada oración, corresponde al párrafo anterior o a quince renglones atrás. Gardea, como en otras de sus obras, juega con el lector y con las posibilidades de la novela. Ahí está la invitación para leer a este gran escritor chihuahuense.
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