En muchísimos sentidos ha resultado inédito el proceso político que tiene su momento crucial este día de jornada electoral. La experiencia y las enseñanzas aprendidas sin duda formarán parte del nuevo libro de texto obligado para enfrentar las nuevas elecciones que serán… ¡¡¡en dos años!!! En 12 meses estaremos de nueva cuenta en campaña.
Tenemos en primer término la decisión del gobernador del Estado, César Duarte Jáquez, por ubicar como sucesor en el despacho principal de Palacio a Enrique Serrano Escobar.
“Gobernador no pone gobernador”, se escuchó el grito unánime y espontáneo de los grupos priistas y sus liderazgos. En la historia reciente del tricolor ningún gobernador dejó heredero; lo intentaron con todo el entusiasmo de su alma pero no lo consiguieron. Fernando Baeza lloró por Macías, Patricio lloró porque se le coló Reyes; Reyes suspiraba por Cano. No ocurrió ni entre los panistas: Pancho Barrio aclamaba a Lalo Romero.
Bajo ese antecedente y un escenario engañosamente inmejorable, un grupo de generales y generalas priistas marcharon hacia el horizonte del poder entonando versos y frases de optimismo hacia sus tropas que no dejaban dudas sobre lo “imperativo” del relevo. “Duarte se va porque se va con todo y delfines. Su comportamiento adentro y afuera del partido no deja lugar a dudas de que su saldo es rojo”, cantaban a veces en voz baja, ocasionalmente en grandes decibeles. En sus alforjas para las noches de insomnio algún librito de Og Mandino o César Lozano; ahora queda claro que nunca pensaron en Sun Tzu o al menos la biografía de Donald Trump.
Todos ellos se consideraron con el derecho, la posibilidad y hasta el deber de disputar la candidatura para dar al Gobierno estatal “un golpe de timón a favor de los chihuahuenses”. Así iniciaron una férrea campaña pública y privada para conseguir la nominación.
La lista inicial fue conformada por muchos: las senadoras Graciela Ortiz González y Lilia Merodio Reza, el exalcalde de Chihuahua capital Marco Adán Quezada, el expresidente del Tribunal de Justicia José Miguel Salcido, el alcalde capitalino Javier Garfio, Teto Murguía… Marcelo González, Oscar Villalobos, Víctor Valencia, Jorge Esteban Sandoval. Hasta el fiscal Jorge González Nicolás le dio mordisquitos a la zanahoria; antes había hecho lo propio el exfiscal Carlos Salas. La verdad.
El engaño les costó muy caro en ánimo y en dinero. Empeñaron hasta la lavadora, como luego se dice; al final la reversa. Algunos ni sus sillas anteriores pudieron recuperar porque al regreso ya estaban ocupadas.
Olvidaron el proceso de 2010. Ninguna encuesta seria daba ganador al finalmente ganador Duarte. Hoy, la jerarquía tricolor apeló a las prácticas de siempre: dejó que la marca PRI “se posicionara” un rato con las campañas; cuando consideró prudente anunciar la decisión lo hizo al estilo contundente de casi siempre, de manera unipersonal y a través de cualquier figura con el peso “institucional” suficiente para convertir el anuncio en creíble… y aceptable.
Los derrotados no quedaron contentos pero se alinearon mayoritariamente a la institución partidaria general, aunque en algún caso no sumados a la representación del llamado primer priismo del Estado. Esto último es parte de lo inédito que representa un choque aun frente a los correspondientes acuerdos.
Hubo negociación con los equipos más fuertes: el del baecismo y el de Teto Murguía. A los primeros fue concedida la capital del estado; al segundo, Juárez. El baecismo consiguió más tarde un pilón inesperado que enfureció a Palacio, no tanto por el beneficiario, sino porque lo autorizó el eventual heredero: la candidatura a diputado plurinominal para Víctor Valencia, quien estaba ocasionando grandes daños a los sembradíos del priismo juarense y al proyecto serranista por la gubernatura.
