En esta era del marketing y del manejo de las emociones, buena parte de las campañas se basan en golpes de efecto, en la construcción computarizada de personajes y en la toma de decisiones por algoritmos. Vivimos en una emocracia, con sastres de campaña que diseñan eslóganes a medida y, sin embargo, en Chihuahua no aparece hasta ahora un perfil claramente ganador que logre capturar las preferencias electorales.
Pareciera que los ciudadanos que siguen con interés el proceso electoral están cansados del cartón con que se suelen vestir los candidatos. No esperan de sus futuros gobernantes actos heroicos o enormes proezas, sino apenas lo básico: eficacia, honradez y autenticidad. ¿Acaso es mucho pedir?
Juan Carlos Loera cuenta con un equipo de profesionales competentes, un grupo de expertos y un comité de campaña con nombres y apellidos que dan la cara. Se le van sumando estrategas y operadores «cerradores» para el último tramo, que van arrimando aliados y votos útiles, mientras construyen una narrativa transversal a los diversos públicos electorales, todo para tratar de poner distancia con Maru Campos, que ha resultado bastante competitiva en la contienda.
Sin embargo, el círculo rojo en el war room de Juan Carlos está batallando para “amarrar” perfiles duchos en el juego sucio de la política, que generalmente entra en acción en la etapa final del proceso electoral. No todas las piezas encajan hasta ahora en su estrategia y esto genera la impresión al interior de que algo está faltando.
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Por su parte, buena parte del equipo de Maru Campos se percibe como desconocido, pero con un buen manejo en la estrategia. Casi todos provienen de su Gobierno en la capital, de sus empleados o exempleados. Prácticamente son un Gobierno municipal que se volvió partido, con las virtudes y limitaciones que ello implica.
Lo anterior genera una candidatura fuerte pero sectaria, que quiere exportar al estado lo que sabe y lo que tiene, pero que no logra conectar con el panismo que se quedó berrincheando en Palacio junto al obstinado y rudo persecutor que vive ahí sus últimos 100 días. Al no tener partido, Maru se vio obligada a crear uno y cerrarse.
La candidata del PAN ha tenido un temple y disciplina casi estoicas que la han acompañado durante los últimos 5 años de su larga campaña. Pero no se trata solo de sostener el carretel, hay que saber desovillarlo y repartir las cartas con la misma paciencia con la que se adueñó del mazo.
Sabe que en el interior del PAN está rodeada por un grupo que se maneja bien en las artes de la guerra política, lo que le da buenas chances para ganarse el voto útil y cruzado que caracteriza este tramo final de las campañas, pero sabe también que ciertas rutas la pueden alejar de una buena cantidad de electores que se caracterizan por ser anti-AMLO o anti-Morena, pero no precisamente por ser promarucampistas.
Todavía no ha terminado de quitarse las viejas etiquetas panistas y corralistas y aún no logra adherirse con firmeza las nuevas marcas democráticas y no partidistas.
En realidad, ni Maru ni Juan Carlos han mostrado ser capaces de empatizar auténticamente con quienes piensas distinto, con quienes ven como los otros. Ambos juegan solo con sus amigos, con lo que les es familiar y conocido, tal como sucedió en la definición de candidaturas. Se les complica tender puentes con los desairados, con los que engrosan la filas de las divisiones internas, que siempre quedan tras la repartición del pastel electoral.
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Tal como en las elecciones anteriores, el motor del voto es hoy el hartazgo y una cascada de desilusiones. En un escenario como este la baja participación es altamente posible, y también la utilización del voto útil y cruzado.
Hurgando en los resultados del 2018, podemos ver que Morena logró en el estado más de 600 mil votos para la Presidencia de la República, pero menos de 400 mil votos para las diputaciones locales.
Hoy, la chiquillada puede representar hasta el 20 por ciento de la votación, poco más de 200 mil votos, esto si votara la mitad de la lista nominal estatal. Es una cantidad muy significativa para una contienda tan cerrada como la del próximo 6 junio.
