La justicia federal le puso fin al ritmo que llevaba César Duarte: de la libertad acotada en Chihuahua al encierro en el Altiplano, con un proceso nuevo, una red exhibida y un expediente que ya no baila al son local.
El baile terminó, al menos para César “N”, como lo referirá esta mironiana columna de aquí a los próximos seis meses, por lo menos.
Tras la audiencia que inició el sábado 13 de diciembre y concluyó al mediodía del domingo 14 de diciembre, la jueza de control —del fuero federal, vale resaltarlo— María Jazmín Ambriz López determinó que existen elementos suficientes para imputar al exgobernador de Chihuahua por el delito de operaciones con recursos de procedencia ilícita.
Dicho en otras palabras: sí lo vinculan, sí irá a juicio por lo que popularmente se conoce como “lavado de dinero” y, más aún, sí se quedará en el Estado de México, con domicilio asignado en el penal del Altiplano.
¿Dónde empezó todo esto? Quienes iniciaron la investigación podrían decir que prácticamente desde 2011, primer año completo del mandato del ahora caído en desgracia. Las irregularidades detectadas se remontan casi al arranque de su administración.
Pero de todas esas averiguaciones derivaron 21 carpetas de investigación y, de ellas, solo una tiene hoy un cauce legal claro: la que lo mantiene bajo proceso penal en Chihuahua por la presunta comisión de los delitos de peculado y asociación delictuosa, ambos en modalidad agravada.
Ese capítulo sigue abierto: el señor está bajo proceso aunque, casi tres años después de haber comparecido por primera vez ante una jueza de control, el juicio aún no arranca. Es un capítulo “entreabierto”: el inculpado tiene medida cautelar y continúa acusado por los delitos imputados por la Fiscalía General del Estado en tiempos de Javier Corral, su némesis.
A diferencia de lo que han difundido tanto la defensa del exmandatario como sus aliados, este proceso federal es baraja nueva. Ya no se le procesa por aquel desvío del fuero común, sino por haber utilizado el sistema financiero mexicano para darle vuelta al dinero antes de que terminara en manos propias… o familiares. Eso ya cae en la esfera federal.

Según la versión de la Fiscalía General de la República —difundida el 8 de diciembre, poco después de su detención— César “N” es presunto responsable del delito de operaciones con recursos de procedencia ilícita, por el cual ya existía una orden de aprehensión desde el 16 de mayo de 2024, emitida por un juez de control adscrito al Centro de Justicia Penal Federal.
¡Qué cosas! La orden salió casi un mes antes de que la justicia local le cambiara la medida cautelar, permitiéndole salir del Cereso No. 1 de Chihuahua y continuar su proceso bajo libertad condicionada, brazalete incluido, con la única restricción de no salir de la Ciudad de Chihuahua.
Eso se terminó. La FGR presentó más de 100 datos de prueba —registros contables, depósitos bancarios y documentos diversos— que vincularían al ballezano con transferencias a empresas relacionadas con su entorno familiar y de negocios. Y ahí viene lo peor para él: entre lo expuesto en la audiencia salieron a relucir nombres de su círculo más cercano. Su familia, pues.
En realidad, no escuchamos nada que no se hubiera dicho antes: que desvió dinero, que lo convirtió en efectivo, que lo trianguló con otras razones sociales antes de hacerlo propio. Lo verdaderamente novedoso es que el caso haya caído en manos de la justicia federal. Ahí sí cambia todo.
Para rematar, la jueza confirmó que Duarte Jáquez deberá permanecer bajo prisión preventiva justificada en el Altiplano mientras se desarrolla el proceso. Por lo visto, consideró que el procesado sí tiene posibilidades reales de evadirse de la justicia.
Tanto alarde de suficiencia, de seguridad en ganar, de exhibirse como vencedor sin que siquiera iniciara el juicio, terminó por cobrar factura. El baile que se hizo viral en redes pudo sonar a burla para muchos: para el sistema judicial, para las autoridades de todo rango.
Lo llevaron al baile, pues. Porque lo que recibió no fue solo una vinculación a proceso por una causa federal ni la permanencia en el Estado de México, lejos de los cuates, del Distrito 1 y de la música que lo hacía bailar hasta en lugares públicos.
La tanda se acabó, y esta vez, el ritmo lo marca un juez federal, no la pista política de Chihuahua.
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Ayer domingo, en el Altiplano, la FGR no solo obtuvo prisión preventiva contra César Duarte. Hizo algo políticamente más significativo: reconoció que el exgobernador mantiene una red de corrupción vigente en Chihuahua, con capacidad económica y operativa para protegerlo.
Eso equivale a admitir que el duartismo no fue derrotado: fue reacomodado, y hoy sigue influyendo.
Aquí lo importante no es si Duarte planeaba huir o no, sino que —según la FGR— hay quien podría sacarlo. Ese matiz cambia toda la conversación: ya no se trata únicamente de un exgobernador acusado de peculado, sino de quiénes siguen moviendo palancas en Chihuahua, pese a los cambios de gobierno y de partido.
La resolución del juez confirma que afuera hay operadores, financistas y aliados cuyo poder persiste. Por eso —al menos por ahora— el exgobernador de Chihuahua no podrá regresar a la comodidad de su casa.

