Nada, absolutamente nada preparó al priismo del estado para la derrota. Ni su más febril pesadilla lo colocaba con el golpe fulminante recibido.
Y pareciera que al PAN también lo sorprendió la magnitud de la victoria.
El domingo 5 de junio, antes de hora del Ángelus, el PRI ya oteaba el resultado adverso, pero sus jerarcas se resistían a admitirlo e intensificaron acciones de presión sobre los votantes. En la ciudad de Chihuahua, principalmente, hubo porros amedrentando a los electores en casillas de colonias populares, de nada sirvió. Allá la paliza fue total, el PRI descendió a tercera fuerza política.
“O fotomultas o gubernatura”, titulaba Mirone una de sus entregas cotidianas al relacionar la extraordinaria importancia electoral que venía adquiriendo la capital Chihuahua para el resultado estatal del 5 de junio.
Fue muchísimo más de lo que se pudo pensar por cualquier analista, pero fue justo el tamaño de la furia ciudadana por los agravios sufridos en materia de fotomultas… y en materia de transporte urbano, etc., etc. Una revisión detenida de “los Mirones” dominicales lleva a los temas esenciales que desembocaron en la “tragedia” tricolor. La puntilla estuvo a cargo de Peña Nieto y su iniciativa contra la institución de la familia. Desde todos los púlpitos del país los sacerdotes convocaron el domingo a votar contra el PRI.
Ahora el grupo priista que perdió el poder se propone andar con la lámpara de Diógenes en la mano –el filósofo griego, no el Diógenes de Ojinaga, exdirigente del PRI– buscando la verdad histórica de su debacle electoral.
Pero en vez de echar la luz precisamente sobre las causas estructurales del fracaso electoral quieren irse sobre “los traidores”. Unos proponen “quemarlos en leña verde”, y se les hace poco, como lo dijo el diputado juarense Fernando Rodríguez Giner. El derrotado Teto Murguía los quiere sacar a “chingadazos”.
A la clase política tricolor no le es fácil aceptar que la votación fue masiva en su contra, que los ciudadanos rompieron el tope abstencionista del 58–60 por ciento, que le da al PRI la ventaja del control sobre su voto duro, y tampoco parecen ve las causas que lo cuartearon.
Si se resisten a ese análisis básico, menos querrán saber la razón por la que entre un siete u ocho por ciento, del millón 302 mil 890 de chihuahuenses llegaron a las urnas el 5 de junio y estaban decididos a votar contra la intención del régimen estatal de extender su dominio otros cinco años.
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El priismo no hizo una lectura correcta de la situación política del estado y del país, del “mal humor social”, como lo definió el presidente, Enrique Peña Nieto, en una entrevista, una semana antes de los comicios.
Confió en sus resultados electorales previos, en los triunfos conseguidos hace dos años en los comicios federales, en el triunfo quirúrgico operado por Palacio, en las elecciones intermedias del 2015. Creyeron que aún tenían parte del capital político con el que llegó el gobernador César Duarte hace seis años, respaldado con más de 600 mil votos, parte del cual podía trasladar a su delfín, el alcalde juarense con licencia, Enrique Serrano.
A lo largo de todo el 2015, el año de la sucesión tricolor, la mayoría de los grupos y aspirantes priistas trabajaron en direcciones opuestas a las de Palacio. Sus dos delfines, Enrique Serrano y Javier Garfio Pacheco, alcaldes de Juárez y Chihuahua, no habían crecido políticamente ni prendían entre la ciudadanía.
Los precandidatos crecieron como esporas, en cantidad: Teto Murguía, las senadoras Graciela Ortiz y Lilia Merodio, los baecistas Marco Adán Quezada, Oscar Villalobos, Jorge Esteban Sandoval, Víctor Valencia de los Santos y Marcelo González Tachiquín.
Todos movieron sus hilos, cabildearon en Los Pinos ante la dirigencia nacional del PRI y en Palacio, pero ahí las únicas opciones válidas eran Serrano y Garfio, a ratos daba la impresión de apoyar a Teto.
Llegó un momento en que todos los precandidatos estuvieron dispuestos a un acuerdo: el que fuera, menos Serrano.
Y el más rechazado por sus adversarios internos resultó el elegido, cuotas de compensación de por medio a los perdedores: la alcaldía de Juárez para Teto Murguía y la de Chihuahua para la esposa del rijoso Marco Adán Quezada, exponente del baecismo, el grupo político opuesto al duartismo.
En el reparto de culpas en el interior del tricolor, dicen ahora que el reparto de las cuotas de compensación fueron responsabilidad directa del líder nacional, Manlio Fabio Beltrones, que se aferró en entregar Juárez a Teto Murguía y del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio, que buscó resarcir al baecismo con la candidatura de la capital que terminó en manos de la esposa de Quezada.
En ambos casos la decisión terminó por aniquilar el escalafón político de los grupos locales. En Juárez hicieron añicos los proyectos de muchos aspirantes priistas a la presidencia municipal, igual que en Chihuahua. Los priistas se quedaron irritados, malhumorados.