El empate técnico es el horizonte de llegada de los principales contendientes, tal como lo pronostican la mayoría de las encuestas serias, las que no se prestan para ser utilizadas como propaganda ni para generar la percepción de victoria de los candidatos que las pagan.
También se respira el ambiente de voto cruzado, porque ni los candidatos levantan con orgullo sus propias banderas. El solo hecho de que algunos de ellos vayan juntos en una coalición federal por el PAN, el PRI y lo que queda del PRD, no significa, por ejemplo, que estén comiendo carne asada, juntos y felices los fines de semana en Juaritos.
Maru esconde el logo del PRD, Graciela Ortiz no logra hacer campaña con su coalición y su coalición solo quiere aparecer con Maru. Esta simulación tipo Matrix causa gracia cuando observamos las campañas de Lilia Merodio y Miriam Caballero, que no quieren fotos con Graciela Ortiz, solo con Maru.
Mirone aprendió hace mucho tiempo que en política las matemáticas a veces no funcionan. Para el 6 de junio los partidos de la chiquillada se volvieron grandes y llegó el momento de poder decirlo. Ahora que todas las bolsas electorales son importantes porque pueden definir la elección, los 200 mil votos de la chiquillada tienen su valor.
En este último tramo de la ruta, lo que junten MC y PRI resulta estratégico al plantear los últimos 20 días de proselitismo. Sin exagerar, cada quien con su estrategia, quizá podremos ver cómo David le impone las reglas a Goliat, al menos por un momento, un momento definitorio.
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El PRI inició la campaña con el 13 por ciento de intención de voto y las encuestas lo ubican hoy con el 9 por ciento, un poco más de 100 mil votos. Es el partido con mayor ductibilidad, con liderazgos dispersos, especialistas en oler el poder y en cerrar compromisos.
Varios candidatos y dirigentes han hecho acuerdos particulares con los punteros sin consultar a nadie, como parte de su vocación de poder. Los casos más contundentes están en Chihuahua y Juárez, donde muy probablemente el PRI sufrirá la aplanadora de Morena y el PAN.
Los dos punteros harán lo posible para bajar a Graciela, pero ella sigue al pie del cañón, hasta que se lo pida el gran jefe Amlito (¡perdón! Alito), porque trabaja para el 2024, no para hoy. En ese microuniverso llamado PRI se dice que es más fácil que un priista vote por Morena que por el PAN.
Si el MC y su jinete Lozoya consiguen el ocho o diez por ciento de los votos, pueden llamar a festejo, aunque en Caballolandía piensan que puede llegar a la gubernatura. A la hora de la sobrevivencia política sus candidatos harán acuerdos en las principales plazas, porque ellos no viven de ilusiones en Palacio, sino de la renta local.
De los 14 municipios estratégicos tienen posibilidades de ganar en pocos lugares y solo compiten en Parral contra el PRI, con el PAN desplazado al cuarto lugar, atrás de Morena. No compiten en ninguno de los distritos federales y solo podrá colgarse una medalla de plata en los distritos locales de Parral y Guachochi.
Es que no hay nada que reclamarles a los candidatos de la chiquillada, porque su lucha por la sobrevivencia política (la primera ley de todo partido político) los lleva hacia donde calientan las gordas.
De los más chicos entre los chiquitos, RSP, Fuerza por México, Verde o PES ni mordisquean la gubernatura, porque apenas juntan el 4 por ciento y venderán muy caro su amor si los llaman, aunque solo irán por ellos si los dos grandes de la chiquillada no se alinean.
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Ya parece definitivo un escenario donde la contienda se cierra entre PAN y Morena. Para el final de las campañas la promoción del voto útil empezará a sonar a lo largo y ancho del estado y comenzarán los aumentos del precio político y las declinaciones.