El hecho de que hoy se le considere un riesgo no por lo que él pueda hacer, sino por lo que pueden hacer por él, revela un detalle incómodo: el duartismo no colapsó; se dispersó en posiciones clave del estado, del sector privado y de estructuras partidistas.
La vinculación a proceso por el desvío de 96.6 millones de pesos mediante la Unión Ganadera Regional no solo reconstruye un mecanismo de peculado; reconstruye una coalición política. La magnitud del desvío implica múltiples niveles de complicidad, acuerdos y beneficios.
El caso Duarte vuelve a poner a prueba la consistencia de la clase política local. Hay quienes crecieron profesionalmente bajo su sombra, quienes se financiaron con sus redes, y quienes hoy prefieren mirar hacia otro lado.
Así pues, el exgóber de Chihuahua, pasó de caminar libre por la capital —recorriendo restaurantes, hospitales y oficinas sin mayor sobresalto— a quedar sujeto a un encierro que no solo lo contiene a él, sino a quienes todavía se mueven por él, si no, pregúntenles a los de la charola.
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Quien siguió con cuidado la visita de Claudia Sheinbaum a Ciudad Juárez —particularmente la inauguración del Centro LIBRE para las mujeres— se dio cuenta rápido de que no fue una gira habitual.
No hubo multitudes, ni oleadas de simpatizantes, ni ese “efecto campaña” que suele envolver a una presidenta recién llegada al poder. Lo que sí hubo, y en abundancia, fue operación política quirúrgica: silenciosa, calculada y muy dirigida.
El público del evento lo dijo todo. No la ciudadanía espontánea, sino lideresas del suroriente, maestras, directoras escolares y un bloque visible de trabajadores de Bienestar. Una audiencia de estructura, hecha para mensaje interno, no para fiesta popular.
En primera fila, los rostros conocidos del crucismo acomodados como quien arma un rompecabezas: Rubí Enríquez, presidenta del DIF; la regidora María Dolores Adame —sí, la del incidente en el retén rumbo a ver a Sheinbaum en CDMX—; Elvira Urrutia del IMM; y la síndica Karla Estrada.
A esa pasarela se sumó el cameo inesperado de Pável Aguilar, exPRD, hoy operador de Maru Campos. Una presencia que, sin decir palabra, dijo bastante.