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El mal humor (Peña Nieto dixit) priista se mantuvo en el proceso electoral. Enrique Serrano intentó conciliar a los grupos tricolores, les abrió espacios, cedió hasta de más en aras de congraciarse con ellos. Ciertamente hizo lo que estuvo en su mano hacer.
Lo mismo hizo con los partidos tradicionalmente aliados; confiados en un triunfo aplastante, Palacio, el PRI y Serrano les concedieron todo, al grado de que en la hora de la derrota terminaron canibalizados por sus rémoras.
Algunos priistas creen, incluso, que desde los pasillos palaciegos se alentó la participación de candidaturas como la del independiente Armando Cabada, en una arriesgada jugada por sacar del escenario a Teto, y en Chihuahua trasvasado apoyos a la panista María Eugenia Campos contra Marco Adán Quezada.
Pero los escenarios negativos catastróficos nunca estuvieron en la mente de Palacio y del PRI.
Pagaron estudios de opinión cada semana. Creían tener el pulso exacto del sentir y del pensar del grueso de los electores, aunque ahora resulta obvio que no lo pusieron atención suficiente a los indecisos que fueron alimentando su decisión a través de las redes sociales y otros medios de comunicación en general.
En paralelo, se aseguraron que el Instituto Estatal Electoral no se esforzara en una campaña amplia de difusión para estimular la participación ciudadana en los comicios y pagaron costosísimas campañas de guerra sucia. Estaban pertrechados para cualquiera que fuera el oponente del PAN o un independiente.
Tan seguros estaban de ganar que ni siquiera leyeron correctamente el único dato válido en el que coincidieron la mayoría de las encuestas públicas, previendo una participación electoral que rondaría el 47%, una cifra que hace tronar la maquinaria de control territorial de tricolor. Se les fue esa liebre.
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Contrario al optimismo de Palacio y la marca PRI, en el PAN hicieron una lectura perfecta del “mal humor social” de Chihuahua. Una vez designado Serrano como el candidato tricolor, buscaron la antítesis y la encarnaron en el senador panista, Javier Corral. Si se trató de negociación cupular para pagar el Pacto por México, la figura fue ideal.
No fueron los únicos, los capitanes empresariales buscaron jugar en serio con las candidaturas independientes y activaron a José Luis “Chacho” Barraza y a Luis Enrique Terrazas en Chihuahua. Si iban a pellizcar sus caudales, decidieron que sería con los de casa, cansados de salir trasquilados con las cuentas, campaña tras campaña.
Como el PAN los operadores políticos del empresariado también tenían definida la línea de oposición frente al régimen: la corrupción, la deuda pública, el transporte, los bajos salarios.
Los saldos negativos del Gobierno que repetidos machaconamente pulverizaron los logros en materia de seguridad, educación, salud y desarrollo económico, definidos como la columna vertebral del camino seguro, en el discurso de Enrique Serrano, para su mala fortuna bautizado por su oponente del PAN, como el candiduarte, mote del que nunca pudo ni quiso desprenderse.
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El voto duro del PRI en el que se afincaba el triunfo terminó rebasado por una mayor participación electoral de lo previsto, y la incursión de un mayor número de partidos en la contienda, con actores políticos como Cruz Pérez Cuéllar, desde Movimiento Ciudadano, e incluso Javier Félix, de Morena, sumados al independiente José Luis Barraza, dispersaron el voto, como inicialmente se había previsto, pero nadie atinó que sería a costa del colchón de sufragios del tricolor.
El domingo 5 de junio el PRI y Serrano sucumbieron ante el PAN y Corral, pero no lo advirtieron en toda su magnitud de inmediato, las encuestas de salida les hicieron de nuevo una mala juagada con sus predicciones de triunfo por más de cinco puntos. A las 6 de la tarde salieron a decir que habían ganado. La realidad contraria los arrolló un rato después.
La historia cuenta que en sus andares, Diógenes, el filósofo griego, fue abandonado por a su esclavo Manes, y se preguntaba asimismo, “si Manes puede vivir sin Diógenes, ¿por qué Diógenes no va a poder sin Manes?”.
Ahora que el PRI busca las causas de la derrota, deberá preguntarse si realmente el poder es para poder, y el por qué si los ciudadanos pueden vivir sin el PRI en el poder público, ¿por qué el PRI no va poder vivir sin el poder?. Ya demostró que como oposición es rudo y eficaz: después de perder la gubernatura en el 92 la recuperó muy pronto en el 98; perdió la Presidencia de la República dos años después y la retomó 12 años más tarde.
El dato opera también para la sociedad en general, para Acción Nacional, que ya se come el mundo a mordidas, y hasta para los priistas–duartistas que desde el mismo lunes iniciaron la traición contra la mano que les arrimó poder casi ilimitado por estos últimos años, pero la rueda de la fortuna ha empezado a girar desde el 5 de junio; su próxima parada es justo en dos años más.
Don Mirone