Los celos y desconfianza de Joaquín «El Chapo» Guzmán Loera motivaron que encargara un programa especial para espiar los teléfonos de su mujer, Emma Coronel, y dos de sus amantes, comunicaciones que las autoridades estadounidenses lograron interceptar entre finales de 2011 y principios de 2012.
Una de sus amantes, Agustina Cabanillas, fue empleada por El Chapo como mensajera para sus negocios de narcotráfico, de acuerdo con algunas de las conversaciones intervenidas por el Buró de Investigación Federal (FBI, por sus siglas en inglés) y que fueron mostradas hoy ante el tribunal que está juzgando al capo en Nueva York, informaron medios locales.
Coronel, que apenas ha estado una semana alejada del juicio, también ejerció como mediadora para los negocios de Guzmán. En su caso, cuando hablaba con El Chapo pasaba el teléfono a su padre, también en el negocio de la droga, para que ambos discutieran asuntos relacionados con el narcotráfico.
Además, discutieron asuntos relacionados con redadas policiales en casa de ambos, mensajes en los que El Chapo preguntaba a Coronel si tenía armas, ella le respondía que sí, y Guzmán le pedía que la escondiera en un compartimento secreto.
En sus conversaciones también hablaron sobre una de sus hijas gemelas en común, María Joaquina «Kiki», de quien, a pesar de sus escasos seis meses de vida, El Chapo decía que era tan valiente que le iba a dar un rifle AK-47 para que estuviera con él.
El FBI también interceptó comunicaciones entre Agustina y sus amigas, en las que la amante del narco -consciente de que la espiaba- se quejaba de ese «bastardo» podía localizar su teléfono y se refería a él como un idiota: «soy mucho más inteligente que él».
En uno de sus mensajes que se leyeron hoy durante la sesión, El Chapo -lívido y ante la atenta mirada entre el público de su mujer- le decía a su amante «eres la persona más importante para mí. Te amo».
El Chapo encargó a un informático colombiano, Cristian Rodríguez, que elaborara un sistema de espionaje para los teléfonos de su mujer y sus amantes, con los datos que inicialmente se registraron en servidores de Canadá.
El FBI convocó al ingeniero a un encuentro en un hotel de Manhattan, embaucándole asegurando que se trataban de mafiosos rusos interesados en el software, y le ofrecieron colaborar con las autoridades estadounidenses.
Rodríguez consiguió entonces que los datos de las comunicaciones encriptadas pasaran de Canadá a los Países Bajos, con leyes de protección más laxas, donde el FBI contó con la colaboración de la Policía holandesa.
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