Hablando de Maru: estuvo con Sheinbaum en la sierra, pero al llegar a Juárez cada quien abordó su propia Suburban. Cortesía institucional para la foto; distancia política para la libre interpretación.
Aunque la seguridad venía reforzada con convoy militar, Guardia Nacional y logística presidencial de alto nivel, en el contacto con la gente Sheinbaum se mostró accesible: saludos, selfies, discursos breves sobre “tiempos de mujeres”. Un contraste con el resto de la gira, que se sintió fría, contenida, casi blindada.
Y aquí entra el dato fino del segundo día.
En su recorrido por Ciudad Juárez, la presidenta visitó el Hospital General Regional No. 2 junto a Zoé Robledo y luego acudió al CECI de Parajes de Oriente, donde confirmó que el centro abrirá en enero. Pero lo que realmente llamó la atención fue su soledad política: en esta jornada, no estuvo acompañada por la gobernadora. Ni foto, ni saludo, ni presencia en la agenda.
Pero quizá lo más llamativo fue lo que no se vio: cero presencia de líderes empresariales. Ni fotos, ni saludos, ni un “aquí estamos”. Un silencio que, para los que leen la política con lupa, vale más que cualquier discurso.
Este Mirone diría: hay silencios que pesan más que los aplausos.
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De cordial para arriba. Así se podría definir el encuentro entre la presidenta Claudia Sheinbaum y la gobernadora María Eugenia Campos Galván en la comunidad Ódami de Mala Noche, en Guadalupe y Calvo, donde se celebró el acto oficial más reciente de la mandataria morenista.
Ahí estuvo la gobernadora, contra el mar de especulaciones que circularon en días e incluso horas previas al evento. Sentada en el presídium, a la derecha de la presidenta, ambas con buena disposición, como quien se porta bien en la visita al vecino de al lado. Bien. Nada más.
La gobernadora ofreció un discurso de 2 minutos con 56 segundos, en el que se dirigió a Sheinbaum hablándole de “tú”: “Te agradezco nuevamente, presidenta, por estar aquí en Chihuahua”, dijo al inicio.
Y casi de inmediato continuó en el mismo tono: “Tu presencia confirma tu atención y tu disposición para escuchar y atender a nuestro estado”.

La presidenta, por su parte, no mostró incomodidad ni molestia, aunque cuesta imaginar a gobernadores —incluso de épocas recientes— tomándose esas confianzas con el presidente en turno. Sheinbaum, en contraste, se refirió a Campos únicamente como “gobernadora del estado de Chihuahua”, antes de agradecerle la recepción. Hasta ahí.
En el fondo, los discursos de ambas giraron en torno a trabajar en coordinación, sumar acciones —y suponemos que recursos también— y mantener un trato institucional.
Buen saldo para las dos: un acto “bonito” en la punta suroeste del estado. Ahora falta ver si esa cordialidad protocolaria se traduce en ejecución de obras y en acciones programáticas que realmente atiendan el rezago de la región.
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El empresariado juarense se quedó con las ganas de ver a uno de los suyos sentarse en la presidencia de la cada vez más influyente Fundación del Empresariado Chihuahuense, A.C. (Fechac).
Durante los días previos a la elección empujaron fuerte para que el presidente de Fechac Juárez, Juan Carlos Orrantia, quedara como “McClain” de todo el organismo a nivel estatal, pero esta vez no se les hizo.
La rotación por municipios marcaba que ahora tocaba a la región centro-sur, y así ocurrió: la ganadora fue la presidenta de Fechac Delicias, Franghie Khalil Marlén, quien no solo será la primera deliciense en encabezar el organismo, sino también la primera mujer.
Con ello, Fechac se quita un poco la pinta de “Club de Tobi”, pues en sus 30 años de existencia solo había tenido varones al frente de la silla presidencial.
La elección de la empresaria alborotó de inmediato la grilla deliciense, que por enésima ocasión supone que tiene lo necesario para impulsar un candidato a la gubernatura, algo que no ocurre desde los tiempos de Fernando Baeza (Reyes Baeza ya residía en Chihuahua cuando fue “destapado”).

Y así, de inmediato saltó Jesús Valenciano, o “Chuy el bloqueador”, alcalde de Delicias, quien ya inundó las calles de Chihuahua con espectaculares, suspirante como anda por la candidatura del PAN al Gobierno del Estado.
“Por primera vez, una mujer y, orgullosamente, una mujer de Delicias encabezará esta importante fundación a nivel estatal, poniendo en alto el nombre de nuestra ciudad”, celebró efusivo el alcalde en su cuenta de Facebook.
No es cosa menor: Fechac tiene un bien ganado prestigio como hacedor de obras, de lustre proempresarial y de eficiencia en el manejo de los recursos públicos que recibe.
Para darnos una idea, el Gobierno del Estado proyecta recaudar 804 millones 38 mil 778 pesos por concepto del 10% adicional del Impuesto Sobre Nóminas que se destina a fondear a Fechac. Qué no daría el municipio de Delicias —o cualquier otro— por manejar semejante marmaja.
Ahora Mirone entiende el por qué de tanto alboroto.
Don Mirone