La escena provoca escalofríos. Dos cuerpos colgando del puente, en plena carretera Panamericana, en el distribuidor vial que conecta a Santa Teresa.
Otra vez el terror. La lucha encarnizada por la plaza, la “limpia” de los contrarios y los mensajes de muerte, escarnio y ajuste de cuentas a la vista de todos. El desprecio por la vida, el quebranto de la paz social, la burla para las autoridades.
Maniatados, evidentemente torturados, semidesnudos e inertes, los cuerpos de dos hombres fueron expuestos, como en aparador macabro que contemplaron los automovilistas cuando entraban a la ciudad la mañana de este viernes.
Bienvenidos a Juárez, dijeron los verdaderos dueños de la ciudad, los grupos criminales que hacen y deshacen sin temor alguno al poder institucional.
Cerca de los colgados, se encontró una camioneta que en su interior tenía varios recipientes con gasolina. Ahí, los asesinos dejaron una cartulina con un mensaje de advertencia para “huachicoleros” y “cristaleros”.
Inevitable no recordar los tiempos más oscuros de la violencia criminal en esta frontera.
Un 6 de noviembre de 2008 la ciudad amaneció con esa imagen estremecedora: el cuerpo de un hombre decapitado, con las manos esposadas, colgando de una cuerda que lo ataba por el tórax, desde lo más alto del Puente Rotario, mejor conocido como “Puente al revés”.
«Soy el jefe de la plaza y este es el comienzo. Esto y más por el Mochomo. Atte. Arturo Beltrán”, se leía en la manta que fue colocada también en la estructura del puente, sobre la vialidad más transitada de la ciudad.
En enero de aquel año, Alfredo Beltrán Leyva, alias El Mochomo, había sido detenido en Culiacán desatándose una serie de enfrentamientos en distintas partes del país entre el cártel de los Beltrán Leyva y el cártel de Sinaloa, comandado por Joaquín “El Chapo” Guzmán, a quien los Beltrán culparon por la captura de El Mochomo.
Y luego vino el infierno. La fragmentación de los cárteles, la pelea por los territorios y las intervenciones de fuerzas federales que, hoy se sabe por el caso del exsecretario de Seguridad Pública Genaro García Luna, estaban del lado de uno de los bandos.
La del “Puente al revés” fue una de las primeras imágenes de cuerpos colgados, algunos decapitados, expuestos en vías concurridas, convertidos en mensajes que se replicarían por todo el país.
En Tijuana, en octubre de 2009, el cuerpo sin vida de Rogelio Sánchez Jiménez, jefe de Licencias y Placas Vehiculares en el Gobierno de Baja California colgando de un puente.
En Cuernavaca, en agosto de 2010, cuatro hombres colgando de otro puente y al lado de la autopista un mensaje escrito donde se señalaba a las víctimas como colaboradores de Édgar Valdez Villarreal, La Barbie.
Ese mismo año, en Guadalajara, cuatro personas muertas colgadas de un puente de la carretera rumbo a Chapala y otros cuatro cuerpos colgando en Tampico, un hecho que las autoridades atribuyeron a los enfrentamientos entre el cártel del Golfo y Los Zetas, quienes habían roto su alianza ese mismo año.
En mayo de 2012, nueve personas más (cinco hombres y cuatro mujeres) en un puente de la ciudad de Nuevo Laredo, Tamaulipas, con señales de haber sido torturados. Los Zetas se atribuyeron el crimen y aseguraron que sus víctimas pertenecían al cártel del Golfo.
Esa práctica terrorista inaugurada en Juárez, se repitió en distintos años en muchas otras plazas, y aquí de alguna manera fue el inicio de la guerra que tuvo su clímax de muerte en el 2010. Juárez se conoció entonces como la ciudad más violenta del mundo.

Justo en el mismo puente en que se encontraron el viernes los dos cuerpos, en diciembre de 2017 pasó lo mismo, con una víctima más. También se colgó una manta con un mensaje que se atribuyó a José Antonio Torres Marrufo, alias El Jaguar, entonces líder del cártel Gente Nueva, apoyado por El Chapo Guzmán.
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Hay alarma, porque la exhibición pública de poder y de impunidad registrada ayer, se suma a otra serie de narcomensajes que hablan de una “limpia” de integrantes de los grupos criminales o de los distribuidores y hasta consumidores de drogas.
Aunque los homicidios dolosos se han mantenido varios meses por debajo de los 100 casos mensuales, hay casos que llaman la atención por la saña o los métodos con que las personas fueron privadas de la vida, en concordancia con esa “limpia” anunciada.
Nada más en junio hay un decapitado, un descuartizado, un encobijado, tres personas calcinadas y ocho asfixiadas, aparte de las muertes más comunes, por disparos de arma de fuego.
También hay asesinatos múltiples y con tortura de por medio. El más reciento ocurrido el 4 de junio, cuando dos mujeres y tres hombres fueron encontrados sin vida en el interior de una vivienda de Parajes de San José, al suroriente de la ciudad. Las cuatro personas perdieron la vida por asfixia; fueron ahorcados con torniquetes.

De acuerdo con los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, Chihuahua fue en mayo el cuarto estado con la mayor cantidad de homicidios dolosos, la mayoría de ellos ocurridos en Juárez.