Los espectaculares, los afiches y las pancartas incrementarán el “yo apoyo a Maru” o “yo me sumo a Loera”, mientras la lucha entre los punteros y las riñas de los militantes harán de Juaritos tierra de nadie. Ya se escucha, entre los analistas de café, a quienes les fascina pintarse de negro la panza, que Chela y Brenda se inclinan por Maru para que encare a Morena.
Alfredo Lozoya abrirá sus cartas y solo guardará las apariencias, porque desde el principio se supo que decidió jugar a la suerte de su patrón, Javier Corral, y apoyará a quien le digan, que no será Maru.
Alejandro Díaz jala parejo con los dos, y con ninguno se siente incómodo. Fuerza por México y RSP terminarán apoyando de alguna manera a Juan Carlos Loera. El Capi Arrieta, que siempre quiso ser diputado local o federal y si era pluri mejor, se tirará contra Maru y respaldará a Loera abiertamente.
Mirone sabe que el voto útil y cruzado ya suceden. Un moreno chihuahuita que vive en el San Francisco votará por un moreno para gobernador, por un priista para la presidencia municipal y por un panista para diputado federal. Un juaritos moreno, que viva en el Distrito 01 votará por un moreno para gobernador, por un panista para la presidencia municipal y un priista para diputado federal. Todos están haciendo sus cálculos en términos tripartidarios.
Es que Maru y Loera tienen los mismos aliados en distintos lugares y a la vez distintas alianzas con múltiples fortalezas y debilidades, que permiten anticipar un final de fotografía de alta resolución. Quien tenga mayores habilidades para quedarse con la mayor tajada del pastel que forman el PRI y MC definirá si 5 años o 2 de campaña son suficientes para capturar la gubernatura. Esta vez el apoyo empresarial no es estratégico, ahora la chiquillada cuenta, y mucho.
Las últimas 8 encuestas publicadas y registradas en el INE marcan un empate técnico entre Maru Campos y Juan Carlos Loera. Ambos se quedan con el 80 por ciento de la intención de voto. Las alianzas para atrapar los votos de la chiquillada harán la diferencia, a no ser que una estrategia de última hora dé un contundente golpe en la mesa y uno despunte por sus propias fortalezas. PRI y MC exigirán hasta las perlas de la virgen para dar su apoyo, comportándose como un Marketplace con una bolsa de 200 mil votos, disponible para el mejor postor.
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Como nadie ha mostrado un plan ni una oferta acabada de gobierno, el voto transversal no apareció; no se ve que la campaña se haya construido sobre los problemas reales de los ciudadanos, sino sobre la percepción que tienen los candidatos y partidos respecto al Gobierno estatal. Tampoco basta con encuestar a los pobres para saber cómo remediar la pobreza, hace falta un plan.
No basta decir que “a los chihuahuenses ya nos dejaron muy claro que no contamos con el apoyo del Gobierno federal y que el Gobierno del Estado actual resultó incapaz de resolver los problemas de la gente”, para mostrarse alejada de Javier Corral y seguirse mostrando como la única que le puede ganar a Morena.
El desnutrido 33 por ciento de aprobación con que Javier Corral deja su administración representa la mayor derrota política del gobernador y del panismo. Para cualquiera, esto significa que la administración corralista ha sido un fracaso, un cascotazo que le está golpeando la bolsa electoral a Maru Campos, tanto que algunos afirman que ese 33 por ciento es el techo de la votación marucampista. Lo cierto es que el efecto gráfico de tener en la boleta la misma marca va a contar en contra al momento de la tachadura.
Mirone sabe que el 6 de junio no compite Corral y los términos de la contienda son otros: el cambio contra el continuismo, la honestidad contra la corrupción, la esperanza contra el hartazgo. Los juarenses queremos un cambio radical, sin conservar nada de los últimos sexenios, políticos con menos rencor y más efectividad. ¿Alguno de ellos está en la lista?