Cierto es que en México han destacado muchos poetas a lo largo de su historia literaria, no obstante, también contamos con grandísimos narradores y uno de ellos es Mauricio Magdaleno (Villa del Refugio [Tabasco], Zacatecas, 1906-Ciudad de México, 1986), quien fue escritor, periodista, guionista, miembro del Seminario de Cultura de la Academia Mexicana de la Lengua y del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. Magdaleno tiene varias obras, como El compadre Mendoza (1934), de la cual se filmó una película; La tierra grande (1949) y El resplandor (1969). Algunos críticos lo consideran dentro de la segunda línea de escritores de la Revolución Mexicana; sin embargo, por calidad, estaría en la primera línea.
Esta vez voy a comentar grosso modo el libro de cuentos El ardiente verano (1954), de Mauricio Magdaleno. La obra fue dedicada a Max Aub, otro escritor del que merece hablar, pero lo haré en otra ocasión. El ardiente verano contiene 13 cuentos que se desarrollan en el campo mexicano, la mayoría, ya sea en el contexto de la Revolución o de la guerra cristera; digo la mayoría porque un par de cuentos está ubicado en la Ciudad de México: “Llamarada” y “Estrellas de noviembre”; así como cuento que abre la colección: “El último verano”, el cual se ubica en el campo, pero tejano, en Estados Unidos, el cual trata sobre unos mexicanos que quieren comprar un rancho en Texas.
El ardiente verano es un libro fascinante que cuenta historias de traiciones, de envidias, de avaricia, de celos, de amor y odio, de chismes, de abuso, de muerte, de incesto. Hay cuentos en los cuales la Revolución solo es el contexto en el que se desarrolla una vida cotidiana como se podría llevar en esas situaciones, tratando de sobrellevarlas, tal es el caso de “Cuarto año”, en que un grupo de niños de primaria tienen sus clases, juega, tiene una maestra bonita y el director está enamorado de ella, mientras en las calles se disputan la plaza tanto carrancistas como villistas, el parecido con nuestra realidad es mera coincidencia. Hay que regresar a nuestros grandes autores para deleitarnos en sus obras y para reinterpretar nuestra realidad.
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