Irlanda Saucedo, madre de Dylan, carga en su mirada una profunda tristeza. Con la foto de su hijo en las manos, trata de hilar palabras y concentrarse en su relato, pero la frustración, el enojo y la angustia la vencen, y por más que se limpia las lágrimas, no puede evitar que sigan cayendo.
Como cualquier madre, habla de su hijo y sus ojos se llenan de un brillo muy especial. Lo describe como un joven aplicado en la escuela, generoso con la familia y sus hermanos, un excelente deportista, que siempre estaba al pendiente de las necesidades de su hogar, aunque tampoco se aislaba del mundo y solía salir con sus amigos de vez en cuando.
Fotos: Christian Torres
Desde los 12 años Dylan comenzó a practicar deportes, participando en disciplinas como beisbol y taekwondo, entre otras. Siempre con el objetivo de ser una persona saludable y estar en forma, relata su madre.
Irlanda recuerda que su hijo era muy disciplinado, decía que estaba convencido de que tenía que dormir 8 horas diarias, para poder rendir durante la jornada. Además, diario salía a correr, cuando el reloj marcaba las 5:00 de la mañana, para regresar y comenzar su día de buena manera.
Hace ocho meses, cuando en el Oasis Gym se abrieron las clases de boxeo, Dylan le pidió permiso para entrar. Aunque nunca estuvo muy convencida de esa decisión, la madre aceptó, debido al interés tan notorio de su hijo, que hasta tenía un saco de box en el patio y que utilizaba frecuentemente.
Las clases en el gimnasio transcurrieron con normalidad durante siete meses. No hubo ningún incidente ni nada que interfiriera en las otras responsabilidades del joven, que estaba en la recta final para concluir sus estudios en el CBTIS 114.
Un mes antes de aquel fatídico 29 de mayo, la madre se percató que hubo un cambio en el entrenador de las clases de su hijo. Los estudiantes pasaron a estar bajo las órdenes del exboxeador Manuel Fernando “Picapiedra” Silva Juárez.
El cambio no la inquietó “se supone que en los gimnasios tienen a personas capacitadas”, pensó, y dejó que su vida fluyera con normalidad.
Fotos: Christian Torres
El doloroso despertar de Irlanda
A mediados de mayo, el esposo de Irlanda sufrió un accidente que lo dejó algunos días postrado en cama.
Recuerda que ella y Dylan se hicieron cargo de las tareas de la casa, mientras su esposo era atendido por el accidente. Aquel 29 de mayo, se sentía muy cansada y se recostó.
Mientras ella descansaba, Dylan se alistaba para salir de casa, como una tarde cualquiera. Pidió permiso a su padre y salió alrededor de las 6:40 de la tarde, para dirigirse a las clases de boxeo.
Ella nunca volvió a verlo despierto, estaba dormida cuando se fue de casa por última vez. El próximo encuentro, fue horas después, cuando Dylan era ingresado de emergencia en el Hospital General.
Crónica de una negligencia
Según los padres de Dylan, este acudía únicamente dos veces a la semana a las clases de boxeo. Aunque era un apasionado, no tenía pretensiones de alcanzar un nivel competitivo; “solo era un joven haciendo ejercicio”, mencionan sus allegados.
Aquella tarde, de acuerdo con testigos que hablaron con la familia, Dylan subió al ring para una sesión de sparring contra un joven que era más grande y más pesado que él. Aproximadamente a las 7:30 de la tarde, el joven de 17 años cayó noqueado.
El testigo al que cita Irlanda, le dijo que el entrenador de su hijo no lo estaba vigilando mientras se realizaba la sesión de sparring, al contrario, no lo atendió hasta 30 minutos después de que se desvaneció en el ring.
Detalla que Dylan subió al cuadrilátero sin la supervisión del entrenador, porque este se encontraba dando la clase de 7:00 a 8:00 de la tarde al resto de jóvenes que acudían al gimnasio.
“Para que no estorbara”, Dylan fue bajado del ring y recostado en el suelo, cerca de una ventana, “para que le diera el aire”.
Una vez que terminó la clase, a las 8:00 de la noche, el entrenador de box, junto con otro hombre encargado del entrenamiento de pesas, Gerardo Cortinas Murra, se percataron que Dylan no mostraba señas de mejoría.
Argumentaron que dentro del gimnasio el ambiente era muy sofocado y, a través de una puerta muy pequeña, decidieron sacar a Dylan a la azotea, “para que le diera más aire”.
Poco tiempo después, el estado de Dylan empeoró, por lo que decidieron llevarlo a la Clínica Santa María, donde los entrenadores le dijeron posteriormente a la señora Irlanda que no los recibieron porque “no llevaban dinero suficiente para internarlo”.
Fue hasta las 9:00 de la noche que la familia de Dylan se enteró de lo que estaba sucediendo. Recibieron una llamada por parte de uno de los entrenadores, que brevemente relató que su hijo se sentía mal y que iban en camino al Hospital General.