El apoyo de Valencia al independiente Armando Cabada daba tufo a traición del equipo Duarte–Serrano contra el de Murguía; ambos –serranismo y tetismo– habían iniciado ya una campaña de ataques mutuos y promoción del voto cruzado. Enderezaron el barco a lo largo de la campaña con equipos de inteligencia y contrainteligencia en ambos cuarteles campañeros para no leerse las cartas ni las palmas de la mano. No se aman ni se amarán nunca, pero el interés tiene pies.
En Chihuahua capital no pudo hacer nada el candidato a la gubernatura. Manlio Fabio Beltrones otorgó la nominación a la Presidencia municipal al baecismo, con Lucía Chavira como candidata, pero la confrontación con Palacio y las sospechas de apoyo hacia el cuartel enemigo liderado por la panista Maru Campos permanecieron hasta el último minuto de la campaña electoral y seguirán todo este día de votación.
La eventual victoria de Acción Nacional allá sería facturada por completo al gobernador Duarte. El eventual éxito del baecismo –dígase el baecismo encabezado por Marco Adán Quezada y su esposa Lucía Chavira– sería con anotación marginal: a pesar del gobernador Duarte.
En medio de esa lucha quedó Enrique Serrano. Al final de la campaña consiguió un modesto desayuno con la candidata Chavira y el jefe de la tribu, Reyes Baeza. Ambos equipos habrían conseguido al menos no incitar al voto cruzado, pero la historia no termina hoy, sea cual sea el resultado.
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Desde las precampañas y a lo largo de la contienda Mirone dio seguimiento muy de cerca al proceso electoral. Era necesario no perder la ruta para no perder la seriedad en el análisis.
Siempre sostuvimos aquí que los resultados de la conducta y operación del Gobierno estatal fue tomada como oportunidad por propios y extraños al PRI para disputar la gubernatura y todos los espacios de gobierno peleados durante esta jornada electoral. Se creyeron con grandes posibilidades de triunfo.
La lista de precandidatos del PRI a suceder a César Duarte se engrosó más que el tamaño de un pelotón castrense justamente por esa razón. Hubo muchos tiradores porque consideraron desgastado al gobernador; la deuda pública, el transporte urbano en Chihuahua capital, la supuesta corrupción, “el impresionante nepotismo” (como lo llamó un exgobernador), el parralismo en toda la administración, el Gobierno discrecional, la calificación ciudadana que no pasó de cinco, la monopolización del PRI, las fiestas….
Bajo ese escenario de fondo llegaron los opositores a buscar su parte de la tajada. Javier Corral, un oportunista experto de las circunstancias, venteó la debilidad, preparó el ataque, se deshizo inmisericorde, pero torpemente, de los opositores internos (luego los necesitaría) que hacían fila para encabezar la pelea 2016 y ha quedado al filo del éxito.
El panista era prácticamente un don nadie al iniciar la campaña a pesar de haber sido ya candidato a gobernador, diputado local, diputado federal y dos veces senador. Su escasa popularidad como político, su desinterés por Juárez y por Chihuahua, sus arrebatos absolutistas y de intolerancia lo mantenían como improbable de generar daño importante “a los de enfrente”, pero no fue así.
La explicación a ese avance tiene qué ver no con las virtudes del político panista, sino precisamente con su impresionante capacidad para aprovechar las oportunidades sin detenerse en gastos de ningún tipo.
Cuando debió atacar a su compadre Cruz Pérez Cuéllar para retirarlo del PAN lo hizo sin ningún miramiento, cuando debió hacer lo propio con Felipe Calderón también lo hizo, cuando necesitó golpear a Mario Vázquez no vaciló, ni tampoco cuando procedió contra su dirigente nacional, Ricardo Anaya. Sus medias tintas para la pelea no existen. César Duarte y el priismo chihuahuense no podían esperar algo distinto. Por eso no lo querían en la campaña.
La llegada de Corral y su avance es una enseñanza para el mundo político que no debe olvidarse; también, sea cual sea el resultado.
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Los candidatos independientes quizá deban concluir que una auténtica independencia, una genuina autonomía, produce muy buenos dividendos si de buscar el poder público se trata.
