Con total desparpajo, el presidente Andrés Manuel López Obrador admitió en su mañanera del viernes, que junto con su vocero Jesús Ramírez Cuevas, redactó la respuesta al Parlamento Europeo, donde llaman borregos a sus integrantes, por haber emitido una resolución que recomienda garantizar la protección y seguridad para periodistas y defensores de los Derechos Humanos de México.
“Ayer la Cancillería no estaba enterada de este comunicado. ¿Usted redactó este texto?”, le preguntó un reportero al iniciar la conferencia de prensa en Tapachula, Chiapas, el viernes en la mañana.
“Sí, en el viaje. Este… con Jesús y otros compañeros”, le respondió titubeante el mandatario, para después proyectar el texto íntegro del comunicado y leerlo, como si estuviera muy orgulloso de su bodrio.
Para el tabasqueño propietario del rancho “La Chingada”, ubicado también en Chiapas, decirles borregos a los diputados europeos no es un insulto, porque así se comportan también los parlamentarios ingleses, según lo ejemplificó de manera grotesca en la misma conferencia.
Como era de esperarse, la ofensiva carta del presidente de la República al organismo político más importante de Europa, se convirtió en tendencia en el mundo y en vergüenza para México.
Analistas, politólogos y comunicadores se siguen preguntando las razones por las que la carta no salió de la Cancillería, como era lo obligado, siguiendo los canales diplomáticos que requería una respuesta de este nivel.
Pero no solo no fue elaborada por la Secretaría de Relaciones Exteriores, sino que la propia dependencia salió a desmarcarse del burdo contenido de la carta.
Si la primitiva misiva hubiera sido redactada bajo los criterios de respeto y prudencia que exigen los protocolos diplomáticos, los eurodiputados habrían acusado recibo y hasta ahí hubiera quedado la supuesta injerencia que alega López Obrador.
AMLO y Ramírez Cuevas sabían que la comunicación diplomática tiene reglas y requiere seguir los protocolos que exigen mantener lazos y vínculos de armonía y respeto entre los Estados, pero decidieron ignorarlas.
Por muy picudo que sean el presidente y sus lacayos, no pueden nada más levantar el teléfono y decirle a su contraparte “oye, güey, la estás regando”. Mucho menos hacer público el contenido de un documento oficial que da respuesta, de manera vulgar –porque fue redactado con las vísceras– a una resolución de talla internacional.
Pero la resolución era un excelente pretexto para armar otra cortina de humo y había que aprovecharla, utilizando un prosaico y mordaz mensaje, para levantar polvareda y sorprender, otra vez, a la opinión pública con estas ocurrencias presidenciales, aunque con ello se devalúe su prestigio en el mundo.
Ese fue el propósito de AMLO y su fiel escudero Jesús Ramírez, sin duda alguna, a costa de los daños que sean necesarios para la imagen de México en el mundo y de la investidura presidencial que tanto presumía cuidar al principio de su gobierno.
Por eso no intervino Marcelo Ebrard, porque este no iba a provocar el escándalo internacional que los otros dos lograron con creces, para distraer, otra vez, la atención de los problemas que aquejan a los mexicanos por la inflación galopante, las muertes por la pandemia, el crimen organizado, la violencia incontrolable y la corrupción que le pega en la médula al Gobierno que se instauró ondeando la bandera de la honestidad.
Con ello confirmó el presidente, que se ha convertido en un experto en cortinas de humo, cajas chinas y toda suerte de distractores, al grado de que ya lo comparan con Houdini, el icónico escapista de todos los tiempos, con la diferencia de que López Obrador es uno muy estrafalario, muy particular, un escapista de la realidad que todos los días lacera a nuestro país .
Muchos son los gurús del altiplano y los vendedores de espejitos, que aplauden y admiran la supuesta habilidad del jefe del Ejecutivo federal para manejar, todos los días, una agenda mediática a modo, que mantiene altos sus niveles de popularidad.
Lo cierto es que no es una agenda informativa plural y abierta la que se maneja en sus mañaneras. Su habilidad estriba en imponer temas a conveniencia y extender enormes cortinas de humo a base de mentiras y escándalos. Esa es la realidad. Por ello también sus bonos están a la baja.
A las preguntas incómodas de los verdaderos periodistas, no de los paleros que todos los días lo acompañan con sus rodilleras bien puestas, siempre responde en tono agresivo y con evasivas. Los temas importantes del día para los mexicanos los minimiza con sus otros datos, porque solamente él y nadie más que él es poseedor de la verdad.
A las investigaciones periodísticas, que ponen en evidencia la corrupción de su gobierno y la de miembros de su familia, las responde con medidas vengativas y de represión, y no con argumentos, documentos o pruebas que demuestren que lo que sus supuestos detractores sostienen es falso.