Fueron 726 casos en el estado, lo que colocó a Chihuahua únicamente por debajo de Guanajuato (mil 453), de Baja California (736) y Estado de México (728).
El estado superó incluso a Sinaloa, donde todavía se libra una guerra criminal entre las bandas de El Mayo y Los Chapos y se registraron 626 homicidios el mes pasado.
Junio tampoco pinta bien. En Juárez ya se acumularon 40 homicidios en lo que va del mes.
La noche previa a la mañana en que se dejaron colgados los cuerpos en el puente, también se desató una ola de crímenes de dejó cinco hombres sin vida en distintos puntos de la ciudad.
Un hombre acribillado frente a su casa en la colonia La Cuesta; otro más asesinado a bordo de su camioneta, estacionada en un centro comercial ubicado en la avenida Waterfill y Río Bravo, cerca del puente Zaragoza. Ahí recibió disparos de un fusil de asalto y de una pistola 9 milímetros.
Otra víctima más abatida en el interior del centro comercial Plaza Sendero, donde quedó tendido el cuerpo de un hombre luego de que ingresó corriendo y pidiendo ayuda porque alguien lo perseguía. Ocho disparos recibió frente a clientes y trabajadores del mall.
Esa misma noche, dos hombres murieron en el hospital 66 del IMSS, después de que fueron atacados en las calles del fraccionamiento Hacienda de las Torres Universidad.
Ambos fallecieron en el área de urgencias.
No únicamente los ataques armados han dejado cuerpos tirados en calles y domicilios de la ciudad. La sociedad juarense fue sacudida el pasado 15 de mayo, por otra tragedia: la muerte de cinco hombres, la mayoría jóvenes que rondaban los 20 años, por sobredosis de fentanilo.
En una misma noche, por la misma causa, pero en lugares distintos. Tres muertos en un domicilio de Oasis Revolución y dos en la colonia Nueva Rosita.
Imposible no alarmarse y no exigir acciones de autoridad ante lo que está ocurriendo.
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Corona el miedo que se arraiga de nuevo en nuestra ciudad, el flagelo de la extorsión y el secuestro.
Invisibilizado en otros años, quizá porque las víctimas eran migrantes, el fenómeno no había pegado como este 2025 a la comunidad empresarial local, con víctimas propietarios de grandes y pequeños negocios, además de profesionistas.
En la maraña de pugnas entre cárteles y facciones, también se ha registrado la modalidad de “recuperación”, de bienes y propiedades, por parte de comandos que bajo al secuestro exprés de prestadores de servicios vinculados de alguna manera con los grupos criminales, acceden a recursos y patrimonios que antes estaban en otras manos.
Superan ya los secuestros documentados los 30 casos, aunque se comenta que la cifra negra de los nunca denunciados, duplicaría o triplicaría esa cantidad.
Es de escándalo, aunque los funcionarios de todos los órdenes de Gobierno han preferido minimizar la situación y repiten sin cansancio que la criminalidad sigue a la baja.
Sin embargo, más allá de los números y las estadísticas, ahí están otra vez los testimonios desgarradores de angustia y dolor de las víctimas y sus familias.
Jóvenes con sus dedos mutilados. Grabado en video el sufrimiento causado por manos inexpertas de secuestradores casi adolescentes.
Exigencias de pago por rescate desde los 100 mil pesos hasta el millón en los casos “chicos”, pero de cifras mayores cuando han logrado escalar los secuestradores en el nivel socioeconómico de sus víctimas.
Las autoridades policiales han explicado en las Mesas de Seguridad que cuando bajó el flujo de migrantes y las células criminales se quedaron sin el ingreso de extorsiones y el tráfico de personas por esa vía, pusieron la mira en quienes aquí intentan mover la economía con sus empresas o negocios.
Incluso se logró establecer que varios de los casos recientes, se operaron desde el Cereso #3 de Ciudad Juárez
No se han quedado de brazos cruzados los cuerpos policiacos porque sí hubo ya detenciones, entre ellas las de una mujer que se coordinaba precisamente con un interno del Cereso para operar los secuestros. Se le atribuyen al menos seis casos, en los cuales hubo mutilaciones de las víctimas.
Hay actuación policial, pero la situación crítica, obliga a un mayor esfuerzo.
La coordinación y operación interinstitucional no puede quedarse nada más sobre las mesas en las que se reúnen los jefes, los funcionarios o los gobernantes.
Nadie quiere regresar a los tiempos del terror. La fuerza del Estado, con sus corporaciones de los tres órdenes de Gobierno, debe hacerse sentir en el territorio, ahí donde las tareas de inteligencia señalen que se están concentrando las actividades criminales.
Frenar la racha impune de homicidios es prioridad, lo mismo que desarticular las células criminales que intentan consolidar su poderío con base en el pago de liberaciones a personas secuestradas, o por extorsiones que también han escalado en el ramo empresarial.
El momento es clave para la contención delictiva con acciones y estrategias que sean más efectivas. Quienes están al frente de las corporaciones y los cuerpos de seguridad tienen que responsabilizarse de lo que está pasando, no pretender minimizarlo o invisibilizarlo.
Nadie quiere de regreso los tiempos más aciagos. Los juarenses esperan respuestas.
Don Mirone