Ahora es posible sostener, con más ganas que nunca, que el sistema de partidos está francamente acabado, y si no ha sido desplazado es porque la ciudadanía no ha encontrado opciones reales para la alternancia. Para hoy inclusive se espera todavía mayoritariamente voto duro producto de la movilización partidista y hasta ahí. Nunca hubo promoción seria y masiva del voto por parte de los órganos electorales porque al PRI no le ha convenido, y los órganos electorales son hijos de su vientre.
A pesar que la mayoría de los principales candidatos independientes cargaron con mácula de sospecha sobre su real independencia, todos hicieron un papel más que decoroso frente a los candidatos “de los partidos de siempre”. De un 15 por ciento de las preferencias hacia arriba es para preocupar a cualquiera de los establecidos.
De plano las encuestas y las encuestadoras deben ser objeto de un análisis independiente y a conciencia. Nunca como ahora ha quedado claro que perdieron todo pudor y han dejado el sello indeleble de que manda quien ordena los sondeos. Es imposible creer en diferencias de dos y hasta 30 puntos en una medición de los mismos candidatos y la misma zona geográfica. Aquí tenemos en esos dislates hasta a su majestad el periódico Reforma, Liévano Sáenz, Parametría, Espacio Muestral, El Universal…
En ese terreno los independientes aparecieron con cifras muy distintas. No ha sido posible sacar números promedios, así que debemos creer más a su presencia en la calle y a las opiniones de boca en boca.
En ese sentido la coincidencia es que adquirieron tal fuerza que Cabada fue buscado por el Movimiento Ciudadano, por Serrano y hasta por Corral para conseguir alianzas que reforzaran sus proyectos.
Corral insistió hasta la obsesión en sumar a Chacho Barraza al proyecto por la gubernatura, aunque nunca generó siquiera la posibilidad de sumarse al independiente. Unidos ambos seguramente hoy estaría cambiando por completo el escenario del poder público estatal… de los tres poderes.
Ese mismo papel lo adquirió el independiente por la Presidencia municipal de Chihuahua Luis Enrique Terrazas, al que aún hoy le son concedidas probabilidades de romper el bipartidismo PAN–PRI. Si no cambia hoy esa fotografía sin duda lo puede lograr en dos años.
La participación de Terrazas, y de Chacho, está dejando también una lección inolvidable particularmente para el PAN. Sus estructuras operativas están nutridas por integrantes del Dhiac–Yunque que han trabajado en gran medida para el blanquiazul. Hoy traicionarán de nuevo, como lo han hecho siempre, pero se desconoce para dónde cargarán la línea, si hacia Terrazas o hacia Maru Campos, la candidata blanquiazul a la alcaldía. Sus votos no son en gran cantidad, pero sí suficientes para ladear la balanza ante lo cerrado de la elección.
Otro dato en esa telaraña es la participación de un fuerte grupo de empresarios, de los más poderosos en el estado, que trabajan con marcas como la Coca–Cola, Interceramic, agencias de autos, inmobiliarias, Cementos de Chihuahua, hoteles, Al Súper, que traspasaron su apoyo económico del PAN a los independientes. En el blanquiazul literalmente les robaron su dinero en otras elecciones y hoy decidieron ir con Barraza como candidato por la gubernatura y lanzar a uno de ellos por la Presidencia municipal de Chihuahua, Luis Enrique Terrazas.
Casi al caer el telón de la campaña Corral pretendió también seducirlos pero no se dejaron, prefirieron mantenerse en sus proyectos “antipartidarios”. ¿Qué harán todos ellos de mañana en adelante? Necesariamente requieren participar en la política electoral porque sus grandes empresas tienen grandes negocios con el Gobierno. Tienen hasta la hora del café mañanero del lunes para pensarla o echarán de nuevo su dinero al barril sin fondo si no toman decisiones a tiempo.
El lunes precisamente menudearán los análisis sobre los resultados, e insiste Mirone, sean cuales sean, hay escenarios muy distintos para ser valorados de mañana en adelante y de cara a las locales y presidenciales del 2018.