De las mañaneras han surgido las ridículas cartas de reclamo a España y al Vaticano, exigiéndoles que le ofrezcan disculpas a los mexicanos por los hechos ocurridos durante la conquista de México.
De ahí también, todos los días surgen ataques a medios y a periodistas, a empresarios, a organizaciones no gubernamentales de México por conservadoras y neoliberales, así como a organismos internacionales y políticos del primer mundo, a los que ha tachado de intervencionistas.
Así pasó con los pronunciamientos que hicieron en días recientes el influyente senador texano Ted Cruz y el secretario de Estado norteamericano Antony J. Blinquen, cuando pidieron respeto para los periodistas mexicanos, y el presidente mañanero les respondió en tono irónico y hasta burlón, porque los llamó desinformados.
Pero su pintoresca y exótica forma de gobernar sirve para sus fines. Mantiene un espectáculo diario de carpa desde Palacio Nacional y desde los estados que visita, para que su estrategia de manipulación esté siempre vigente, para desviar la atención de las crisis y los problemas reales de los mexicanos.
Por eso inventó la sección de “Quién es Quién”, en las mañaneras, donde muestra supuestas noticias falsas y expone al escarnio público y de sus feroces amlovers, a periodistas y medios que critican o publican irregularidades de su gobierno.
Este segmento de su show diario, le recordó al director de la división de las Américas de Human Rights Watch, Jose Miguel Vivanco, la ofensiva utilizada contra la prensa por el expresidente de Ecuador, Rafael Correa, durante su último mandato, quien en su espacio televisivo semanal, conocido como las sabatinas, dedicó su tiempo a desmentidos y ataques personales a periodistas, según lo describió en el periódico El País en julio de 2021, el periodista David Marcial Pérez.
Para José Miguel Vivanco, “la lógica es la misma. Es un abuso de poder que no tiene otro impacto que el de intimidar y restringir la madre de todas las libertades civiles, que es la libertad de expresión”.
Por eso, desmentir y mentir a la vez, se ha vuelto el juego favorito del presidente, que a pesar de las críticas y las pruebas contundentes que le muestran sobre su errático gobierno, nunca pierde, y si pierde, arrebata, faltaba más.
Pero si en ámbito nacional ya no asombra su hostilidad contra la prensa, ni que México se haya convertido durante los últimos tres años en el país más peligroso para ejercer el periodismo, en el ámbito internacional ya es un escándalo su diatriba contra organismos y medios internacionales.
Y como en la física, a toda acción corresponde una reacción, en junio de 2021 más de 20 organizaciones nacionales e internacionales reaccionaron publicando un comunicado conjunto, solicitándole abrir vías de comunicación con el Gobierno para establecer puentes de entendimiento.
Auspiciados por la Oficina de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos (Oacnudh) y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), las organizaciones civiles propusieron mesas de diálogo con el equipo de AMLO.
Sin embargo, nada pasó, fueron olímpicamente ignorados porque el criterio presidencial es que la ropa sucia se lava en casa, y nadie tiene derecho a opinar sobre las estulticias que se cometen en nombre de la democracia lopezobradorista.
De ahí también su desprecio total a los medios internacionales, donde ha logrado lo que ni Marshal McLuhan pensó: unificar los criterios de la información en prensa, televisión e internet, por el espantoso ruido que genera su autoritarismo.
Ese autoritarismo lo evidenció la revista británica The Economist, quien le dedicó una demoledora portada y lo comparó con el terror de Robespierre, líder de la izquierda radical de la revolución francesa, que se encargó de perseguir a sus adversarios políticos.
Medios del nivel de The New York Times, The Washington Post, The Financial Times, El País y The Guardian, lo criticaron en el 2020 por las medidas simplistas que tomó para proteger a la población de la pandemia, y el presidente respondió que “su cobertura es parte de una confabulación internacional”.
Cuando la ONG Artículo 19 salió en defensa de trabajadores de los medios que fueron atacados desde posiciones del Gobierno, dijo que esta organización forma parte del movimiento conservador.
De casi todos los que le han hecho observaciones a su política antiprensa, ha dicho, sin el mínimo recato: “los periódicos más famosos del mundo mienten, calumnian. Son muy famosos, pero sin ética”.
Solamente en el más reciente artículo de Bloomberg, titulado “La democracia en México se desmorona con AMLO”, donde hacen un recuento de los daños que está causando al país, enumerando todos los casos, guardó absoluto silencio.
Pero hasta eso le sirve a sus fines, cuando se victimiza, porque también es una infalible estrategia manipulativa para un gobernante, por evitar la verdad incómoda.
Por todo lo anterior, cuando nada funciona y nadie puede convencer al presidente para que entre en razón y gobierne con inteligencia, no con los hígados, habrá que esperar que la caja china de la revocación de mandato no se convierta en caja de Pandora y entonces diremos, como el Chapulín Colorado: “¿y ahora quién podrá salvarnos?”.