Alguien calificó, con mucha razón, como tiempos oscuros los que vivimos otra vez con el ambiente de inseguridad en la frontera, porque seguimos en penumbras en materia de prevención del delito y procuración de justicia.
Hoy, de las corporaciones policiales que existen no brilla una sola. Los criminales son cada vez más sanguinarios y despiadados, y operan con vil descaro a plena luz del día, cobijados por el manto de la ineptitud, apostándole a la impunidad como segura ganadora.
Solo la complicidad de las autoridades policiales de todos los niveles, o una cabal certeza de su inocuidad, de su ineficacia, anima a los criminarles a ir tan lejos.
Así lo confirmó el multihomicidio registrado el viernes pasado en la avenida Tecnológico, a 50 metros del puente al revés, donde fueron ejecutados, con cientos de balas de cuerno de chivo, calibre 40 y R.15, dos mujeres y cuatro hombres, dos de ellos menores de edad.
El ataque ocurrió a las 5:37 de la tarde, la hora de mayor tráfico en esa avenida, a unos cuantos metros de las instalaciones del Poder Judicial de la Federación, en uno de los más importantes sectores comerciales de la ciudad, cuando cientos de personas circulan rumbo a sus casas, o acuden a alguno de los restaurantes y tiendas del sector.
Los sicarios actuaron frente a decenas de testigos que circulaban a esa hora por la importante avenida, o salían del Tec de Juárez.
Nada los detuvo, ni siquiera los congestionamientos que se registran por ser hora pico, ni la saturación de las calles aledañas por donde escaparon con toda facilidad y tranquilidad.
Por lógica elemental, se deduce que los asesinos atacaron en este punto por una simple razón: para demostrarle a la autoridad que ellos tienen el poder de asesinar en cualquier lugar de la ciudad, a cualquier hora del día y frente a cientos de testigos, sin que nada se interponga en su camino.
Un humillante desplante, sin duda, para los turistas de uniforme que transitan en caravanas, siempre lejos del peligro.
¿Dónde estaban las células mixtas de Policía Municipal, Estatal y Guardia Nacional que se pasean, literalmente, por las principales avenidas de la ciudad, pero que a la hora de la verdad nunca están o llegan tarde, cuando los bandidos ya han huido?
Así ocurrió una vez más, y lo más curioso de todo es que ni una unidad de vialidad –vehículo, moto o bicicleta– había en el sector, de las muchas que suelen esconderse en el crucero del puente al revés a la caza de incautos guiadores.
Los informes oficiales dicen que tres de los hombres que iban en el vehículo y murieron, acababan de ser puestos en libertad por un Juzgado de Distrito en el edificio del Poder Judicial de la Federación, donde fueron procesados por posesión de armas de fuego y drogas.
Con el ánimo de amortiguar una fuerte condena social, que ya inunda las redes y canales digitales, la Fiscalía del Estado salió con la vieja confiable, asegurando que una de las víctimas mortales del ataque era un líder de la pandilla Artistas Asesinos, enemigos mortales de los Aztecas y de los Mexicles, protagonistas de varios crímenes de alto impacto.
Sin embargo, la afirmación de la autoridad estatal de que en los hechos sangrientos estaban implicados tres delincuentes o más, no justifica, de ninguna manera y bajo ninguna circunstancia, tales crímenes, donde masacraron también a una mujer, a una adolescente y a un niño de 10 años.
De acuerdo con muchos de los testigos que vivieron con terror el ataque armado, en el multihomicidio participaron al menos seis tiradores a bordo de 2 vehículos, mismos que “lograron” evadir el supuesto cerco que la Policía dispuso mucho tiempo después de los asesinatos.
Además del desafío y la burla que representan para la autoridad estos crímenes, los asesinos demostraron que contaban con información privilegiada sobre sus víctimas, información que les indicó con precisión milimétrica el lugar donde estarían, la hora a la que saldrían y hasta el vehículo en el que las recogerían en la sede del Poder Judicial Federal.
O sea que, hablando en plata, contaron con soplones, un antiquísimo pero efectivo servicio de inteligencia, del que lastimosamente parecen carecer nuestras Policías. Lo evidente no tiene excusa.
Ayer sábado, los sagaces investigadores de la Fiscalía Estatal dijeron, muy ufanos, que estaba confirmado que se trató de una venganza entre pandillas. Brujos.
