La diputada Rosana Díaz, colocada de pronto en el centro de una andanada de ataques por haberse salido de la sesión del Congreso del Estado en un momento crucial, decidió voltear la tortilla y devolvérsela —bien caliente— a su todavía coordinador parlamentario, Cuauhtémoc Estrada Sotelo.
Si tan importante era el punto de la contratación de una nueva deuda y la reestructuración de más de 15 mil millones de pesos, pregunta ella, ¿por qué nadie de Morena subió a tribuna para rebatir la iniciativa?
Buen punto. Porque el año pasado, en una situación similar, la discusión duró más de una hora y provocó un verdadero desfile de diputados de todos los colores: unos para defender y otros para cuestionar el proyecto de endeudamiento que entonces presentó el Ejecutivo estatal.
¿Y ahora qué pasó? ¿Por qué tan callados?, cuestiona la diputada.
La andanada contra ella y contra su todavía compañera de grupo, Edith Palma, no ha parado. Las redes sociales están que se caen por las duras críticas lanzadas por integrantes de Morena y/o simpatizantes de la 4T. Sin embargo, de lo que nadie ha querido hablar es de ese otro asunto incómodo: ¿por qué se dejó de discutir un tema que tanto daño le causa a las finanzas estatales, como lo es la contratación de deuda pública a diestra y siniestra?
A las diputadas Díaz y Palma les han dicho “traidoras” y “maiceadas”, por quedarnos con lo más corto. Pero quien se siente verdaderamente traicionada es Díaz. Antes siquiera de escuchar sus razones sobre por qué no estuvo presente en la votación donde se aprobó la reestructuración de una parte de la deuda pública del estado y la contratación de un nuevo crédito, su propio grupo parlamentario, Morena, salió a tundirle duro y macizo. Según ella, hasta con pago de bots en redes sociales.
Eso le dolió a la diputada. Pero también encendió las antenas de otros grupos parlamentarios que, para pronto, salieron a invitarla a sumarse a sus bancadas y a sus causas. Ella les ha dicho que no, hasta ahora… pero tampoco piensa continuar en el grupo del partido guinda y blanco. ¿Cómo para qué? Si ya la exhibieron, le colgaron uno de los peores adjetivos posibles —traidora— y ni siquiera le dieron chance de explicar su postura.
Después de un miércoles 17 de diciembre en el que sus aún compañeros —y ahora examigos— del grupo parlamentario de Morena hicieron tacos al pastor con el prestigio de ella y de la también diputada morenista Edith Palma, ambas recibieron la aplicación irrestricta e implacable de una de las leyes más severas que existen en cualquier agrupamiento humano: la ley del hielo.
¿Y qué sigue? Por lo pronto, Díaz ya presentó una denuncia por violencia política en razón de género en contra de “su” coordinador, Cuauhtémoc Estrada, quien parece que las colecciona, pues antes enfrentó otra interpuesta por la diputada Adriana Terrazas, quien —por cierto— también era de Morena.
¡Le gusta coleccionar denuncias guindas al diputado Estrada, por lo visto!
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Y mientras al interior del grupo parlamentario de Morena se desgarran las vestiduras y se toman la “chiquitolina” que los convertirá en una fracción de apenas 10 diputados, de los efectos del Paquete Económico 2026, aprobado este martes 16 en el Congreso del Estado, ni quién se acuerde.
Mucho menos del tema de la deuda, del cual —por lo visto— solo les gusta hablar cuando se presenta una iniciativa y se sueltan a debatirla, a veces sin ton ni son.
Pero ya que nuestros diputados andan muy ocupados revisando dónde andaban tres de sus compañeras a la hora de la votación, y otros más andan de “cacería” tratando de llevarlas a su bancada, vale la pena voltear a ver cómo quedará el cuadro de deuda del Gobierno de Chihuahua para el próximo cuarto de siglo.
Para cuando la actual administración contrate los 3 mil millones de pesos que le autorizó el Congreso del Estado en la llevada y traída sesión del martes pasado, Chihuahua ya le deberá a la banca y a los tenedores de bonos carreteros la nada despreciable cantidad de 58 mil 731 millones de pesos.
La cifra suena estrambótica, sobre todo porque la inmensa mayoría de nosotros nunca verá esa cantidad junta, más que escrita en papel. Pero para darnos una idea: si esa deuda se pagara en billetes de 500 pesos, habría que cargar con 117 millones 462 mil billetes.
Si cada billete pesa 1.13 gramos, como señalan diversas fuentes, entonces ya debemos 132.7 toneladas de dinero, que para moverlas necesitaríamos unos seis viajes de tráiler. Eso es lo que debemos. Imagine cualquier tráiler de los que circulan por la carretera, pero llenos de billetes. Ahora imagine seis, uno tras otro. Eso es lo que Chihuahua le debe a la banca comercial, a la de desarrollo y a los inversionistas que compraron bonos carreteros.