Pocos minutos después, los entrenadores realizaron una llamada desde el celular de su hijo, que estaba desbloqueado, avisándoles que estaban cerca del hospital donde atenderían a Dylan.
Los padres llegaron al nosocomio unos 15 minutos después de la llamada y se encontraron brevemente con los entrenadores, quienes les contaron que Dylan se había sentido mal, algo relacionado con una insolación o golpe de calor.
La madre confió en la palabra de los encargados del gimnasio. Sin embargo, algo llamó su atención, y es que cuando los médicos comenzaron a cuestionar si realmente había sufrido un padecimiento relacionado con el calor o un golpe en la cabeza, los entrenadores comenzaron a actuar de forma extraña y se fueron lo más rápido posible del lugar, tomando como pretexto una indicación del personal del hospital.
Esa fue la última vez que Irlanda vio a los entrenadores.
Antes de irse le dieron 3 mil pesos en efectivo “para lo que se ofrezca” y nunca más volvieron al hospital o a preguntar por el estado de salud de Dylan, relata la madre del menor.
Una verdad y un pronóstico desgarrador
Conforme avanzó el tiempo, el estado de Dylan decayó más y más. Los médicos se vieron en la necesidad de practicar una intervención quirúrgica. Abrieron una parte del cráneo del joven, para que este pudiera recibir oxígeno, debido a que en su interior había tanta sangre e inflamación, que necesitaba espacio.
En ese momento, los médicos del hospital le confirmaron a la familia del joven el verdadero diagnóstico: no eran afectaciones relacionadas con una insolación, sino por golpes en la cabeza.
Al comparar una radiografía de Dylan con la de otra persona sin lesiones en la cabeza, encontraron que la lesión que presentaba mostraba un deterioro excesivo, incluso si se trataban de golpes provocados por la práctica de boxeo.
Los días avanzaron y, aunque siempre permaneció la esperanza de que lograra sobrevivir, las noticias de los médicos nunca fueron positivas. La salud de Dylan no mostró mejoría significativa.
El 11 de junio de 2024, Dylan perdió la batalla tras luchar 10 agónicos días, en los que permaneció en terapia intensiva.
Omisiones en la investigación
De acuerdo con Irlanda, en la autopsia de su hijo se determinó que falleció por “enclavamiento cerebral, edema cerebral y traumatismo craneoencefálico”, daños en la cabeza generados mayormente por golpes.
Luego del fallecimiento de su hijo, comenzó una investigación por parte de la Fiscalía General del Estado (FGE) que buscaba aclarar los hechos que sucedieron aquel 29 de mayo. Aseguran que ellos se apersonaron en el gimnasio y realizaron diversas diligencias en las oficinas estatales, pero todo fue en vano.
La mayor prueba que existía para conocer con exactitud lo que había sucedido aquella noche, dos cámaras de vigilancia que apuntaban directamente al cuadrilátero, desaparecieron.
Irlanda detalla que su esposo fue a conocer el gimnasio y se percató de la existencia de esas cámaras y su funcionamiento. Sin embargo, nunca pudieron conocer el material que fue grabado ese día, debido a que los agentes de la FGE se llevaron el dispositivo que almacenaba las grabaciones.
Hasta este momento, tampoco saben si los agentes han encontrado algo en ese dispositivo.
Agrega que, hasta el 10 de julio, no habían recibido ninguna actualización del caso por parte de la Fiscalía General del Estado. De igual forma, este medio trató de contactar a las autoridades, pero tampoco respondieron las solicitudes de información.
Incluso, señala que no fue hasta la publicación de la nota “La tragedia de Dylan Nahum Gutiérrez Saucedo y el sueño que le arrancó la vida”, que las clases de boxeo fueron suspendidas indefinidamente.
Es decir, pese a que había pasado la tragedia, el personal del Oasis Gym no dejó de ofrecer las clases hasta que el caso se hizo público.
Tu hijo puede fallecer en un entrenamiento: Irlanda
Contar la historia de Dylan es algo que lastima el alma de Irlanda. La deja cansada física y mentalmente, “pero es por un bien mayor”.
“Sentía la obligación de hacerlo, si a otro niño le hubiera pasado, me gustaría saberlo para prevenir a mi hijo”, explicó.
Indica que siempre estuvo cuidando a su hijo de que no se metiera en problemas, prevenirlo de fiestas, drogas, malas influencias y le parece increíble que este falleciera dentro de un entorno saludable, en el que, por desgracia, no había las condiciones de seguridad adecuadas.
“En cualquier deporte que sea (…) se crean (ambientes) con la finalidad de poder enseñar a alguien. Y si era algo tan peligroso, por qué no avisar a los papás de que un día tu hijo puede fallecer en un entrenamiento, y ya uno decide si los manda o no, a mí nunca me dijeron tu hijo puede fallecer en un entrenamiento”, concluyó.