En México hay dos palabras que cambian totalmente su significado cuando se juntan.
La primera es “inocente”, que puede usarse para referirse a un niño o niña, a una persona de corto entender o, incluso, a quien resulta favorecido en un juicio penal.
La segunda es “palomita”, una palabra con múltiples acepciones: un ave común en plazas y cornisas de edificios públicos; una forma coloquial de llamar a las rosetas de maíz; pequeños envoltorios explosivos, y un largo etcétera.
Sin embargo, cuando ambas palabras se unen, el mensaje es claro: todo lo que se acaba de decir no era verdad, y quien lo creyó no es otra cosa que una “inocente palomita”.
El 28 de diciembre no pasa desapercibido en la política chihuahuense. Por un lado, es el día de las bromas y de las noticias falsas presentadas como verdad consumada. Por otro, es un espejo incómodo de la relación entre el poder y la ciudadanía.
Originalmente, la fecha recuerda una masacre de niños —inocentes— descrita en el Evangelio de Mateo: víctimas de la paranoia de un gobernante que temía perder el trono. Dos mil años después, la historia se repite con menos sangre visible y más discursos, pero con la misma lógica: el poder siempre encuentra cómo justificar sus excesos y espera que alguien se los crea.
En México, el sentido religioso del día quedó sepultado bajo una costumbre más cómoda: engañar al prójimo sin consecuencias. Y en política, eso no es una excepción anual; es un método de gobierno.
Ese día se vale mentir “de mentiritas”. El resto del año también, pero con boletines oficiales.
Cada 28 de diciembre se publican bromas evidentes: anuncios imposibles, promesas extravagantes, decisiones que nadie en su sano juicio tomaría.
El problema es que, en Chihuahua, muchas de esas bromas se parecen demasiado a la realidad: presupuestos que crecen sin mejorar la seguridad, deudas que se contratan prometiendo desarrollo, impuestos que suben “sin afectar” a nadie.
Cuando el ciudadano pregunta, la respuesta suele ser la misma: “Este incremento no afectará la economía de los chihuahuenses”, o “estamos refinanciando la deuda, no se la vamos a cargar a las próximas generaciones”.
Ajá. Cómo no. Y si no confía, peor aún: “no entiende”.
Porque en la narrativa oficial, el inocente no es quien engaña, sino quien duda.
El Día de los Santos Inocentes también funciona como un termómetro social:
¿cuántas cosas aceptamos sin chistar? ¿cuántas versiones oficiales tragamos completas?
¿cuántas veces nos dijeron que la violencia iba a la baja mientras los números subían?
En la política local, la frase clásica debería actualizarse: “Inocente palomita… que todavía crees que esto es casualidad.”
Porque aquí no hay errores: hay cálculos. No hay ausencias a la hora de votar: hay silencios convenientes. No hay improvisación: hay simulación bien ensayada.
Quizá por eso el 28 de diciembre incomoda. Nos recuerda que el engaño solo funciona mientras alguien esté dispuesto a creerlo. Y que, al final del día, la mayor broma no es la noticia falsa, sino la realidad maquillada.
Así que cuidado con las bromas hoy. Algunas duran solo unas horas. Otras, seis años.
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