Peor aún: si la deuda pública estatal alcanza los 58 mil 731 millones de pesos, el endeudamiento per cápita en Chihuahua supera los 14 mil 500 pesos por habitante, de acuerdo con proyecciones del Conapo, que estiman una población de 4.2 millones de personas en la entidad.
Es decir, cada chihuahuense —tenga cero años o esté en la tercera edad— ya debe algo así como dos salarios mínimos mensuales… sin haber comprado nada, sin deberle un centavo al abonero ni tener “libretita” en la tienda de la esquina.
Ahí siguen nuestros representantes: peleándose por si una salió para acá y otra se fue para allá a la hora de la votación; y los otros, felices de la vida porque les cuadraron las cuentas para sacar adelante su proyecto de endeudamiento.
Vale la pena recordar esos números. Y también los nombres de quienes aprobaron agregarle 3 mil millones de pesos más al tráiler de la deuda.
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Si el dinero gastado en precampañas disfrazadas pesara lo mismo que las ganas de ser gobernador, el elevador del Palacio de Gobierno ya estaría fuera de servicio. El tonelaje acumulado la tarde del pasado jueves 18 de diciembre habría sido suficiente para activar cualquier alarma.
La escena se habría prestado para la tragedia mecánica cuando, en un solo viaje y al mismo tiempo, se subieron al ascensor los presidentes municipales de Juárez, Chihuahua y Delicias: Cruz Pérez Cuéllar, Marco Bonilla y Jesús Valenciano.
Demasiado peso para una sola cabina. No por los kilos, claro, sino por la carga invisible de espectaculares, sonrisas ensayadas y aspiraciones políticas que cada uno arrastra desde hace meses. De haber sido así, la alarma de emergencia todavía estaría sonando por exceso de ambición.
La curiosa escena ocurrió durante el brindis navideño convocado por la gobernadora María Eugenia “Maru” Campos Galván. Para luego es tarde, ahí estuvieron todos, sobre todo quienes andan más suspirantes que enamorado no correspondido.
Trajeados, peinados y boleados, listos para salir bien en la foto —no vaya a ser que luego termine en un espectacular o se haga viral en redes—, así llegaron Marco Bonilla, desde la capital; Cruz Pérez Cuéllar, desde la frontera más importante del país; y Jesús “el guerrero de la carretera… bloqueada” Valenciano, desde Delicias. Rostros conocidos, no por su timidez, sino porque se repiten en carteleras de aquí y de allá.
Lo verdaderamente curioso fue que los tres aspirantes a gobernador compartieron el mismo viaje de elevador, acompañados por Tere Erives, alcaldesa de Aquiles Serdán.
—¿Cómo están?, buenas tardes… —saludó Marco Bonilla al bajar del ascensor, ya en la planta baja del Palacio—. ¿Cómo andan, eh, bien?
Lo dijo mientras buscaba la salida por la calle Libertad, ante la mirada de quienes presenciaron la escena. Detrás de él, Cruz Pérez Cuéllar apenas levantó la mano en un gesto que bien podría interpretarse como saludo.
Ya de camino a la salida, los tres alcaldes y la alcaldesa se reagruparon, se tomaron la foto —más sonrientes que niño en Navidad— y siguieron cada quién su rumbo.
Temporada decembrina: tiempo de brindis, de abrazos y de desearle a los amigos lo mejor para el próximo año.
¿En serio esos tres se desearon lo mejor entre ellos? ¿O “lo mejor” significa, en realidad, que a alguno le caiga la candidatura?
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En Juárez, la belleza no siempre se nota a primera vista. No brilla, no hace tanto ruido. A veces anda disfrazada de rutina, de esfuerzo diario, de manos trabajadoras.
Por eso cada diciembre ocurre algo que ya es casi un ritual silencioso: la ciudad gira alrededor del Santa Bombero. Mercados que reúnen juguetes. Recicladores que donan bicicletas. Universitarios que se organizan. Trabajadores municipales que aportan sin reflectores. Ciudadanos que comparten. Nadie compite. Nadie pide crédito. Simplemente sucede.
Ahí está Juárez, al natural.
El Santa Bombero no es solo una tradición navideña que refleja una verdad sencilla: cuando se trata del otro, la gente responde. No por obligación, sino por conciencia. Y no es caridad. Es reconocimiento. La certeza de que el niño que recibe un juguete podría ser el hijo del vecino, el sobrino, el recuerdo de uno mismo. Esa es la conexión invisible que sostiene a la ciudad cuando la Nochebuena se acerca.
Juárez tiene muchas historias duras, pero también tiene esta otra, que casi nunca se grita: la de una comunidad que se organiza sin alboroto, que comparte sin discurso, que ayuda sin preguntar demasiado.
Ahí está la belleza. No en lo espectacular, sino en lo constante. En esa forma tan juarense de decir “aquí estamos”.
Por eso el Santa Bombero conecta. Porque no representa una institución, sino una emoción compartida. Porque entiende algo esencial: que la belleza de Juárez está en su gente.
Don Mirone