No era necesario que se quemaran las neuronas para llegar a tal conclusión, si desde el mismo viernes se supo que los tres hombres acababan de salir de un juzgado federal, donde estuvieron sujetos a proceso por acopio de armas y posesión de droga.
Además, la brutal ferocidad con la que los ultimaron, sin respetar siquiera a los dos menores que iban a bordo del vehículo, deja claro que se trató de una vendetta, ejecutada con todos los agravantes de la ley: premeditación, alevosía y ventaja.
Por lo mismo, los responsables de la investigación no deben esmerarse tanto en buscar el móvil y antecedentes para justificar el crimen, sino en encontrar a los responsables y sacarlos de las calles, porque este tipo de asesinos son el principal y más peligroso enemigo público.
Estos perfiles criminales, anómicos, no se detienen ante nada ni ante nadie, no respetan ni edad ni género de sus víctimas y, sobre todo, disfrutan desafiando y poniendo en ridículo a quienes se supone deberían de hacer cumplir la ley.
Lo que mostraron el viernes las Policías de los tres niveles de Gobierno, fueron unas respuestas al crimen completamente desarticuladas, insuficientes, reactivas, que ya son parte de la estrategia patito que aplican contra la inseguridad.
Este tipo de respuestas, lamentables y vergonzosas, las vimos también en los casos de la masacre en el templo cristiano ocurrida en febrero, y en los asesinatos de tres jóvenes estudiantes registrados en tres hechos distintos, dos de estos en zonas de alto tránsito vehicular y comercial de la ciudad.
Con esta ineptitud, está visto que nuestras fuerzas de la ley y el orden no cumplen con ninguno de los dos preceptos a los que los obliga la Constitución, para velar por el bien más valioso de los gobernados, nuestras vidas.
Por eso, la pérdida de confianza y la reputación a la baja de los cuerpos policiales y de procuración de justicia siguen incontenibles en su desplome.
Cuando llegan a una escena del crimen, mucho tiempo después de que ocurre, se limitan a colocar la cinta amarilla, a contar casquillos y a levantar cadáveres. Nada más.
En el evento criminal del viernes lo vimos nuevamente, cuando cientos de automovilistas y transportistas quedaron atrapados por más de 3 horas en la avenida Tecnológico, furiosos porque nadie agilizaba el tránsito por rutas alternas, permitiéndoles avanzar, porque los señores “investigadores” estaban recabando evidencia en la zona del multihomicidio.
Por eso, cuando toda esa gente se enteró de la razón por la que se quedaron varados, las reacciones en contra de las autoridades saturaron las redes sociales, condenando el hecho, pero mostrando, sobre todo, rabia e impotencia por la facilidad e impunidad con que actúan los sicarios, sin una respuesta efectiva de las Policías.
Como única reacción tras la masacre, los mandos policiacos se reunirán otra vez en las inútiles mesas de seguridad para justificar lo injustificable y acusar al Poder Judicial federal de haber dejado libres a los tres individuos que fueron los objetivos del ataque armado.
Aquí no está a discusión si los objetivos de la masacre eran culpables o no en la comisión de algún delito, sino el hecho de que los mataron junto con otras tres víctimas, desafiando el principio elemental de autoridad, poniendo en peligro a mucha gente inocente y en una zona supuestamente muy segura.
Eso es lo importante, no la verdad de Perogrullo que ahora esgrimen, tratando de bajarle dos rayitas a la condena social, que empieza a mostrar un preocupante y peligroso nivel de hartazgo por la ineptitud de los que cobran por “garantizar” la seguridad ciudadana.
Por todo esto, resulta muy exacta la afirmación de que vivimos tiempos oscuros, tiempos donde los que pudieran combatir y reducir a los malos agachan la cabeza y sustituyen la eficiencia por la indolencia; donde en lugar de resolver los delitos, los justifican; donde los asesinos son desalmados e inadaptados que muestran más inteligencia operativa que los uniformados.
Algo debe cambiar y pronto, para contener esta escalada de violencia e impunidad, tras la que se agazapa una escalofriante indiferencia oficial ante el mayor de los males que nos aqueja, y está acabando con la paciencia de la sociedad y de las organizaciones sociales.
No hay que ser pitoniso para verlo y anticiparlo. Las redes hierven con una indignación que muestra, en su justa dimensión, el humor social que no termina con el desahogo en los muros digitales, sino que apenas comienza y amenaza con trasladarse a las calles. Al tiempo.